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Capítulo 29: Problemas en la fiesta

El chico observó con culpa, yo en cambio lo amenazaba. Supo de inmediato mis pensamientos. Mientras se iba agachado de espalda terminó desequilibrándose y cayó sentado apoyando sus manos detrás.

—Eh… Eh… Me dijeron…

—Explícate bien —lo miré sin dejarlo levantarse.

—Quiero decir… El dueño... Digo Thomas me pidió que cuidara la habitación y que a cualquier ruido extraño le advirtiera.

No pude evitar sonrojarme ante tal declaración. Era como decir que esperaba que hiciera algo con Amandine. Suspiré y cerré la puerta para no despertarla. El chico se disculpó y con una tímida sonrisa recobró la compostura. Era más alto de lo que creía. Era unos diez centímetros más alto que yo. Su personalidad no quedaba con su imagen. Claramente era del grupo de Thomas y Kay.

—Ella está durmiendo —le advertí.

—Está bien. Le avisaré a Thomas.

Descendió las escaleras mientras lo seguía. Arribó directo a donde estaba Thomas, quien luego de charlar terminó mirándome en las escaleras para levantar el pulgar, mostrando su sonrisa. Hice lo mismo menos entusiasmado.

Su grupo era variado, alrededor de donde se encontraba Thomas la mayor parte de la gente eran chicas, que tenían un claro interés en él. Me sentí aliviado de ganarme a Thomas, no quería ser golpeado como Dante. Me pregunto que hizo luego de la paliza. ¿Se habrá ido?

Antes de terminar de bajar vi como la chica que conocí estaba bailando con otra persona. Este era alto y apuesto, al menos desde mi impresión. Diría que pocas chicas podrían bailar con él. Es el lujo que ella se podía dar, bailar con quien quisiera, pues ella también tenía una cara y cuerpo que cualquiera desearía. De alguna manera me sentí desilusionado, mas era de esperar. Así eran las fiestas. Algunos no bailaban con nadie, mientras que otros podían darse el lujo de coquetear, bailar y conversar con quien quisiera. Todo iba acompañado de la confianza y físico de la persona.

En el centro de la fiesta del interior estaban todos. Lie, Elicia, Sion y los amigos en común entre ellos. Todos estaban bailando animados.

El por qué, lo supe cuando llegué.

—¿Quieres una? —me preguntó Lie.

Con la cabeza y tapándola, le rechacé. Eran pastillas. Era seguro que las tomaron. Se notaban diferentes, desorientados y con soltura.

—¿Dónde está Niel?

Fue a fumar con unos amigos. Busqué a todos lados intentando encontrarlo. En vez de encontrarlo, me terminé fijando en que demasiada gente estaba comenzando a consumir drogas, casi al mismo tiempo.

—¿Son tuyas las pastillas?

Le consulté a Lie.

—Sí. Se las compré a un chico en la entrada. Todos estaban yendo porque estaban demasiado baratas.

Entendía que no era algo que pasaba seguido. Al ser legales el precio creció exageradamente. Tenían que pagar impuestos y la demanda solo aumentaba. Era como el alcohol, con su fuerte en los adolescentes y universitarios, los adultos aun las veían de mala manera. Al fin y al cabo, en el fondo era lo mismo que el alcohol, solo que este se normalizó desde mucho antes.

Salí a verificar. Un chico en una zona oscura, estaba repartiéndolas. La gente que se acercaba cada vez era menor. Su manejo era similar al de Dusty. Esperé a que se fueran todos.

—Hola —saludó antes de que alcanzara a llegar—. Disculpa, pero ya no me quedan.

—No hay problema. Vengo a consultar algo un poco diferente.

El chico se alertó. No tenía dudas de que según lo preguntado estaba dispuesto a arrancar en cualquier momento.

—Quería saber cómo conseguiste tantas. Tengo entendido que no te dan más de dos paquetes por persona.

Eso se implementó para no causar sobredosis en gente que nunca los había consumido. Aun así, la gente iba entre varios para conseguir. Sin necesidad de que todos los del grupo la consuman.

El chico dudó antes de responder.

—Lo lamento, pero no creo que lo deba decir.

—Entiendo. Aun así, puedes decirme en donde comprarla tan barata.

—Mira, te voy a ser sincero, no son las drogas que se venden en las farmacias.

Como imaginaban, eran drogas ilegales. Como subieron tanto, de a poco comenzaron insertarse en el mercado negro, al precio que tenían antes y al que estaban dispuestos a comprarla. Sigue siendo más caro que comprar alcohol, por lo que la gente sigue prefiriendo esa opción. 

—Lo imaginaba. Por eso mismo quería saber… Quería saber cómo obtenerlas, las de ahora no pegan nada.

Me refería a que claramente las drogas legales no tienen el mismo efecto que las que prohibieron, por lo mismo.

—Sí, te entiendo. Es lamentable, yo igual caí. Si quieres te puedo convidar las ultimas, me las iba a dejar para mí, pero será mejor venderlas.

Me las ofreció y se las pagué. Si bien no era lo que esperaba, podía tomar ventaja.

—¿Sabes dónde puedo conseguir cuando se me acaben?

—Nosotros vamos a estar en todas las fiestas…

Se dio cuenta de que estaba comenzando a hablar de más, de igual manera, decidió que no era relevante si solo le contaba lo mínimo a una persona.

—Estamos vendiendo pastillas y otras cosas, en cada fiesta vas a ver a alguien de nosotros. Eso sí, solo en las masivas.

—¿Así como un puesto? —pregunté amistoso.

—Exacto. Nosotros las compramos y luego las vendemos casi al mismo precio.

—¿Ganan algo? Por que de verdad que están baratas.

—No es tanto, pero para hacerlo algunas veces a la semana se hace importante.

—Esta buenísimo. Así tienes que estar pendientes de fiestas y todo ¿No?

—Sí. Lo malo es que no se nos permite unirnos a la fiesta en sí, a menos que hayamos vendido todo.

—Tu ya lo vendiste. Ya puedes relajarte y disfrutar.

—Sí, así es…

—Pero quien te dice que hacer. ¿Hay un tipo de superior, jefe o algo?

—Algo parecido, le decimos cuatro. Él nos dice que hacer y a donde ir. Él nos consigue todo.

Ahí es donde quería llegar.

—¿Cuatro? Jaja, suena genial. ¿Es por qué es antiguo o algo así?

—Es por que lleva mucho tiempo en el negocio. Incluso antes de que se volvieran legales. Dijo que la sufrió harto, pero de apoco se recuperó.

—¿Antes de que se volvieran legales? ¿No lo has visto para ver si no es un abuelito? 

—Jajaja. Lo mismo pensé cuando me lo dijeron.

—¿Él se encarga de todo? —pregunté con suavidad, intentando despistar todas las preguntas hechas.

—No. Más bien se encarga de darnos mensajes y cuando llevamos un mes vendiendo, viene con nosotros para ver si lo hacemos como corresponde… —se tomó un tiempo. Decidí no interrumpir para que ambiente lo obligue a hablar—. Una vez me salvó. Alguien le dijo a la policía que estaba vendiendo de la que no están reguladas. Entonces corrí a donde me dijo que fuera en caso de algún problema. Los policías me seguían en vehículo. Él estaba estacionado en un pasaje, tal como me dijo. Pasé por el pasaje con cuidado mientras el tiraba algo al suelo. Me subí y mientras escapábamos por el otro lado del pasaje los policías pincharon los neumáticos. Es como un genio gánster.

—Suena a película. Debe ser genial sentir esa adrenalina.

—Sí que lo fue.

—Y después de eso, ¿lo volviste a ver?

—No, no. Como te dije, solo va una vez para cada novato, aunque no siempre es él quien te acompaña. Yo tuve la suerte de que me tocara él.

Antes de poder continuar con la conversación, un chico que se veía algo mayor para la fiesta, nos interrumpió. Llevaba unos jeans rajados, una chaqueta roja ajustada, cadenas y anillos para hacerse pasar por pandillero.

—¿Qué tal Pancho? —saludó el tipo chocando la palma de la mano y dándole un abrazo— ¿En qué andas?

—Buena, nada, aquí estamos, trabajando como siempre. Estaba vendiendo la ultima bolsa que me queda.

—Increíble. Hey, ¿y cómo vas con lo que hablamos el otro día?

—Perfecto, pronto voy a tener plata para poder pagarlo, así que estoy a full con esto.

La conversación nuestra pasó a segundo plano, de hecho, el tipo que llegó en ningún momento se dirigió a mí, ni siquiera de reojo.

—Bueno, me voy yendo —interrumpí. Era mejor que me marchara antes que se diera cuenta de que soltó la información.

—Nos vemos.

—¿Vas a ir a la fiesta? —le pregunté para ver si luego podríamos entablar una nueva conversación.

—Creo que me quedaré otro rato.

—Okey. Igual trata de no demorarte, la fiesta está en su peak.

—Sí, sí. No te preocupes.

—Ah, y gracias por las pastillas. Me salvaste.

—Jaja. No hay de que.

—Nos vemos.

Me despedí y me apresuré en irme.

—¿Quién era? —preguntó el tipo de chaqueta roja.

Con cada paso la conversación que tenían se hacía más lejana.

—El chico que le acabo de vender las ultimas.

—¿Lo conocías?

—No

—¿Y su nombre?

—No sé. Me olvidé de preguntarle —racionalizó el vendedor, entonces intentó gritar para alcanzarme—. ¡Hey!

Hice como que no escuché por lo lejos que estaba. Mientras ingresaba a la fiesta, me mesclé con la gente. Estaba claro que no persistió, ya que no se oyó otro llamado.

La fiesta continuó. Eran casi las cuatro de la mañana. Algunas personas se comenzaban a ir. Niel comenzó a tomar como loco. A pesar de que no hablamos, podía escucharlo, estaba ebrio. Aun así, continuaba bailando con la primera chica que se le cruzara. Sion también, luego de las pastillas se relajó y comenzó a bailar como nunca. Si bien su rumor de mujeriego y bueno para las fiestas no era muy verdadero, ahora demostraba lo contrario. Lie estaba igual que siempre. No necesitó mucho para hablar con quien se propusiera. Hizo un grupo con Thomas, en donde dejaban a dos personas en el centro para formar parejas casi al azar. No podía distinguir donde estaba Elicia, antes la vi hablando con uno de los amigos de Thomas.

—Hola, disculpa que te molesta. Una amiga mía estaba preguntando por ti —se me acercó un chico de voz femenina.

—¿Por mí?

—Sí. Dijo que quería conocer al chico pelinegro del polerón universitario.

No encontré a nadie vestido así de los que quedaban.

—¿En serio?

—Quiere decirte algo. Me pidió que te mandara detrás del patio.

—Está bien —dije algo cauteloso —. ¿Vamos?

—Lo siento me pidió que fueras solo. Además, no quiero entrometerme —me guiñó el chico

—Supongo iré solo.

Para mi increíble sorpresa, luego de pasar el patio donde llegaba la fiesta, detrás de una casa para visitas o lavandería; no estaba seguro, si apareció una chica.

Era baja. De pelo negro, corto y ordenado. Llevaba lentes e iba vestida super casual. Cuando me vio, se comenzó a poner nerviosa. Se agarró la ropa con las manos.

—Disculpa. Realmente no quería hacer esto.

—¿A qué te refieres? —intenté no asustarla.

—Lo siento.

Dejándome con esas palabras, la chica se fue por la otra parte de la casa. Decidí esperar unos segundos. Al entender que no volvería, me moví listo para irme. Cuando dejé la parte trasera de la segunda casa, choqué con alguien.

—Disculpa —pedí de inmediato.

No sabía de quien se trataba. Al tratar de ver mejor, la figura que tenía en frente me lanzó un puñetazo. Cayó directo en mi boca. Mi cabeza dio vueltas y caí hacia atrás.

—¿Este es el imbécil?

—Creí que sería más rudo.

—Jaja. Tiene cara de bebe a punto de llorar.

Varios chicos agrupados se me acercaron una vez estaba en el suelo. Si no los contaba mal, eran seis, contando al que me atacó. Traté de pararme, pero uno de ellos me empujó de espaldas para volver a caer. Estaba claro que no tenía opciones de ganar, así que traté de darme la vuelta y salir corriendo.

—Jaja. Es un puto cobarde.

—Jajaja. Anda, que no se escape.

Otro del grupo se separó y corrió para terminar golpeándome el estómago.

—Es jodidamente frágil —dijo riendo, al ver cómo me retorcí.

Quedé de espaldas, acostado sobre el pasto. La luz estaba tapada por la casa, así que solo podía ver el cielo y las pocas nubes que tapaban las estrellas.

El que me lanzó la patada se agachó.

—Perdón —susurré apenas por el dolor.

—¿Qué mierda dijiste? —se acercó.

Volví a hablar entre dientes para que no me pudiera entender.

—¡Imbécil! ¡Habla bien!

—Jaja, seguro le rompiste los dientes —reían sus compañeros detrás.

Se aproximó para escucharme mejor. Entonces le sujeté el cráneo y con los pulgares le presioné los ojos. Cuando se retiró para taparse. Me levanté, le sujeté la nuca y lo atraje a mi rodilla que venía del suelo.

—¡¡Hijo de puta!! —chilló para retorcerse en el suelo.

Si iba a golpear a alguien, que se asegurara que no pudiera levantarse. Sus golpes no eran nada comparado con los que había recibido. Aproveché de levantarme. Iba a golpearlo en la cara con el pie, pero lo anticiparon. Uno de los del grupo se me lanzó y me empujó con gran fuerza, me desestabilizó. Me di vuelta en el pasto para ponerme de pie y aguardar.

—Jaja. El idiota se sabe defender.

—Mierda. Eso debió doler.

—¡¡Ah!! ¡¡Jodido imbécil!! Jugaste sucio. Eres un cobarde —reclamaba apoyado de rodillas; en posición fetal, mientras se tomaba la cara.

¿No veía lo irónico que eso sonaba?

—Tranquilo, déjamelo a mí —se acercó uno de los cinco que quedaban para ponerse en guardia—. Le voy a reventar la cara.

Dándose ánimos se me acercó con brusquedad. Retrocedí.

—Jaja, es un puto cobarde.

—Date prisa o iré yo —propuse esas palabras para incomodarlo. Funcionó, se lanzó a golpearme. Esquivé el primer golpe para acertarle una patada en las costillas.

—¡Mierda! —se enfureció

Se lanzó a atacarme sin muestras de reserva. Entonces decidí ir en contra. Así terminamos tratando de votar al otro. Lo alejé lo suficiente para acertarle otra patada en el mismo lugar, eso hizo que retrocediera. A la vez, lo enfureció. No dejé que se recuperara y le lancé la misma patada, se alistó para recibirla. Entonces la desvié a la altura de la cara y giré mi cuerpo. Le llegó con toda la potencia, se derrumbó en seco. Sus compañeros e incluso el chico que aun sostenía sus ojos, se quedaron en silencio para mirar lo que acababa de suceder.

—Mierda. Eso fue duro… Bueno, supongo ya no podemos tenerte piedad. Tenemos que vengar a nuestros amigos, ¿¡no!?

Asintiendo los cuatro se acercaron. Ya que se volvió algo serio. Metí mi mano en el bolsillo que tenía mi pantalón, subí a palanca. Solo tenía que presionar el seguro para abrir la navaja.

—Oigan, ¿no creen que es un poco abusivo un seis contra uno?

—Es cierto. ¡Que poca dignidad!

—Pero, eso significa que podemos involucrarnos.

Las voces detrás de la casa se mostraron.

Los demás se giraron para ver justo cuando mostré la hoja navaja. Como ya conocía las voces preferí guardar el arma. Dejándola en el bolsillo sin alcanzar a cerrarla.

—¿Te encuentras bien Absalon? —preguntó Thomas.

—Creo que tengo unas costillas rotas, nada más.

—Ya veo. ¿No te enojas si nos involucramos?

—No, no veo el problema. Mejor para mí.

Nuestras palabras sobrepasaban el grupo que me asaltó.

—Oye. Es el dueño de la casa, mejor vámonos —le susurraron al que hacía de líder del grupo.

—Mierda.

Antes de despedirse me observó de reojo. Mostrando que no iba a ser la última vez que nos veríamos. Era una amenaza vacía.

—Ven. Te ayudo —asistieron al chico que seguía refregando los ojos para poder ver. Los demás tomaron a su amigo noqueado

—¡Hey! No queremos problemas —ofreció su líder a los nuevos integrantes.

—Pues ya se metieron en uno —les reclamó Thomas adelantándose.

—Realmente no queremos agrandar esto… —mencionó retrocediendo, aun así, no se le notaba asustado—. Y tú tampoco querrás.

Al ver que Thomas no respondió y ante la duda, se marcharon por el otro lado de la casa. Una vez se fueron pude tirarme al suelo, quedando sentado. Hice como que recuperaba la respiración, dejando que mi cuerpo se aflojara.

—Gracias. Les debo una.

—No hay por qué.

Vi al grupo que Thomas traía detrás.

Eran él, Kay, Lie, él chico que me espiaba y otro chico que no reconocí, era el más alto de todos. Ninguno bajaba del metro ochenta, a excepción de la chica que estaba escondida detrás del más alto. Era la misma chica que me encontré antes de que me emboscaran. De alguna manera presentía que ella estaba involucrada, pero a la vez puede que haya sido mi salvadora, no estoy seguro de cual debería ser mi recepción ante ella.

—Les debo una grande —repetí al pensar en que casi saco la navaja.

Lie se adelantó para ofrecerme una mano.

—No hay problema. Somos amigos. Notros te cuidamos la espalda y tú la nuestra —guiño el ojo.

—Jajaja. ¿Porque siempre dices ese tipo de cosas?

—Es porque soy genial. ¡A que si!

—No lo dudo.

Quien respondió fue Thomas.

—¿Eso fue sarcasmo? —reclamó Lie.

—Claro que no.

—Ja, más te vale.

—Jaja, lo que digas —dijo Thomas acercándose—. Por cierto, Absalon, ¿Qué fue lo que sucedió?

—Si supiera te lo diría. Solo me estaba yendo cuando aparecieron y me comenzaron a golpear.

—Mm… —pensó mientras hacía ruidos—. Kay, Ben. ¿Pueden asegurarse de que se fueron de la casa?

—Enseguida vamos —habló el tal Ben, que sobrepasaba el metro noventa.

—¿Tenemos permiso de…

—Si las cosas escalan, me avisan.

Respondió Thomas ante la duda de Kay.

Al irse nos quedamos los cuatro en silencio.

—Por suerte no paso a más. Deberías tener cuidado con eso.

Thomas miró mi pantalón, en donde la figura de la navaja se notaba. La chica seguramente lo malinterpretó ya que se cubrió la cara. La saqué como si fuera algo normal y la cerré para guardarla de donde salió.

—Bien, deberías lavarte la cara —ofreció Thomas

—Pienso lo mismo. Vamos a dentro —dijo el chico que atrapé espiando algo asustado por la navaja.

Lie y Thomas se estaban yendo, al igual que la chica. Al ver que no avancé se detuvieron.

—¿Puedes andar bien? —preguntó Lie preocupado.

—Sí, sí. No tengo problemas. Solo, me quedare aquí un rato.

—No creo que sea lo mejor.

—Es en serio. Quiero estar solo, un momento.

—¿Estás seguro?

—Estaré bien. Solo necesito un rato.

—Si es lo que realmente deseas, no interferiremos —dijo dándose media vuelta—. Vamos.

Con esas palabras de Lie, me dejaron solo. Esperé un rato luego de que se fueran. Entonces reí. Algo me causaba gracia, no sabía que era. Volví a reír, con rencor. Caí al suelo sentado para volver a reír, ahora con desesperación. Las lágrimas salían solas. Traté de detenerlas con mi mano sin beneficio.

¿Qué me sucede?

En los últimos días, no dejé de moverme. De alguna manera, el solo hecho de que me encontraba conmigo mismo por primera vez, me hacía llorar. Tal vez porque necesitaba soltar algo. Quizás por los golpes que recibí. Puede ser solo porque sí. ¿O algo complejo estaban detrás de mis lagrimas? No quería sobrepensarlo, sabía lo que encontraría. Como caí en la ineptitud de no saber de dónde venían, solo reí. Me incliné al cielo buscando una respuesta. Sentía la humedad de mi llanto pasar de las orillas de mis papados, recorriendo el trayecto para llegar a mi cien y caer al suelo.

Me levanté con necesidad de tiempo, esperando que eso evitara la lastima. Al parecer funcionó. Mi mente cambió su perspectiva al blanco. Secándome las lágrimas, comencé a caminar paulatinamente. No tenía tiempo para indagar las cosas que me seguían, ya detonarían en algún otro momento.

A pesar de que pude soltar lo algo, pareciera que era lo mínimo. No sentí ningún agrado de bienestar en mi conciencia, como sucedía en otras ocasiones similares.

De alguna manera me hubiera gustado que alguien hubiera vuelto. Esperé a alguien que nunca llegó, sea quien fuera lo iba a aceptar, pero nadie se presentó. Con eso quede totalmente que convencido.

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