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Capítulo 27: La fiesta de Amandine

Mientras me alejaba de la chica con sentimientos encontrados, me palpaba el labio a ratos, para asegurar que seguía sangrando. Si bien no era mucho. Era lo suficiente para ir a revisar el daño.

Mi misión de llegar al baño de arriba fue interrumpida. En las escaleras se hallaban tres personas. Thomas, quien realizó la fiesta. El chico con gorra de pescador que apenas dejaba ver sus ojos. Y la otra persona era… Apenas me vio, Amandine bajó las escaleras, para terminar sujetándose de mi brazo. Como si fuera una niña pequeña, a la que le acaba de ocurrir algo traumático, se escondió en mí. Los dos chicos que antes la tenían cercana, me miraron con ojos tajantes. Sentí la amenazante aura de ambos. A pesar de que el chico de gorra antes se mostró frágil. Al tenerlo sobre las escaleras mirándome como si fuera el último eslabón de la cadena, me di cuenta de que su figura era demasiado dominante.

—¿Se conocen? —preguntó Thomas con gran peso en su voz.

—Es mi novio —respondió con su cara oculta en mí.

Al escucharla, los tres abrimos los ojos. Mi cuerpo se estaba tensando. Mi instinto decía que me iban a golpear y se estaba preparando.

—Eh… No es así. Solo somos conocidos —traté de explicar nervioso—. Veras, ella a veces, hace este tipo de cosas, pero…

—Tranquilo —suspiró Thomas—. Se cómo es, no te preocupes.

Calmado, bajo unos escalones para posicionarse encima del permanecía.

El chico de gorra no se movilizó.

—Si la viste con el otro, ¿por qué no hiciste nada?

A la vez que lo decía se sacó la gorra. Sus ojos eran celeste claro, demasiado celestes, parecían falsos. No entendía por qué se los cubría.

—No lo sé, creí que no era mi incumbencia.

—Pues te equivocaste. Casi pasa lo peor —dijo con una mirada aterradora.

—¿Ah?

—El chico que iba con ella trató de aprovechar que estaban solos —respondió el dueño de la casa, al ver que no comprendía lo sucedido.

Examiné a Amandine. No sé hasta qué punto eso sea cierto. Bien podía dejarme llevar por los rumores y creer que, de alguna forma, fue su culpa. De todos modos, no sé la realidad de la situación. Será mejor no sacar conclusiones apresuradas.

—¿Dices que Dante trató de abusarla? —pregunté con verdadera atención.

—¿Conoces al chico?

—Sí, va en nuestro colegio.

—Ya veo. ¿Entonces por eso lo dejaste pasar?

No comprendí bien a lo que iba su pregunta, pero responder en este momento me podía jugar en contra de su favorable amistad. Al ver que no respondí Thomas continuó:

—Lo que sucedió. Es que ellos entraron a la habitación a pedido del tal Dante. Tal como viste, Kay se dio cuenta de eso —apuntó al chico de los ojos celeste que aún conservaba la gorra en sus manos, como si fuera a sacar un cuchillo de este—. Me lo hizo saber —continuó Thomas. Lo juzgué entendiendo la razón por la que salió corriendo de las escaleras y asintió con la cabeza—. Y cuando entré, encontré a Amandine forcejeando, mientras que el imbécil se insistía encima de ella.

Mientras contaba esta parte. La fuerza con la que Amandine me agarraba incrementó.

—No le respondí. Insistió sin dejarme hablar.

Mientras su cara estaba apoyada en mi chaleco habló casi sin fuerzas. De tal manera que al parecer nadie comprendió por completo lo que dijo, a mi excepción.

—Bueno. Supongo fue mi descuido. Debí prestar más atención —se disculpó Thomas, por ser el dueño de la casa—. Oye, tienes sangre.

Apenas se dio cuenta, lo mencionó.

—¿Te sucedió algo malo? —preguntó al tener dos tipos de respuesta antagónicas en su mente.

—No me golpearon si es lo que piensas —le sonreí sabiendo su otra posible respuesta.

—Veo que te diviertes —me provocó con simpatía al ver no tenia preocupación.

Al escucharlo. Amandine me dio un pequeño golpe en el costado del estómago. Por suerte era al otro lado de la herida.

—Bien. Te la encargo entonces.

¿Me la encargas? ¿Qué significa eso? No quería andar de niñera, menos en una fiesta.

Dándome un pequeño golpe en el hombro a modo de colega. Me encomendó a Amandine y se marchó en dirección a la diversión seguido del chico que en un instante se montó la gorra. Al haberse marchado decidí subir. Me costó más de lo normal. Una chica se agarró del puño de mi chaleco, casi arrastrando, la tuve que llevar conmigo.

Entré al baño y me revisé. Amandine entró conmigo y enseguida nos encerró bajo llave. Me alerté por un momento, pero al ver que se alejó de mi sentándose en el borde de la tina, me despreocupé de su comportamiento.

Me enjuague con agua. Botando la sangre que quedó en mi lengua. Esperando a que se comenzara a secar, decidí preguntar:

—¿Estás bien? —pregunté observándola de reojo.

—Eso creo —respondió la chica que iba vestida casi igual que Elicia. Con un chaleco tres tallas mayor a la que le correspondía y una falda negra con cuadros rojos que apenas se notaba cuando estaba erguida.

—No comprendí bien lo que sucedió.

—No quiero hablar.

—Bueno…

Iba a continuar intentando conversar. Sin embargo, decidí que quedarme callado era lo óptimo.

Al escuchar que alguien solicitaba el baño del otro lado de la puerta me vi obligado a salir. Saqué el pestillo y al abrir, me encontré un chico con algunos cortes y raspones en la mejilla, el labio superior sangrando y unos ojos humillados.

—Dante —solté sin saberlo.

Pensé que iba a responder, pero en cambio elevó su mirada para considerarme. Sus ojos derrotados se fijaron en mí, de inmediato se encontraron con la figura detrás de mí. Se volvieron amenazantes. Volvió sus pupilas a mí, peguntándome que significaba lo que estaba viendo, me exigía una explicación razonable.

El chico con la ceja sangrando se limpió con la ropa.

—¿Puedo pasar?

Preferí no responder y salí sin volver a mirar atrás. No sé si era lo mejor, creo que a nadie le gustaría que le vieran en esa situación. No, diría que es al revés. Quieres que todo el mundo te vea, que sientan lastima por ti, que seas el centro de las preguntas, que se interesen en ti, pero a mí no me interesaba en lo más mínimo. Era demasiado obvio lo que le pasó en la cara y quienes se lo hicieron.

—Puta —susurró entre dientes.

Se entendió con claridad. Amandine quien aún seguía en el baño lo esquivó por un lado con cuidado de alejarse lo máximo que la entrada se lo permitía, para terminar, fijándose a mí.

—Puedes dejar de seguirme por favor —le pedí una vez llegamos a la barra sin que me soltara.

—No creo que deba.

—¿Ah?

—Lo puedo ver.

—¿De qué hablas?

—De nada

—¿Por cuánto más me vas a seguir? —intenté cambiar el enfoque.

—No te sigo.

—Como que no. Llevas pegada a mi todo el rato.

Podía acercarse a mí, no tenía problemas con eso. Pero la estaba llevando casi a arrastras de mi brazo.

—Te estoy acompañando.

—Lo agradezco, pero estoy bien solo.

—No lo creo.

Me estaba enfadando.

—Bien, como prefieras. Me da igual.

Sabía que seguir discutiendo sería inútil, más considerando el significado de sus palabras. Me acerqué lo que faltaba a la improvisada barra para pedir algo de alcohol, que terminé tomándomelo por completo. Era un 30% alcohol y lo faltante de bebida. Así que no creí que hubiera problemas.

—¿Tú quieres algo?

—No tomo, gracias —respondió mi fiel acompañante.

Antes de retirarme me encontré con Sion. Al verlo un poco agitado, podía comprender que estuvo bailando. Quizás con alguien, al ver lo desordenado que se encontraba su pelo.

—¡Absalo———n! —dijo manteniendo buen rato la o.

—¡Sion!

Estaba excesivamente contento. Debió tomar o ingerido demasiado de algo. Su expresión desapareció cuando vio a quien tenía pegado.

—Oye... ¿Sabes quién es esa chica?

Antes de comentármelo, se acercó a mi otro oído. Fuera del alcance de Amandine. De igual manera era poco probable que no lo haya escuchado.

—Si, lo sé todo. Niel me lo contó.

—Ya veo… Aun así…

—No es por preocuparte, pero vi a dante sangrando en el baño de arriba.

—¿Qué? ¿Dante? Digo ¿Qué le pasó?

—No lo sé, deberías ver que le sucedió. Puede que este en algún problema. Yo preferí no subir al segundo piso, ya que estaba el dueño de la casa.

—¡Mierda! ¡Te veo al rato!

Salió apresurado, abriéndose paso entre la gente mientras pedía permiso.

—¿Por qué le mentiste?

Preguntó Amandine, quien de a poco se desapegaba de mi manga. Terminó soltándome por completo. Apenas lo hizo, comencé a caminar hacia otra sala. Descendí los dos escalones que separaban las terrazas. Una vez en el patio, me senté en una de las sillas que rodeaban la fiesta por las orillas.

Si bien el patio tenía mucho más espacio. Con las sillas y una malla gruesa era suficiente para entender el límite de la fiesta. Aun así, algunas personas salía de esta zona para fumar o conversar sin ruido, ni luces. Amandine siguió mi acción y se acomodó a mi lado. Como las sillas no tenían barandas ni separadores nuestros cuerpos estaban demasiado cerca. No me veía nervioso por la superficie, diría que mostraba todo lo contrario.

—¿Quieres hablar de lo que pasó? —abrí paso a la conversación.

—No, no quiero.

—¿Al menos puedo saber por qué subieron?

Si me lo decía, las conclusiones podían ser sacadas. Podía saberse si fue una invitación de Amandine hacia Dante para que fueran a esa habitación, en tal caso, la responsabilidad de lo que pasó recaería en ella. Ya que, ¿Quién invitaría a alguien, en la casa de un extraño, a una habitación vacía y lejana de la fiesta solo para conversar? A menos que tuvieran alguna relación con anticipación, cosa que estaba descartada. Por otro lado, podría decirse que él la incentivó a revisar la habitación. Aun así, estaban demasiado tranquilos cuando los vi, como si no les importara entrar a la habitación. Por lo que existe la posibilidad de que Dante la engañara haciéndole creer que era bienvenido en toda la casa. No sé también el por qué lo pienso tan precipitado, quizá solo debería escuchar lo que tiene que decir.

—El me insistió.

—Que respuesta más mala.

—¿Cómo que mala? —reclamó Amandine

—Perdón. Pensé en voz alta.

Si bien era una respuesta. Su peso era demasiado ligero. Como si se tratara de una acusación sin hechos.

—Idiota.

Hizo un tierno gesto. Similar a cuando un niño pequeño se enoja. La conversación no fluyó, tampoco quería preguntar si no estaba dispuesta a responder. Pasaron varios minutos en los que estuvimos en competo silencio, increíblemente no me encontraba incomodo.

No admití en cuanto tiempo llevábamos, pero nos mantuvimos así un largo tramo de minutos. En estos Amandine ya había desviado su mirada hacia mí, unas cuantas veces. Parecía que quería decir algo. Para incentivarla, cuando de nuevo intentó atisbarme de reojo, me volví hacia ella.

—¿Qué sucede?

—Nada…

Me volví a mi posición para dejarla, antes me sujetó de la mano. Mi cuerpo se sorprendió. Mis latidos también.

—Sabes. Desde el segundo piso podía verte con otra chica.

Examiné lo que parecía ser el segundo piso de la casa, tal como mencionó, desde la habitación que podía suponer era a la que entró, se podía contemplar el patio.

—No sé qué decir sobre eso —respondí indiferente.

No sé cuál era su punto. Si lo que antes me dijo era verdad, puede que esa sea su manera de demostrar los celos o algo similar.

—Yo también quiero.

—¿Qué cosa?

—También quiero hacer lo que hiciste con esa chica.

No sabía cómo actuar ante tal propuesta. ¿Debería aceptar? Me levanté del asiento y me detuve con confianza frete a ella.

—¿Bailemos? —ofrecí mi mano como si fuera la primera vez que nos veíamos en la fiesta.

—Tonto. No me refería a eso.

Por la música no entendí bien lo que dijo al inicio. Solo alcancé a entender que no era eso lo que deseaba. Para escucharla mejor me aproximé un poco.

—¿Qué es lo que quieres entonces? —subí un poco la voz.

Pasó de mi pregunta. Sujetó el cuello de mi chaqueta y me acercó a ella con fuerza. Para no caerme sobre ella me sujeté de las sillas que la rodeaban. Un cálido tacto en mis labios me hizo entender que me dio un beso.

A pesar de que no quería besarla por mi cuenta, su suave abertura me calmaba. A diferencia de la chica de antes, la ternura de su beso, era romántico. Ya había probado ese sentimiento antes.

¿Estaba bien seguir? 

La detuve, al inicio fue por mí. No tuve la fuerza suficiente, me apegó a ella. Un frío en mi espalda me hizo recordar que no era el único de la fiesta, la sujeté de los hombros con la fuerza suficiente para apartarla.

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