Miranda
La mañana empezó como siempre, con Axel despertando a las cinco, lo que me dificultó prepararle un desayuno sorpresa. Era su cumpleaños número treinta y tres, el cual quería celebrar de una manera inolvidable, aun cuando no tenía idea de qué hacer para que así fuese.
Después de levantarme, tomé una relajante ducha, cepillé mis dientes y vestí con ropa cómoda. Al salir de la habitación, fui al taller de Axel, donde centraba su atención en una pintura. Me le acerqué con cuidado y aclaré mi garganta para advertir mi presencia.
Tan pronto giró hacia mí, lo abracé y le di un beso en sus labios. Su sonrisa tierna me impulsó a besarlo de nuevo y desearle un feliz cumpleaños.
Al salir de su taller, fui a la cocina para prepararle su desayuno favorito, esto mientras escuchaba las noticias del día en la radio, lo cual estaba tomando como costumbre mañanera. Axel se apersonó justo cuando servía la comida, por lo que se tomó el tiempo de ayudarme a llevar todo al comedor.
—Ayer les avisé a Verónica y a Isaías que viniesen por la noche para pasar un rato agradable contigo y cantar el Cumpleaños feliz. Ya mandé a preparar tu torta favorita y nos tomaremos la tarde para salir a buscar algunas cosas que te encargué en una tienda —comenté.
—Te molestas demasiado para ser solo un día más —dijo—. Por cierto, esto es delicioso. Muchas gracias.
—De nada… Y no es molestia, sabes que no me gusta dejar pasar tu cumpleaños por debajo de la mesa, y sé que te encantará lo que encargué para ti.
—Definitivamente, soy afortunado contigo.
—Y yo contigo… Lo supe desde el primer momento en que declaraste tu amor por mí.
—Qué lindo que lo menciones.
—Se te nota un poco agobiado o tal vez te haga falta algo.
—Pues, ahora que tenemos tiempo libre desde que contratamos a Mariana, he pensado y reflexionado bastante respecto a un tema en específico… Por ejemplo, me hacen falta mis padres, quiero que siempre estén a mi lado.
—Sé por qué lo dices, pero ya sácate de la mente que has sido un mal hijo por no haberte comunicado con ellos en días difíciles, no los olvidaste a propósito. Sabes muy bien que, desde nuestra separación, nos enfrentamos a demasiados problemas.
—Fue mucho tiempo, a pesar de todo.
—Te entiendo, créeme que te entiendo, pero no puedes mortificarte más con eso… ¿A qué se debe tanta preocupación con ese tema?
Cuando le hice esa pregunta, Axel me miró asombrado, como si hubiese dado con el motivo por el cual estaba mortificado.
—¿Y bien? —insistí.
—¿No te has dado cuenta de que tenemos un enorme espacio en nuestro hogar? ¿Notas la falta de presencia infantil?
En ese caso, fui yo la que se asombró con sus palabras, y no por el hecho de que no me gustase la idea de tener hijos, sino por lo inesperado de su respuesta. Además, era evidente que le afectaba esa mortificación de ser un mal hijo a la vez que consideraba ser papá.
—¿Quieres tener un bebé? —pregunté asombrada.
—Supongo que ya es hora de tenerlo en consideración, ¿no crees? —replicó.
—Sí, supongo que sí, pero…
—No te pediré que lo hagas si no quieres, solo te estoy diciendo que —hizo una pausa—, siento que es momento de dar ese paso… La verdad es que hace mucho que deseo tener hijos.
—Empezamos a ver la vida desde otra perspectiva… Porque en años anteriores, la idea de tener hijos no figuraba entre nuestras prioridades.
—Han pasado muchos años desde entonces, y hemos madurado en comparación con cómo éramos.
—Sí, tienes razón —musité—, pero, ¿sabes qué? No planifiquemos el hecho de tener hijos… Dejemos que las cosas fluyan a su manera, aunque sí tenemos que dejar de usar preservativos.
Axel esbozó una bella sonrisa, mis palabras lo sacaron de ese agobio que en minutos anteriores lo tenía distraído, me sentí increíble por ser una vez más la causante de su felicidad.
Después de desayunar, recogimos la mesa y limpiamos todo lo que ensuciamos. Me seguía sorprendiendo la manera en que nos complementábamos en la mínima tarea que hiciésemos juntos.
Horas después, durante el almuerzo, recibimos la visita de una Verónica emocionada, de hecho, más emocionada de lo normal. Sabía que su alegría no se debía precisamente al cumpleaños de Axel, pero no quise preguntar con la intención de que fuese ella quien revelase el motivo de su emoción.
Axel salió treinta minutos antes de que estuviese lista la comida, y tan pronto la pelirroja lo vio, corrió hacia él y se abalanzó con un abrazo a la vez que cantaba con voz alta el Cumpleaños feliz.
—Ustedes definitivamente parecen hermanos —dije.
Axel frunció el ceño por la manera en que Verónica le demostraba su cariño, aunque no tardó en esbozar una sonrisa mientras que ella seguía cantando desafinada el Cumpleaños feliz.
—Ya tienes veinticinco años, Verónica. Compórtate como una mujer, por favor —reclamó Axel con voz socarrona.
—No seas tonto, da gracias de que tienes una hermana como yo que te quiere tanto —replicó ella.
—Estoy agradecido, gracias por venir… Y bueno, iré a darme una ducha para ayudar a poner la mesa —dijo.
Axel se dirigió a nuestra habitación y Verónica a la sala de estar, donde me pidió que la acompañase para revelarme el motivo de su notable alegría.
—Debiste recibir una gran noticia porque son pocas las veces en que tu alegría supera los límites —comenté al sentarme junto a ella.
Ella no dijo nada, solo esbozó una sonrisa que iluminó su rostro angelical y levantó su mano izquierda para mostrarme que en su dedo anular había un lindo anillo dorado con una piedra preciosa.
—¿Te propuso matrimonio? —pregunté asombrada.
—Ayer, al llegar del trabajo… Luego me llevó a Lucio's, donde pasamos una bella velada… Y cuando llegamos a nuestro departamento, hicimos el amor de la manera más linda y divina que puedas imaginar —respondió con su persistente emoción.
—No me lo puedo imaginar, pero me alegro mucho por ti… Te mereces todo ese amor y la felicidad que estás viviendo con Isaías.
—Gracias, me siento feliz y eres la primera persona a la que se lo estoy revelando… Miranda, eres mi mejor amiga y te quiero mucho.
Verónica y yo nos dimos un cálido abrazo, mientras que yo agradecía por tenerme tan alta estima, incluso mis ojos se humedecieron.
—No llores, tonta —dijo—, al menos no todavía, porque no te he pedido que seas mi madrina de bodas.
Yo la miré asombrada, no lo podía creer, ni siquiera pude expresar la alegría que me causó recibir esa noticia.
Minutos después, mientras conversábamos de los planes que tenía para la organización de su boda, Axel salió de la habitación y respiró profundo; el olor de la comida despertó su apetito.
—¿Y bien? —intervino Axel —, ¿qué se traen entre manos?
—Que te lo cuente ella —respondí—, yo iré a apagar la estufa, ya debe estar lista la comida… Y, Verónica, puedes contar conmigo. Gracias por tenerme en consideración.
Me levanté y fui a la cocina para apagar la estufa y quedarme un rato asimilando las palabras de Verónica. Me sentí dichosa de que alguien me tuviese tanto cariño como ella, pues no tenía la costumbre de tener amigas. Con el paso de unos minutos y en vista de la doble alegría que se vivía en nuestro hogar, decidimos destapar una botella de champaña.
Por la tarde, Axel y yo fuimos a una perfumería que mi tía Alma nos recomendó cuando estuvo en la ciudad. Lugar en el que, con un mes de anticipación, había encargado su perfume favorito.
A él no le gustaba esperar tanto por un perfume, por lo que solía comprar su segundo favorito que sí estaba en el stock de la tienda.
Al salir de la perfumería, nos dirigimos a un centro comercial cercano, donde se entretuvo en una tienda de artículos y ropa para bebés, mientras que yo me dirigí a un sex shop. Tenía previsto en el cierre de ese día destacar con un regalo que dejase a Axel impresionado y satisfecho, razón por la cual compré una sexy lencería roja, un par de esposas y lubricante con aroma a frambuesa.
Tras hacer mi compra, la cual oculté dentro de una bolsa negra para que no notase el logo del sex shop, me reencontré con él en la misma tienda. Se le notaba emocionado y nostálgico ante la cantidad de artículos y ropa para bebés.
—¿Qué compraste? —preguntó al notar la bolsa negra.
—Es una sorpresa —dije, tratando de mantener la compostura ante los pensamientos candentes que se proyectaban en mi mente.
—¿No puedes decírmelo? —insistió.
—Confórmate con saber que te encantará.
—Está bien —musitó—. ¿Sabes? He notado que los precios aquí son accesibles. No sería mala idea empezar a comprar algunas cosas.
—Aún no hemos empezado y ya quieres comprar cosas para un bebé.
—Lo que de momento podríamos comprar… Por ejemplo: la cuna, la pañalera, los teteros y algunos juguetes.
—Se nota que la idea de ser papá te emociona más que tu propio cumpleaños.
Axel esbozó una sonrisa, y tomados de la mano salimos de la tienda, aunque era evidente que se quedó con las ganas de comprar algo. Nos dirigimos a un café y merendamos un delicioso pan dulce con un capuchino mientras hablábamos del compromiso de Verónica.
—No deja de sorprenderme que esa muchacha, con tan solo veinticinco años, ya esté celebrando su segundo compromiso —comentó.
—Tal vez a ella sí le ilusione la idea del matrimonio y todo lo que esto conlleva —supuse.
—Sí, puede que sí… Pero me alegra que esté emocionada y se haya comprometido, Isaías es un buen tipo —dijo.
—El que se merece, quien la trata como a una reina y le reitera a diario lo afortunado que es con el simple hecho de tenerla a su lado… Bueno, eso me dijo ella esta mañana.
Horas más tarde, a las ocho de la noche, Axel me esperaba en la sala de estar para bajar al departamento de Verónica, quien nos había invitado a una cena en honor a su compromiso y el cumpleaños de Axel. Le dije que me diese unos minutos con intención de ponerme la lencería; mi plan era sorprenderlo al volver.
Nunca me caractericé por tener un cuerpo sexy. De hecho, era un tanto delgada y tenía senos pequeños, pero con la lencería, desperté un potencial sensual que jamás me esperé presumir; era la primera vez que vestía con semejantes prendas. Las esposas y el lubricante los dejé debajo de mi almohada, no sabía si les daría uso, aunque estarían ahí en caso de que a Axel quisiese hacerme suya en muchos sentidos, lo cual me excitó un poco antes de tiempo.
Entonces, tras verme unos segundos más en el espejo y admirar mi sensualidad, vestí con ropa cómoda y casual. Me encontré con Axel en la sala, quien también vestía con una apariencia relajada y elegante. Bajamos al departamento de Verónica, y nos encontramos con los familiares de la pareja.
A Axel le asombró conocer a los señores Cárdenas, aunque de señores tenían poco, pues eran casi tan jóvenes como nosotros.
El señor Cárdenas, o mejor dicho Manuel, era una versión masculina de Verónica, aunque en vez de ser pelirrojo tenía una cabellera lacia y castaña. Su esposa, Valentina, una mujer de rostro precioso y una gracia femenina que me hizo recordar a mamá, era la otra pelirroja de la familia.
Además, un jovencito parecido a Verónica se presentó como Luciano, su hermano menor. Era un muchacho atractivo y galante que me regaló un par de halagos.
—Cuando Verónica me habló de ustedes, no pensé que eran contemporáneos con nosotros —le dijo Axel a los Cárdenas—. Me disculpan el abuso, pero, ¿qué edad tienen?
—Axel… Están aquí para celebrar mi compromiso y tu cumpleaños —intervino Verónica.
—No te preocupes, princesa —dijo Manuel—, la gente suele impresionarse de esa manera cuando se enteran de que eres nuestra hija.
—Manu está por cumplir cuarenta y dos años, y yo tengo cuarenta —reveló Valentina, y vaya que nos asombró, pues apenas nos llevaban unos años de diferencia.
—¡Caramba! Eso quiere decir que…
—Sí, fuimos irresponsables en la adolescencia —interrumpió Manuel a Axel con sutileza.
—Casi como mis padres —intervine—, aunque ellos esperaron unos añitos más.
—Bueno, feliz cumpleaños, Axel —dijo con amabilidad Valentina—. Verónica nos habló mucho de ti, dice que te considera un hermano.
—Creo que me podría considerar un tío porque, ahora que sé sus edades, me cuesta verla como una hermanita —replicó Axel en tono de broma.
La familia de Isaías también se nos acercó para felicitar a Axel, siendo esa la forma en que nos unimos en una grata conversación que hizo de ambas celebraciones un momento especial. A fin de cuentas, degustamos una deliciosa cena, brindamos por la felicidad de la pareja, y cantamos el Cumpleaños feliz con la torta que había encargado por la mañana.
La noche terminó para las familias, pero nosotros teníamos mucho que disfrutar, sobre todo Axel, que no esperaba la sorpresa que le tenía. Cuando entramos a nuestro apartamento, fui a la habitación con la excusa de estar agotada. Él fue al baño y yo aproveché de mostrar que, a pesar de no tener un cuerpo despampanante, podía ser muy sexy.
Axel se quedó boquiabierto cuando salió del baño, lo cual me hizo sentir victoriosa al saber que me había salido con la mía. En ningún momento me quitó la vista de encima, y una vez frente a él, lo besé con pasión y la emergente lujuria de la que ya quería ser sumisa.
Nos tumbamos en la cama y dejamos que la faena fluyese entre besos y tactos intensos. La situación aconteció mejor de lo que esperaba. Fue una noche placentera en la que no usamos preservativos por primera vez en nuestra relación.
Tampoco usamos las esposas ni el lubricante, pues la excitación me hizo humedecer antes de lo esperado.
Si bien tenía en mente que fuese rápido, Axel también tuvo en consideración mi placer. Repitió esa acción de recurrir a la previa, de seducirme y hacerme sentir que era la mujer más sexy; tuve un orgasmo anticipado.
Lo importante fue que, en mi momento de complacerlo, acabó dentro de mí, por lo que, más allá del placer que sintió, se alegró a tal punto que me abrazó durante largo rato mientras recuperábamos el aliento. Luego, me dio las gracias por la oportunidad que ya le estaba dando de una posible paternidad, pues esperábamos que ese primer intento bastase para quedar embarazada; me emocionó esa idea.