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Capítulo 23: Ángela

Axel

 

 

 

 

Días después, estábamos en el Espacio de canela celebrando el cumpleaños número veintitrés de Verónica, aunque también celebrábamos el hecho de haber generado una buena suma de dinero con nuestras obras. Mis tres pinturas me generaron unos excelentes ingresos que me permitieron pagar seis meses de renta de un nuevo departamento en el mismo edificio.

Me vino bien establecerme en un departamento más amplio, con una modesta sala de estar, una cocina espaciosa y dos habitaciones, una de las cuales convertí en mi nuevo taller de arte. El resto del dinero lo invertí en algunos electrodomésticos, un bonito juego de muebles, un buen mercado y materiales de buena calidad para seguir trabajando en mis obras.

Verónica, por su parte, obsequió su pintura del Río de las Flores rojas a la señora Aura, pero con Danza de lobos obtuvo una suma de dinero considerable luego de que dos pujadores se debatiesen por más de veinte minutos en la adquisición de la escultura.

Bien podía permitirse vivir con ciertos lujos e incluso invertir en un excelente proyecto artístico, pero prefirió enviarlo todo a sus padres, quienes se habían esforzado bastante con tal de que ella pudiese cumplir su sueño de ser artista.

—Estoy muy orgulloso de ti, Verónica, fuiste bastante considerada con tus padres —dije.

—Sí, es un gesto muy noble de tu parte —continuó Freddy.

—Mis padres han sacrificado mucho por mí, y creo que lo correcto era retribuirles parte del apoyo que me han brindado —dijo Verónica.

—Hiciste bien —aseguré—, pero debiste dejar un poquito para nosotros.

Ambos rieron con mis palabras, aunque cruzaron miradas cómplices. Incluso se ruborizaron cuando los miré fijamente.

—¿Qué traen ustedes entre manos? —pregunté.

—Eh…, bueno…, son dos cosas que queremos decirte desde hace unos días —respondió Verónica con nerviosismo.

—Tengo la certeza de saber una de esas cosas —repliqué—, así que dime lo otro que supongo es menos importante.

—No es menos importante —intervino Freddy—, tiene que ver con tu salud, tu condición física en realidad… Es evidente que los roles de canela y los chocolates calientes se empiezan a notar en tu cuerpo.

—Ve directo al punto, por favor —dije con serenidad.

—Queremos proponerte que te suscribas a un gimnasio, al que voy yo de lunes a viernes. Verónica también se suscribirá, así iríamos todos juntos —propuso.

—La cuestión es que tenemos que hablar con el señor Rodríguez para que nos aplace unas horas el inicio de nuestra jornada laboral. Así podríamos ir de siete a nueve de la mañana al gimnasio y luego al asilo —sugirió Verónica.

—Me parece buena idea, pero, ¿tanto se me nota que estoy engordando? —pregunté un poco avergonzado.

—Solo un poco —respondió Freddy—, por eso te propongo a tiempo que vayas a un gimnasio y empieces a llevar un estilo de vida saludable… Con esto no te digo que dejes de darte tus gustos, pero sí que priorices el entrenamiento diario.

—Está bien, y sobre lo otro, Verónica —le dije—, la decisión de volver a vivir con Freddy es tuya.

Ambos se asombraron con mis palabras, pues di en el clavo respecto a la otra información, por eso se mostraron asombrados y un poco nerviosos. Aun así, me dieron las gracias por la confianza, aunque más que todo lo hice por la intimidad que necesitaban tener como pareja.

Además, Freddy era otro muchacho que seguía mejorando a nivel personal, era la voz de la serenidad entre nosotros y demostraba una evolución increíble con el paso de los días.

♦♦♦

Eran las seis con quince de la mañana, comía una banana con avena que acompañaba con un vaso de agua. Me estaba tomando muy en serio llevar un estilo de vida saludable. Era el primer día en que iba al gimnasio, al cual me había suscrito en compañía de Freddy y Verónica. El mismo se ubicaba a cinco cuadras del edificio, por lo que podíamos ir caminando como medida de calentamiento.

Me resultó extraño usar ropa deportiva después de tanto tiempo.

Hacía años que no me ejercitaba. Desde la adolescencia, que entrenaba boxeo y artes marciales.

De repente, sonó mi celular con una notificación de WhatsApp. Era Verónica quien me avisaba su llegada a la recepción del edificio.

Le dije que bajaría por las escaleras a modo de calentamiento, a lo que ella respondió con unos emoticones enfurecidos, pues quería que me diese prisa.

Salí entonces de mi departamento con la vista fija en mi celular, en busca de unas canciones motivadoras para agregarlas a mi lista de reproducción. Esto me llevó casi todo el trayecto mientras bajaba.

Es por eso que cuando llegué al piso tres, no escuché una puerta que se abrió de repente, ya que llevaba audífonos, ni mucho menos me fijé en la persona con la que choqué; caímos torpemente al suelo. Yo intenté levantarme con rapidez y agilidad, pero un mal movimiento me hizo sufrir un doloroso calambre en mi pierna que me impidió la acción.

—¿Acaso no ves, idiota? —reclamó una mujer.

—Lo siento, no te vi —dije en medio de quejas.

—¿Cómo pretendes hacerlo si ibas pendiente de tu celular? —replicó con persistente molestia.

—Tienes razón, lo siento mucho —insistí, aguantando el dolor.

—Deja que te ayude, abuelo —dijo con sorna al tenderme la mano.

El pasillo estaba un poco oscuro, y sumado al dolor, la idea de detallar a esa mujer se me hizo imposible. Así que dejé que me ayudase y ofreciese su apoyo para llegar al ascensor, donde sí pude admirarla mejor.

Tan pronto me centré en ella, el dolor del calambre pasó a segundo plano, pues tal era su belleza que me quedé congelado hasta que se abrieron las puertas.

Cuando salí, olvidando por completo el calambre, caí al suelo tan pronto hinqué la pierna en que lo había sufrido. Freddy y Verónica, y sospechoso que conversaba con ellos, se alarmaron al verme caer, por lo que se acercaron a mí de inmediato para socorrerme.

—Es solo un calambre —dijo la atractiva mujer que me acompañaba.

Freddy, a diferencia de sospechoso y Verónica, mostró el mismo asombro que yo al verla; era muy atractiva como para ignorarla.

—Ni siquiera has empezado y ya te da un calambre —dijo Freddy con voz socarrona.

—Ha sido por un mal movimiento, idiota —repliqué.

—Por lo que veo, van todos a entrenar, salvo tú, Agustín, por supuesto —intervino la mujer.

—Sí, iremos a un gimnasio —respondió Verónica—, y discúlpame el abuso, pero, ¿quién eres? Es la primera vez que te veo en este edificio.

—Ah, mucho gusto, mi nombre es Ángela… Me mudé hace unos días acá y bueno, recién hoy retomo mis rutinas de ejercicios, aunque yo suelo entrenar al aire libre —dijo al presentarse.

—Yo soy Verónica, es un gusto conocerte… Y en vista de que ya conoces a Agustín, me tomo el atrevimiento de presentarte a Freddy, mi novio, y a Axel, mi hermano, aunque ya parece que lo conociste y… ¿Está en las nubes? —se preguntó, confundida.

—¡Tierra a Axel! ¡Tierra a Axel! —exclamó Freddy en tono de broma.

En ese periodo de tiempo, en que caracterizada por su simpatía y capacidad para conectar con la gente, Verónica conversaba con Ángela, yo me quedé divagando conforme admiraba a mi nueva vecina. Por suerte reaccioné con la intervención socarrona de Freddy, a quien fulminé con la mirada mientras que sospechoso sonreía.

—Creo que me vendría bien suscribirme a ese gimnasio —comentó Ángela—, así aprovecho de conocerlos y hacer mis primeras amistades en Ciudad Esperanza.

—¡Genial! —exclamó Verónica emocionada, quien luego me miró de soslayo y esbozó una sonrisa traviesa.

—Bueno, señoritas y señor, vayámonos a nuestra jornada de necesario entrenamiento —intervino Freddy.

—¿Y no piensas ayudarme? —le pregunté a Freddy indignado mientras señalaba mi pierna.

Él esbozó una sonrisa y me pidió que me recostase para proceder con un excelente ejercicio de estiramiento que me ayudó a persuadir el calambre. Sin embargo, Freddy recomendó que, al llegar al gimnasio, me centrase en ejercicios cardiovasculares hasta que mi cuerpo se adaptase a las nuevas aptitudes que formarían parte de mi rutina diaria.

Creí que durante el trayecto tendría la oportunidad de hablar a solas con Ángela, a quien seguía admirando desde la distancia mientras conversaba con Freddy y Verónica. El encanto de la pelirroja hizo que mi nueva vecina se quedase un buen rato a su lado, hasta que, de repente, aminoró su marcha y dejó que alcanzase el ritmo de su caminata.

—Mucho gusto, Axel —dijo con amabilidad—. Fuiste el primero con el que me topé, pero el último con quien me estoy presentando, qué ironía, ¿verdad?

Mi corazón latía a una velocidad alarmante, pensé que me daría una taquicardia.

—El gusto es mío —musité.

—¿Cómo dices? —preguntó ella.

—El gusto es mío —repliqué con fingida serenidad.

Ella se extrañó con mi comportamiento, aunque luego esbozó una sonrisa; tal vez comprendió que me tenía a su merced.

—¡Ya llegamos! —exclamó Verónica cuando nos acercábamos al gimnasio—. Yo iré con Freddy al segundo piso. Es donde están las cuerdas. Me encanta saltar.

—¿Puedo saltar a la cuerda? —le pregunté a Freddy, que sonrió con malicia cuando cruzó miradas en complicidad con Verónica.

—Yo te recomiendo que uses la caminadora y la configures para una caminata rápida de diez kilómetros. Después me encargaré de asesorarte —respondió.

—Yo te acompaño, Axel —intervino Ángela.

Otra vez, mi corazón se aceleró a un ritmo alarmante y, a la vez, me puse nervioso ante la idea de pasar tiempo con una mujer que consideré inalcanzable.

Aun así, tuve la voluntad para irme con Ángela al área de caminadoras, donde me ayudó a configurar una de estas y establecimos una conversación forzada que, poco a poco, se hizo amena.

—Y bien, ¿a qué se debe el honor de tenerte en esta bella ciudad? —pregunté con poca sutileza.

—Vine para mi refuerzo profesional, soy periodista egresada de la Universidad Central de La Pascua, y aquí, o mejor dicho, en la católica —Universidad Católica de Ciudad Esperanza—, haré una maestría en Periodismo de Investigación, que empiezo el próximo lunes.

—¿La Pascua? —pregunté con asombro—, sí que vienes de lejos.

—Los Olivos no quedan muy cerca que digamos —replicó.

—Yo no soy de Los Olivos, aunque sé por qué lo dices… Cuando Verónica dijo que soy su hermano, es porque me considera como tal, pero no compartimos lazos sanguíneos.

—Ah, ya, entiendo… Entonces, ¿eres de Ciudad Esperanza?

—No, soy de Río Grande.

—Está un poco cerca —dijo—, y tú, ¿a qué te dedicas?

—Soy artista plástico.

—¿En serio? —preguntó con un dejo de asombro—, ¿en qué te destacas más? Yo personalmente adoro la pintura.

—Precisamente en la pintura es donde destaco, de hecho, tengo una maestría que obtuve en la Institución Nacional de Bellas Artes.

—¡Vaya! Eso sí que es interesante —dijo—, y permíteme que te haga esta pregunta, Axel, pero, ¿por qué no me miras a los ojos cuando te hablo?

Ángela parecía un tanto indignada cuando me hizo la pregunta, como si el hecho de no mirarla representase una ofensa a su belleza.

—Lo siento, no es mi intención parecer grosero, es solo que…

—No lo digas, sé que soy feísima—me interrumpió con sarcasmo.

—Ni con sarcasmo se puede aceptar que insinúes tal cosa —respondí.

—Pues, fíjate que me han dicho que soy fea varias veces, y no precisamente una mujer.

—Quienes te dijeron eso, supieron que eres inalcanzable para ellos, por ende, más sencillo se les hizo intentar ofenderte… Mi opinión personal es que hacía mucho tiempo que no veía a una mujer tan hermosa como tú, y esto lo digo sin intención de coqueteo.

—¡Caramba! ¿Tan altas son tus expectativas respecto a la belleza de las mujeres?

—Bueno, yo tendré malos ratos, pero no malos gustos.

Por unos segundos, Ángela dejó escapar una risa que me hizo sentir dichoso.

Sin embargo, esto también hizo que unos instructores nos mirasen con recelo. Entre ellos, uno se acercó a nosotros con el ceño fruncido e intenciones poco amistosas.

—Al gimnasio se viene a entrenar, no a flirtear —me dijo con su fingida, pero imponente voz.

—¿Flirtear? —pregunté confundido.

—Sí, idiota, ¿acaso eres sordo? —replicó enfurecido, las venas se le marcaban en la frente.

—Oye, amigo, cálmate, no estaba flirteando, solo le dije algo gracioso a mi amiga —respondí.

Tal parece que escuchó todo lo contrario, pues me tomó con tal fuerza del brazo que me hizo daño.

—Te dije que aquí se viene a entrenar —sentenció.

Sabía que tenía que respirar profundo y zafarme de su agarre, pero que creyese que estaba asustado por su tamaño y complexiones físicas, me hizo perder un poco la paciencia. Así que, tan pronto me zafé, lo empujé con todas mis fuerzas, aunque apenas lo moví; era bastante fuerte.

Sin embargo, lo que el instructor no se esperaba era que mi empuje lo alejó a la suficiente distancia como para que tropezase con una caminadora y cayese de forma graciosa.

Sus colegas de inmediato se acercaron a él y lo ayudaron a levantarse, mientras que el resto de las personas nos reímos de su caída. El instructor enrojeció y me miró con intenciones asesinas, y tensó tanto su mandíbula que lo creí capaz de romper sus dientes.

Entonces, como si fuese un toro, anunció con su cuerpo que quería embestirme; fue fácil deducir su ataque.

De pronto, inició su corta carrera hacia mí, al mismo tiempo que las mujeres presentes dejaron escapar un grito de preocupación y los hombres se pusieron en posición para impedir que una posible golpiza en mi contra pasase a mayores.

—¡Olé! —exclamé al evadir su ataque.

El instructor volvió a tropezar con una caminadora, y en esa ocasión sí se lastimó, pues hizo muecas de dolor y tanteó por unos segundos su hombro derecho. A pesar de ello, se levantó e intentó atacarme de nuevo, pero sus colegas lo retuvieron y se lo llevaron a otro lugar.

Mientras tanto, Ángela y yo volvimos a las caminadoras con la intención de seguir con nuestra rutina, aunque justo antes de continuar la marcha, un equipo de seguridad me pidió que abandonase el gimnasio.

Ángela me acompañó afuera para esperar a que Freddy y Verónica saliesen; no sabíamos si estaban al tanto o no de mi altercado. La joven pareja salió al cabo de unos minutos, ella preocupada por mí y él mostrándose confundido, detallando mi cuerpo en busca de moretones o alguna herida.

—Escuchamos que alguien se peleó con un instructor, pero no teníamos idea de que habías sido tú —comentó Freddy.

—¿Cómo se enteraron? —preguntó Ángela.

—Fuimos al área de las caminadoras y no los vimos, y cuando le preguntamos a unas chicas por ustedes, nos dijeron que el equipo de seguridad había sacado a Axel —respondió Verónica.

Yo no dije nada por la vergüenza que sentí con ellos, más que todo cuando el gerente salió para notificarme que me expulsaban del gimnasio sin derecho a un reembolso.

—¡Eso no es justo! —reclamó Freddy.

—Lo mismo dicen los usuarios que defienden al caballero, pero Fabián —el instructor— es amigo cercano del propietario del gimnasio y creyó su versión de los hechos.

—Todos saben lo fastidioso que es Fabián —reclamó Freddy—. No nos parece justo que lo apoyen de esa manera, cancelaremos nuestra suscripción al gimnasio, así no vale la pena venir a entrenar con un fortachón adicto a los esteroides hostigándonos.

—Si es su decisión, señor Tremaria, está en su derecho.

Tanto Freddy como Verónica y Ángela regresaron al gimnasio para cancelar su suscripción. Cuando salieron, acordamos hacer ejercicios en el parque central, mientras que de camino al mismo, Ángela contaba, en medio de risas, la manera en que evadí el ataque del susodicho instructor.

Una vez que nos establecimos en el parque, seguimos una rutina de ejercicios que Ángela nos sugirió, misma con la que Freddy alegó sentirse de maravillas, Verónica exhausta, y yo un costal humano tirado en el césped mientras recuperaba el aliento.

—Por eso te dije que era buena idea que entrenases, Axel… Estás fuera de forma —comentó Freddy con voz socarrona.

—¡Púdrete, imbécil! —reclamé a duras penas.

Los tres rieron con mi reacción, pero luego me ayudaron a levantar y Freddy me propuso un ejercicio de respiración que me permitió recuperar el aliento. Minutos después, al hidratarnos, cuando se despidieron de nosotros, Verónica comentó que no iría al asilo para apoyarme, pidiéndome que le notificase al señor Rodríguez su ausencia..

—¿Trabajas en un asilo? —preguntó Ángela cuando los muchachos se fueron.

—Podría considerarse más bien una labor social —respondí.

—¿Cómo así? —inquirió.

—No recibo remuneración por lo que hago —respondí.

—¿Eso es injusto o vas por cuenta propia?

Le conté a Ángela la manera en que llegué a pedir empleo en el asilo para que pudiese comprender que le debía mucho al señor Rodríguez. Ella se asombró con la historia, y se conmovió cuando le hablé de las cosas que enfrenté con tal de seguir luchando por un sueño que me vinculaba a una mujer a quien ya no recordaba con frecuencia.

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