Amelie sintió como si la esencia misma de su vida hubiera sido drenada de su cuerpo. Al principio se negó a creerlo, pero la seria expresión de Richard era la prueba definitiva de que lo que decía era cierto.
La amante de su marido estaba embarazada. ¿Qué significaba esto para ella?
No sabía cuántos largos minutos había pasado de pie en silencio en la oficina de Richard, su corazón latiendo fuerte en sus oídos. Por fin, tragó pesadamente, intentando deshacerse del objeto afilado e invisible que tenía atrapado en la garganta, y preguntó en voz baja —¿Es tu hijo?
Richard confirmó con un breve asentimiento —Sí.
En ese momento, el corazón de Amelie se hizo añicos, enviando escalofríos dolorosos a través de su cuerpo.
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