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Capítulo 13: Problemas con la ira  

Axel

 

 

 

 

Pasaron varios días desde que me despedí de Miranda en la terminal de Puerto Cristal. No fue fácil estar con ella durante toda una semana sin poder permitirme sucumbir a mis sentimientos y deseos. Sentí que, más allá de la comprensión, debía respetar el dolor y la pérdida que enfrentaba.

Me hubiese encantado quedarme más tiempo, pero tenía compromisos con el señor Rodríguez y también enfrentaba mi propio aprieto con la falta de un salario.

Tenía varios mensajes de texto de Verónica en mi celular, invitándome a pasar la tarde con ella y Freddy, aunque la mente apenas me daba para solicitar un empleo y mis compromisos en el asilo.

Las ofertas laborales en las áreas de limpieza y parqueo fueron las que más me ofrecieron, y no es que me incomodase la idea de ser conserje o parqueador, pero los salarios no me convencieron, y menos cuando tomaban en cuenta que solo podía trabajar medio turno.

Me desesperaba un poco mi situación, pues se acercaba la fecha para pagar la renta del departamento, y el dinero que me quedaba no me alcanzaba. Los ahorros que con tanto esfuerzo había reunido durante años ya se me estaban agotando y no tenía a quien recurrir para pedir un préstamo; el señor Rodríguez no era opción porque ya bastante estaba haciendo por mí.

A pesar de todo, y por cosas de la vida, durante la tarde fresca de un miércoles, mientras descansaba en el Parque del Centro bajo el árbol de las hojas caídas, me topé con alguien que no esperaba volver a encontrarme.

Dibujaba a un par de perros recostados cerca del estanque, era una de las formas en que me relajaba para poder reflexionar respecto a mi situación. Estaba oscureciendo y dependía apenas de la luz del farol ubicado al lado de la banca, aunque eso poco me importó, pues quería terminar mi dibujo ese mismo día. 

Tan pronto culminé mi dibujo y le puse mi firma, limpié mi rostro con un pañuelo y me levanté para estirarme un poco. No pude evitar suspirar profundamente ante la impotencia que retornó tras recordar que mi realidad era una mierda.

En ese instante, escuché a lo lejos la risa de un niño, y al percatarme de dónde provenía, noté que una mujer iba de pasada junto a su hijo.

Cuando miré quién era aquella elegante y atractiva rubia, de larga cabellera sujetada con una coleta, rostro precioso, impactantes ojos verdes esmeralda y una sonrisa que me atrapó por instantes, no pude evitar saludarla con un dejo de asombro y mucha emoción. 

—¡Doctora Di Francesco! —exclamé.

Ella se detuvo y tomó la mano de su hijo, precavida y a la vez temerosa.

—Usted no me recuerda, ¿verdad? —pregunté.

—Honestamente, no, pero siento que he visto tu rostro antes —respondió sin soltar la mano de su hijo.

—Permítame que le refresque la memoria —dije—. Mi nombre es Axel Lamar, ¿recuerda? Usted me defendió de la demanda de Francisco Mendoza.

—¡Ah, sí! Es cierto —exclamó, y así se sintió más confiada—, ¿cómo le ha ido, señor Lamar?

—Llámeme Axel, por favor… Y bueno, ¿por dónde empezar? —respondí—, digamos que bien para no entrar en detalles.

Ella dejó escapar una risa breve y soltó la mano de su hijo, que intentaba zafarse de su agarre.

—¿Para no entrar en detalles? —preguntó.

—Es que desde que fui liberado, gracias a usted, por supuesto, no he dejado de enfrentarme a más problemas. No sé si esté consciente de la influencia que tenía Mendoza en el gobierno y las autoridades.

—Pues, estoy consciente, ya que no me daban las oportunidades laborales que merecía porque Mendoza promovía a un sobrino suyo. Sin embargo, después del escándalo y la dimisión del antiguo Fiscal del Estado, empecé a recibir un mejor trato e incluso una gran oportunidad laboral que no rechacé.

—¡Qué bueno, doctora! Me da gusto —dije.

—Me puedes tutear, sabes que me llamo Bianca.

—Sí, muy bonito nombre.

Estuvimos conversando durante unos cuantos minutos, y la verdad es que me vino muy bien su simpatía. Se sintió grato compartir tiempo con alguien, además de Miranda, que tenía una idea de lo que estaba viviendo en ese entonces.

—¿Qué es eso? ¿Un bloc de dibujo? —preguntó.

—Ah, sí, me gusta distraerme un poco dibujando —respondí.

—¿Eres artista? —inquirió con un dejo de curiosidad.

—Licenciado en Artes Plásticas.

—¡Fantástico! —exclamó—. ¿Puedo echarle un vistazo?

Asentí y le entregué mi bloc, donde había varios dibujos hechos a carboncillo y en los que capturé, de entre tantas cosas, el jardín del asilo, el estanque del Parque del Centro, el rostro de Miranda y una tarde lluviosa desde el Espacio de canela.

—Vaya, pero qué talento —dijo asombrada.

—Gracias, es muy amable al mencionarlo —respondí.

—¡Quiero ver, mami! ¡Quiero ver! —exclamó su hijo de repente.

El niño le quitó el bloc de las manos y empezó a ojearlo sin cuidado alguno; temí que rompiese las hojas. Bianca intentó quitárselo, pero con una hiperactividad impresionante, este comenzó a correr por el parque mientras reía.

La parte divertida de ese momento fue que aquellos perros que estaban cerca del estanque enfurecieron con el ruido que el niño provocaba y empezaron a perseguirlo, razón por la cual tuve que intervenir en su ayuda, aunque actué demasiado tarde.

Bianca no lo podía creer, y aunque perdí todos mis dibujos, no pude evitar reír con una carcajada al mirar la manera en que el niño se protegió; se lanzó al estanque sin soltar mi bloc.

Entonces, espanté a los perros y ayudé al niño a salir del estanque mientras su madre lo regañaba por su inquietud y haberle quitado mi bloc, aunque le pedí que no se preocupase, después de todo solo eran dibujos. 

—¡Cuánto lo siento! De verdad… Estos niños de ahora son demasiado hiperactivos —exclamó Bianca con vergüenza.

—No te preocupes, lo bueno es que no pasó nada malo —dije para calmarla.

—¿Nada malo? ¿Y tus dibujos, qué? —replicó.

—No te preocupes, solo eran dibujos —respondí calmado.

Me tomó varios minutos tranquilizarla, y su hijo desde entonces se quedó quieto, ni siquiera habló durante el resto del encuentro.

—¿Viven muy lejos de aquí? —pregunté para distraerla.

—A cuatro cuadras de aquella panadería —respondió, señalando hacia un establecimiento bastante concurrido.

—Si gustas, los acompaño. Yo vivo en aquel edificio —señalé hacia el mismo—. Me vendría bien caminar un poco.

—Gracias, eres muy amable.

Entonces, nos dirigimos a la casa de Bianca y le presté mi suéter a su hijo que temblaba por el frío. Estuvimos hablando de todo un poco, hasta que comentó que hacía un par de meses que se había divorciado.

—¡Vaya! Lo siento mucho —musité.

—Ah, no te preocupes, ya eso está en el pasado —dijo, restándole importancia.

—Yo tengo un antecedente penal —revelé de repente—, fue lo último que me hizo Mendoza antes de irse del país.

—¿En serio? —preguntó con un dejo de asombro—. Entonces es cierto el rumor de la creación y manipulación de antecedentes penales.

—¿Cómo dices? —repliqué.

—Antes de tener un buen puesto laboral en la fiscalía y trabajar en conjunto con la Policía Nacional, escuché varios rumores de personas a las que les había llegado un correo anónimo con un documento adjunto, mismo que eran antecedentes penales emitidos por el propio fiscal… Claro que eso quedó en un simple rumor, pero es verdad, después de todo.

—¡Caramba! Entonces Mendoza tenía al país en sus manos… Bien pudieron ser unos supervillanos como en las películas de El caballero de la noche.

—Muy gracioso —dijo —, pero hablando seriamente, que tengas un antecedente penal ha afectado tu perfil laboral, ¿cierto?

—En efecto, hace un buen tiempo que estoy desempleado y, si no me pongo las pilas, puedo terminar en la calle.

—¡Es una injusticia! Y una pena que tu caso se me escape de las manos, pero, ¿hay algo en lo que pueda ayudarte?… ¡Ah, por cierto, llegamos!

Nos detuvimos frente a una acogedora casa blanca. Rodeada de muros bajos con rejas negras que le daban un aire de elegancia a su entrada.

Gran parte del patio delantero estaba cubierto de césped, salvo por un camino de gravilla blanca que guiaba a los visitantes hasta la puerta principal. Cerca de los muros laterales, había arbustos finamente podados, embellecidos estos con flores violetas y amarillas.

—Linda casa —dije impresionado—, y aprecio que me quieras ayudar. Sin embargo, no quiero abusar de tu amabilidad nuevamente, ya has hecho mucho por mí al sacarme del apuro en el que estuve.

—Dime una cosa, Axel, ¿qué tal se te da la tutoría? —preguntó, ignorando mis palabras y abriendo la reja de la entrada.

—Se me da bien, de hecho, soy profesor en un asilo de ancianos, pero obviamente no cobro porque es parte de mi labor comunitaria —respondí, alterando un poco esa realidad.

—Qué bueno, porque tengo una membresía en el club Ítalo y podría hablar con los demás miembros, o mejor dicho, sugerir que abramos un programa de clases de arte para nuestros hijos… Podríamos ofrecerte un buen salario, la mayoría de los empleados cobran muy bien.

No pude responder al momento, porque me costó asimilar que se me presentase una oportunidad así de rápido; supongo que estaba malacostumbrado a las desgracias.

—¿Y bien? ¿Qué opinas? —preguntó.

—Me parece una idea maravillosa, pero solo podrían contar conmigo a partir de las dos de la tarde, estoy disponible todos los días.

—Ah, no te preocupes por eso… Solo serían los fines de semana.

—Bueno, en ese caso sí tendrían total disponibilidad de mi tiempo.

—¡Perfecto! Dame tu número de contacto y ten mi tarjeta por si quieres saber más información de nosotros… Yo te llamaré para confirmarte si hay acuerdo, o no, con los miembros del club.

Le di mi número de contacto y agradecí su consideración. Fue una gran noticia que me terminó de alegrar la noche. Luego, después de reiterar mi agradecimiento, me despedí de ella y de su hijo; su nombre era Richard, irónicamente.

De camino a mi departamento, pasé por el Espacio de canela y pedí un rol de canela para llevar; no vi a Diego porque era su día libre.

Al salir de la pastelería, me topé con Freddy y Verónica, y me hubiese alegrado si no notase un comportamiento extraño en ellos.

Verónica fingía muy mal su serenidad y se mostró más parlanchina que nunca. Mientras que Freddy, quien al verme le había soltado el brazo, se le notaba nervioso y apurado, incluso fue grosero conmigo, pues me dijo de mala gana que me quitase de su camino; eso me preocupó.

—Freddy, ¿estás molesto? ¿Puedo ayudarte en algo? —pregunté.

Freddy negó con la cabeza, pero tensó la mandíbula.

—Solo está un poco molesto —reveló Verónica—, pero hasta yo lo estaría, Axel… Lo hicieron molestar en el entrenamiento.

—Entiendo —dije, y luego fijé mi vista en él—. Oye, amigo, si quieres conversar un rato para relajarte, puedes contar conmigo, solo trata de respirar profundo y…

—¡Queremos que nos dejes solos, Axel! —exclamó al interrumpirme. Yo me sobresalté.

—Solo quiere ayudarte —intervino Verónica, nerviosa.

—Mira, Axel, lamento haberte gritado… Pero todo está bien, recuerda que sigo un programa terapéutico y conozco los métodos para controlar la ira, por eso vine con Verónica a tomarnos un café —dijo. Su voz sonó calmada.

—Está bien, pero si me necesitan, no duden en llamarme… Vivo aquí cerca y nada me costará venir de nuevo —dije para seguirle la corriente, pues sonó poco convincente su disculpa.

Fingí despedirme y di algunos pasos hasta esconderme detrás de unos vehículos estacionados frente a otros establecimientos. Así pude notar que Freddy había mentido, pues en vez de entrar al Espacio de canela, se dirigió a un callejón, contiguo a una floristería.

«Esto no es bueno», pensé aterrado, por lo que inicié un seguimiento hasta llegar al callejón y esconderme detrás de un contenedor de basura.

Ellos se detuvieron cerca de otro contenedor y, por lo poco que pude escuchar, entendí que la razón de la molestia de Freddy era un supuesto coqueteo de Verónica con un chico de su universidad.

—Yo te escuché, perra, fuiste muy clara con que querías ir a su casa… ¿Qué maldita necesidad tienes de visitarlo si hay bastantes lugares públicos para estudiar? —reclamó Freddy.

Más allá de la forma en que alzó su voz y vociferó blasfemias, le di un punto de razón a Freddy, aunque no me dejé llevar por eso y esperé a escuchar la respuesta de Verónica.

—Yo no acepté ir a su casa, ni siquiera me diste tiempo de responderle… Además, no tenías por qué golpearlo, es solo un chico de primer año que admira lo que hago —replicó Verónica.

—Es un imbécil que se quiere acercar a ti para…

—Freddy, piensa bien lo que dices —dijo Verónica con calma al interrumpirlo —. No todos los hombres se me acercan para…

—¡Cállate! No me interrumpas cuando hablo —exclamó—, he soportado muchas tonterías tuyas, pero ya es hora de que me empieces a respetar.

Entonces, se escuchó el impacto de una bofetada, y no tenía que ser inteligente para saber quién lo había recibido. Así que salí de mi escondite y avancé veloz para dar cuanto antes con ellos.

—Freddy —musitó Verónica con voz quebrada.

Verla tan vulnerable me causó impotencia, no entendí la razón por la cual una chica tan sensata y dulce estaba con un chico tan inestable como él. Al principio pensé que era por el atractivo de Freddy, pero no creí que Verónica fuese superficial. 

—¿Freddy, Cómo puedes caer tan bajo? —pregunté indignado.

—¡Axel! —exclamó Verónica con un dejo de emoción.

—Axel, no te metas… Esto es entre Verónica y yo —sentenció Freddy. Su tono de voz cambió de inmediato.

—¡Eso no te da el derecho de golpearla! —reclamé.

—¡Es mi novia! —replicó él, volviendo a alzar su voz—. Tengo todos los derechos que se me den la gana.

—Freddy, tranquilízate, por favor, no tienes por qué dejarte llevar por la ira —dije.

Intenté razonar con él, mientras que Verónica nos veía con miedo y nerviosismo.

—¡Vete a la mierda, imbécil! —exclamó Freddy—. ¡No necesito tu maldita ayuda!

—¿Así van a ser las cosas, Freddy? —pregunté con voz retadora—. Entonces ven y golpéame a mí, supongo que eso servirá para desahogarte.

—Si eso quieres, maldito metiche, con gusto lo haré.

Freddy caminó hacia mí confiado y empuñando sus manos, aunque ya sabía que la situación estaba a mi favor, pues lanzó un potente y predecible puñetazo que esquivé con facilidad.

Aprovechando su costado derecho descubierto, le propiné dos golpes al hígado que lo hicieron retorcerse y retroceder, y tan pronto dejó de cubrir su rostro, lancé una certera patada a la cabeza que lo noqueó de forma fulminante; no dejaba de asombrarme la pésima defensa de Freddy.

—¡Freddy! —exclamó Verónica, aterrada y preocupada.

—¡Quédate donde estás, Verónica! —advertí —, lo siento mucho, pero él se lo buscó… Y en vez de preocuparte por él, procura llamar a la policía.

—¿Para qué? —preguntó confundida.

—Para que lo detengan… ¡Por Dios! Tu mejilla ya se está poniendo morada.

—Pero no quiero que vaya a la cárcel.

—No irá a la cárcel, pero es imperativo que realices una demanda para que le abran un expediente… Es más, te aconsejo que termines tu relación con él.

—No quiero terminar con él —musitó antes de romper a llorar.

—¡No seas tonta, Verónica! Ya viste de lo que es capaz, y según escuché, él creyó que coqueteabas con otro chico… Además, me mentiste frente a la pastelería para defenderlo, ¿no consideraste que protegiste a tu agresor?

Verónica no dijo nada, tan solo sacó su celular y llamó a la policía, quienes se presentaron al cabo de media hora.

Yo tenía retenido a Freddy, que había recuperado la consciencia y no dejaba de insultarme. Su fuerza fue fácil de contener, aunque supongo que saber artes marciales, en especial jiujitsu brasileño, me facilitó la tarea de retenerlo.

Por otra parte, tan pronto los agentes tomaron la declaración de Verónica, a quien le aconsejaron realizar una denuncia en la fiscalía, esposaron a Freddy y se lo llevaron.

Verónica y yo nos quedamos a solas en el callejón, y cuando le sugerí que volviese a casa, rompió a llorar de nuevo.

—Tranquila, no pasará nada malo, solo tienes que ir con cuidado de ahora en adelante —dije con sutileza.

—No es eso lo que me pone mal, es que no tengo a dónde ir, yo vivo con Freddy —reveló.

—¡Ah, caray! Eso sí que me toma desprevenido. Supongo que tienes dinero para alquilar un departamento, ¿verdad? —pregunté, previendo que su respuesta sería negativa.

—No —musitó.

—¡Mierda! —exclamé—. Bueno, déjame consultar algo antes de ayudarte.

Me tomé el atrevimiento de llamar a Bianca para consultar por el tiempo que retenían las autoridades a un maltratador de mujeres; se asombró un poco cuando le hice la pregunta.

—¿En qué andas metido, Axel? ¿Más problemas? Apenas nos despedimos hace un rato —preguntó Bianca.

—No, es para ayudar a una amiga —respondí sin dar detalles.

—Bueno, depende de las circunstancias… Si es un delito menor, el agresor puede pasar de tres a seis meses detenido.

—Entiendo, mi amiga recibió una fuerte bofetada por parte de su novio hace unos minutos, ella llamó a la policía y denunció el ataque, ¿crees que procedan hoy mismo? —pregunté.

—Si funges como testigo, ella muestra evidencia y las autoridades se basan en el cuarto artículo de La Ley para la Protección de las Mujeres, lo cual harán, te aseguro que no verán a ese tipo por un buen tiempo.

—No vi cómo la abofeteó, pero sí lo escuché… Tiene un moretón en su mejilla, ¿es evidencia suficiente, verdad?

—Más que suficiente, dile que no se preocupe… Y si necesita asesoramiento legal, puede contar conmigo.

—Se lo comentaré, Bianca, muchísimas gracias… Y disculpa el abuso de confianza.

—Tranquilo, es mi deber moral prestar mis conocimientos en pro de los desprotegidos, buenas noches.

Verónica me miró alterada y curiosa, y sin dejarme decirle una palabra al respecto de mi llamada, preguntó:

—¿Qué pasará?

—Pues…, tal parece que no veremos a Freddy por un tiempo… Tienes una copia de la llave de su casa, ¿verdad? —repliqué.

—Sí, pero, ¿qué hago? —insistió.

—Bueno, quédate en su casa durante un tiempo mientras consigues empleo y puedas pagar un departamento. En el edificio donde vivo, hay habitaciones a buenos precios.

—¿No me puedo quedar contigo?

—¿Eh? —fue lo único que pudo expresar.

—¿No puedo? —replicó ella. Se le notaba un poco insistente.

Su pregunta me tomó desprevenido, tanto que no pude negarme, aunque le hablé muy claro de mi situación y el poco espacio con el que contaba. Esto no le importó, por eso me acompañó a mi departamento y se estableció desde ese momento; ya con el paso de los días, fuimos buscando sus cosas en el apartamento de Freddy.

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