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Capítulo 14: Niel

—¿Cómo te llamas?

—Soy Absalón, ¿y tú?

—Niel. Un gusto.

Aun en la moto me extendió su puño. Le respondí con un sutil choque.

—Vamos adentro, tengo hambre.

—¿Seguro puedo pasar?

—Sí. Mientras te limpies un poco la tierra en el baño, no hay problema.

—Bien. Permiso entonces —pidió al pasar por la puerta.

Tal como le comandé, Niel subió a limpiarse. Mientras terminaba de cocinar unos simples fideos con salsa y un surtido de ensalada, él llegó. No me había fijado como era de cerca. Su pelo algo oscurecido por el agua, al igual que su iris, eran casi dorados. Es tan alto como yo, diría que me gana por dos centímetros, 1.79m. Se quedó erguido en la entrada de la cocina esperando alguna orden.

—Pon lo vasos, están ahí arriba —pedí apuntando arriba de él—. Y siéntate.

Sacó los vasos y yo deposité los platos ya servidos. Nos sentamos y comimos la mayor parte sin conversar.

—¿Por qué me ayudaste? —preguntó mientras miraba la comida. Mencionándolo como si se hubiera merecido el abuso de los otros chicos.

—No sé. Si quieres una razón podría decirse que es porque te veías lamentable.

Antes de responder, abrió los ojos, no se esperaba esa respuesta.

—Eres demasiado amable, sabes, no mucha gente haría eso, menos por una razón como esa.

—Diría que es mi maldición, no puedo evitar ver gente que necesita ayuda sin hacer algo.

Comprendí algo de mí mismo que no había tomado en cuenta hasta ahora y es que incluso cuando ayudaba a otros era simplemente porque los veía lastimosos. Esa imagen molesta mi conciencia, no podía ver gente así. Sentía la necesidad de ayudarlos, tal como si me ayudara a mí. Puede que mi increíble amabilidad solo era un sentimiento egoísta y que a consecuencia la gente lo veía como una cualidad. También puede que sea un pensamiento sin razón, como sea, es increíble que ni yo pueda comprender mi trasfondo.

—En esos casos, gracias, por tal maldición tuya.

Otro silencio llenó la cocina.

—¿No quieres saber por qué me estaban golpeando?

—No lo había analizado, pero ahora que me lo dices, si me da curiosidad.

—Siento que te lo debo, es lo mínimo que te puedo compartir luego de haberte involucrado.

—Lo agradezco.

—¿Por dónde empiezo? —agachó la cabeza, preparándose para narrar—. Supongo que me saltaré al por qué. Lo que sucedió es que estaba conociendo a una chica mayor que yo, estábamos saliendo de hace un tiempo. Yo iba a su casa cuando sus padres no estaban y ella a la mía, salíamos los fines de semanas y hace unos días me invitó a salir a comer a un restaurante en el centro.

—Lo recuerdo bien —volví a imaginar el suceso.

—Sí. Al parecer ella te empujó, me quise disculpar, pero la desmotivación me ganó.

—No importa, continúa.

—Bueno. Yo recibí bien la invitación, pensando que era una simple cita igual que las anteriores, pero de repente sacó al tema que yo andaba con otras chicas. Le dije la verdad y se enfureció. Le intente explicar mi punto de vista, pero no me hizo caso y salió corriendo, dejándome la cuenta a mí. Luego ese mismo día en la noche me llamó, pidiéndome disculpas, y que quería arreglarlo todo en el parque, teniendo un día de camping, que ella lo iba a organizar todo así que yo solo tenía que ir a la hora acordada. Como pudiste ver, fui. Entonces estaban todos ellos. Sabía bien desde el principio lo malo de la situación. Me obligó a pedir disculpas, como sabía que estaba mal lo que hice, me disculpé con sinceridad para irme luego. Ella lo aceptó un poco melancólica, pero la amiga le comenzó a decir cosas sobre mí, al parecer ella fue quien me vio con otra chica, e inventó cosas extras, para que ella me odiara. Los chicos al principio estaban hablando ajenos a nuestra conversación, ni siquiera estaban escuchando el tema. Fingiendo que me pasé de la raya, la amiga comenzó a gritar. Los chicos obligaron a que me disculpara, tachándome de sinvergüenza, de cómo podía hacer tales cosas tan descaradamente, justo enfrente a ellos. Como no cedí, empezaron a ponerse agresivos. Uno de ellos; el mayor, al parecer era cercano a la chica, por lo que se enojó de manera exagerada. Le dije que era un imbécil por creerle semejante estupidez. Con eso empezó mi paliza y ahí fue cuando llegaste tú.

—Ya veo.

—Te reconocí y se me hizo una extraña jugada del destino.

—¿Crees en el destino? —le consulté de inmediato.

—No, pero haberte encontrado varias veces sin conocerte, era una coincidencia demasiada extraña. De todos modos, supuse que pasarías de largo.

—Yo también lo pensé —traté de alivianar el ambiente.

Ambos reímos, sin contenernos. Luego de una pausa volví a hablar.

—¿Puedo preguntarte algo?

—Dime.

—La chica con la que estabas en esa plaza, ¿son cercanos?

—Es mi novia.

—Pero, ¿ella sabe que estabas saliendo con la otra?

—Sí, sabe de todas mis relaciones.

—Pero es tu novia.

—Al inicio igual me pareció un poco diferente a las relaciones comunes.

—¿No se pone celosa?

—Diría que no mucho y es que más bien somos abiertos a cualquier relación aparte, sin necesidad de estar amarrados el uno al otro, pero siempre con sinceridad. Si yo o ella lo queremos dejar hasta ahí, ninguno se negará.

—Pero ella parece ser una niña y demasiado inocente.

—Si bien su cara parece de una niña, no lo es para nada. Acostumbra a usar ropa ancha y grande, por lo que da esa impresión, pero es una chica de diecisiete bien desarrollada.

—Diecisiete ¿Tú qué edad tienes?

—La misma edad. Cumplo los dieciocho en diciembre. ¿Y tú?

Tiene diecisiete y no lo vi con uniforme, e inclusive lo vi en el centro comiendo en horario de colegio. ¿Será que es una nueva moda?

—Dieciséis años —dije como si no fuera lo importante—. Tienes diecisiete, pero ¿por qué no vas al colegio?

—Sí voy, ese día fue una ocasión especial, aunque no es nada fuera de lo común que no asista.

—¿Y tus padres no te dicen nada?

—No, se la pasan ocupados y solo les prestan atención a mis notas, por lo que, si estas no fallan, todo está correcto para ellos.

—Ya veo. Debe ser difícil —mencioné analizando mejor su comportamiento—. Supongo los profesores si se preocupan de tu inasistencia.

—No tanto, al menos en el colegio Faulkner son bastante permisivo con el tema de la asistencia.

Me costó entender el significado de la palabra, como si una cuerda se estuviera desatando, el nudo desapareció al ser estirado.

—¡¿Faulkner?!

—Sí.

No era nada extraño que fuéramos al mismo colegio. ¿Verdad? No, sí era demasiado, aparte se llama Niel. No me digas que…

—Puede que no tenga nada que ver, pero ¿conoces a un tal Lie?

—Sí —una sonrisa se reflejó, algo normal en la gente que lo conoce—. Es genial como amigo, siempre me apoya con los apuntes cuando falto y me apoyó en uno de mis peores momentos. ¿Tú de qué lo conoces?

—Del colegio.

—Espera —comprendió mi sorpresa—. ¿Vamos en el mismo colegio?

—Exacto.

—Eso sí que ya es demasiada coincidencia.

—¿Conoces a una Amandine? —me apresuré en preguntar.

No sé si debí ser tan directo, pero la curiosidad me estaba cortando. Su cara de felicidad cambió, sus pupilas se encogieron y su mandíbula se tensó.

Antes de responder masticó y tragó.

—También —respondió seco. Probablemente no quiera sacar a relucir el tema.

—Hay un rumor sobre un chico y Amandine, de una relación que terminó mal.

—Lo conozco

—¿Ese chico eres tú verdad?

—Puede ser.

—Entiendo, si no quieres hablar del tema puedo dejarlo, pero siento curiosidad por escuchar tu versión del tema. Bien se sabe que en la historia de otros el malo no siempre lo es.

—No me importaría contártela, pero preferiría que no lo difundas en el colegio, si el tema vuelve ahora que ya ha quedado atrás sería un dolor de cabeza.

Poder crear un ambiente digno de confianza y hacer que la gente diga cosas que no suele compartir no es algo fácil. No tenía esa intención, lo lograba casi inconsciente. Si de verdad existía tal maldición en mí, también se podía considerar una bendición.

—Supongo que ya sabes el tema en general. No recuerdo muy bien, pero luego de hablar por varios días, comenzamos a salir. La iniciativa la tuvo ella, pues bien, yo era un completo principiante, ni siquiera sabía que significaba salir en sí, así que ella tomó las riendas de la relación. De a poco me comencé a sentir cómodo con ella, todos eran momentos agradables y felices, aunque parecía que para ella no fueran así. Si bien siempre que le preguntaba decía que se encontraba feliz, no era lo que demostraba. Nunca supe el por qué tenía una cara deprimida y aburrida todo el tiempo, siempre inexpresiva. Al ser así, yo me comprometí a hacerla sentir mejor. Comencé a leer sobre cómo llevar mejor una relación, es vergonzoso, pero hice todo lo que decían los videos del internet. Comencé a arreglarme, a darle regalos, a escribirle luego de vernos, sin ser agotador ni posesivo. Traté de mostrarle mi mejor cara y preocuparme seguido de ella, aunque todos decían que no era muy recomendado, pero como suponía que ella era un caso algo especial, decidí darle confianza y acercarme lo necesario para hacerla feliz. De apoco se esparcieron palabras despreciativas de nuestra relación, pues mientras yo trataba de hacer todo por ella, a Amandine no parecía importarle. Seguía diciéndome que me quería y yo le creía, eso me motivaba tanto con mi creencia de que me necesitaba, que el que terminó perdiéndose en esa atadura fui yo. Cuando me di cuenta de que yo la necesitaba más que ella a mí, los rumores estaban en su punto máximo. Inclusive me llegaban mensajes de desconocidos, diciendo que ella no me merecía, que la terminara, que me estaba haciendo mal, entre otras varias cosas. Cuando le pregunté a ella si le pidieron que me terminara, ella me contó todo. Durante ese tiempo me llegaron mensajes haciéndome un tipo de recomendación, a ella le llegaron amenazas. En ese entonces no entendía por qué lo hacían. Luego descubrí que el grupo cercano a ella, eran quienes enviaban los mensajes y amenazas. Al parecer no les caía muy bien y solo fingían ser sus amigas por los chicos que se le acercaban. Ellas eran quienes planearon todo. Como una chica inocente hizo caso absoluto. Fácilmente pudo haberme terminado y decirme la verdad, pero no lo hizo, en cambio, otros rumores llegaron a mí. Inclusive me enviaron unas fotos que no podía creer, una de ellas aparecía con un chico en un coche, en un acto claramente… Ya sabes… —dijo moviendo las manos intentando explicarse—. Yo no lo digerí y si bien me mentía a mí mismo diciendo que no era ella, la persona de las fotos, era más que reconocible. Continué así unos días, ignorando todo. Solo quería hacerla feliz, me convencí a mí mismo. Al final, un día bastó para cambiarlo todo. Iba saliendo del colegio para encontrármela, la traté de alcanzar, pero como todos los de mi generación salieron al mismo tiempo la perdí. Me abrí camino y cuando estaba a punto de alcanzarla, la encontré besándose con un chico del colegio R. Libanes, el mismo chico de la foto.

Libanes el colegio que se encuentra al contrario del nuestro cruzando la plaza a espaldas del nuestro. El uniforme es similar, solo que ellos tienen el emblema y los bordes en blanco, aparte que su tela menos oscura. En cambio, el del Faulkner es de tela negra un poco rojiza con bordeo.

—Al verlos sentí y pensé demasiadas cosas, solo atiné a quedarme parado. Antes de moverme el chico me pegó un vistazo, aun no sé si fue casual. Las supuestas amigas se reían mientras le sacaban fotos, pero ya no importaba, toda la generación lo estaban presenciando, la presión que recayó en mi era demasiada. Sentía la mirada de todo el mundo, me comencé a marear y mi estomago se reprimió, quería caer al suelo. Solo atiné a desaparecer, en cualquier dirección. Luego de eso todo el tiempo tuve un sentimiento de decepción extrema, puede que sea una exageración, e incluso no creía en esas palabras hasta que me sucedió y es que me sentí vacío, sentí que faltaba algo en mí; comprendí que estaba inserta en mi vida. Al ver que todo era unánime me sentí desagradado del amor, me sentí asqueado al pensarla, mis pensamientos comenzaron a luchar entre ellos. Creando una nueva imagen de ella, la traté de puta internamente. Lo único que quería era vengarme, aunque en el fondo seguía teniendo esos sentimientos de necesidad por ella. Al no poder verla con amor, en mi se creó una necesidad corporal. Al otro día, no respondí al llamado de nadie, sabía que todos estaban hablando de mí, una presión extraña me hizo sumergirme en mi profundidad sin prestar atención al exterior. Comencé a dudar sobre lo que iba a pasar, sobre lo que iba hacer, sobre lo que quería. Podía existir la posibilidad de no amarla y tener una relación sin afección verdadera, en la que solo finjamos para no privarnos el uno del otro. Con ese pensamiento en mente, a penas salimos de clases, me dirigí a su sala. Me detuve enfrente. Iba saliendo con las mismas amigas que esparcieron el rumor. La llamé con firmeza, a lo que ella respondió sumisa. Me di cuenta que éramos el centro de atención de muchos ojos. A pesar que en un principio no los podía soportar, estaba tan inmerso en mi idea que tenía que decírsela. A punto de decirle todo se me acercó y me dijo: "¿Qué sucede amor?". Era excesivo. Me superaba, en todo lo que llevábamos de relación nunca me dijo algo por el estilo; ni cariño, ni apodos tiernos, menos amor. Mientras se mostraba igual de inexpresiva que siempre, unas palabras con tanto significado para mí, salieron inertes. Mi carencia de razonamiento levantó mi mano y le di una cachetada. El sonido fue fuerte, era probable que le haya dolido demasiado, pero ahí seguía, sin expresión alguna. Ella se me acercó con los ojos sumisos mirando el piso, levanté mi otra mano, pero al ver que gente se quería acercar la bajé. Me acerqué a su oído y le mandé mis palabras más insensibles.

—Perdón que te pregunte. Pero…

—-Le deseaba su muerte.

—Ya veo.

—Nunca me disculpé, si bien ella solo inclinó su cabeza, sentí que por primera vez me tomó en serio. Mi sangre hervía e hizo que me salieran unas pocas lágrimas. Para ahorrarme la vergüenza me fui sin considerar a nadie.

—Por lo que me dices, es como si ella no tuviera sentido de moral.

Niel abrió los ojos ampliamente por unos pocos segundos. Como si hubiera comprendido algo por sorpresa.

—Nunca lo vi de esa manera. Siempre creí que solo estaba jugando conmigo.

Al ver que era probable que cayera en su propio apotegma, traté de cambiar el tema.

—Entonces la razón por la que hasta ahora estabas con esas dos chicas era por necesidad corpórea.

—En realidad… Son tres —recalcó.

—No has perdido el tiempo. Sorpréndeme con la historia de todas las chicas ahora —dije sarcásticamente.

—Después de ese día una antigua amiga me ayudó—sonrió sabiendo de mi tono irónico—. Una chica de su mismo curso me consoló. Primero me habló, pidiéndome explicaciones de nuestra ruptura. Al ver que mi situación no era la mejor, dijo que me alegraría el día, por lo que quedé en ir a una fiesta que organizó ella. El día de la fiesta fui, eran pocos hombres los que fueron y no conocía a nadie como para conversar. Al entrar en confianza, ya en el mejor momento de la fiesta, sacaron unas pastillas y me ofrecieron, me negué, nunca antes las probé. Todos la tomaron menos la chica que me invitó. Me quedé al lado mientras veía que todos bailaban entre ellos. Las cosas se comenzaron a poner candentes entre algunos, yo fui a sentarme. Mi mente empezó a vacilar por Amandine. La chica al verme, charló conmigo y trató de levantarme el ánimo, pero como la música estaba muy alto no pudimos hablar mucho. De la nada, me agarró de la mano y me llevó a su pieza. Me senté a un costado de la cama esperando continuar la conversación. Ella llegó del baño con una pastilla en la boca, apago la luz, se me acercó y me la ofreció. No quería aceptarla, pero mi cuerpo estaba afligido por sentir. La acepté partiéndola a la mitad con los dientes mientras seguía en su boca, como el contacto ya estaba hecho lo que siguió fue una fantasía.

—Ja, supongo que desde entonces te enamoraste de las fiestas.

—Así es. Como no puedo hacerlas en mi casa, salgo demasiado —dijo con una amplia sonrisa.

—¿Por qué no? —pregunté para que continuara.

—Por mis padres. Si bien ahora la mayor parte de las drogas son legales, ellos están en completo descuerdo y me revisan todo. Son así de estrictos. La única vez que llevé a un compañero a la casa, lo bombardearon a preguntas, para saber si era un buen "amigo".

—¿Y pasó la prueba?

—Jaja, no. Era Lie, así que encontraron que su sueño de ser deportista, era un sueño inútil sin una visión madura.

—Todos los padres son así —mi ánimo cayó fugaz, a poco de saltar a llorar apreté mi cuerpo y continué—. Nos hacen elegir nuestro futuro a nuestra edad, sin pensar que no hemos experimentado nada del mundo real, esa privación hace caer en malos hábitos de arrepentimiento e inseguridad. O al menos eso es lo que creo.

Para no sonar del todo serio hice un gesto de dar el beneficio de duda a otras verdades.

—Tienes un pensamiento profundo para ser alguien de dieciséis.

—Solo nos llevamos por un año —dije levantando los platos vacíos, de la mesa, al lavabo.

—Aunque no lo creas, en un año siendo adolescente, pasa demasiado.

—Ni me lo digas.

Comencé a lavar los platos. Él de inmediato se levantó.

—¿Dónde dejo esto? —me mostró los condimentos.

—En el mueble de arriba.

—Okey —los dejó con minucioso cuidado uno por uno— ¿Necesitas ayuda?

—No estoy bien, si quieres puedes prender el televisor y ver alguna serie o poner música.

—Antes déjame preguntarte algo. ¿Vives solo?

Seguramente la curiosidad entró a ver que las habitaciones estaban vacías, sin la esencia de que alguien ha vivido ahí. También al ver que un chico menor de edad, conduce una moto sin restricción.

—Sí.

—¿Y tus padres?

Volvió, un choque me azotó con vigor. Sin darme cuenta solté el vaso que estaba lavando y al caer rompió otro.

No tenía la necesidad de mentir, incluso creo que sería lo mejor explicarle las cosas ahora para ahorrarme fingir o evitar preguntas similares en el futuro.

—Ellos fallecieron en un accidente.

El ambiente fue predominado por el silencio.

—Perdón —se disculpó bajando la vista.

—No hay problema

—Lo lamento —reiteró de inmediato.

—Como dije, no hay problema. Ya pasó, el mundo sigue girando.

—Igual, si quieres desahogarte, no dudes en contarme. Tal como hice yo contigo, hablar del tema con alguien, es un alivio.

—Lo tendré en cuenta —respondí con una sonrisa algo penosa—. Luego seguimos hablando, por ahora déjame terminar de lavar la loza.

Con una leve reverencia finalizó la conversación y se fue al salón principal.

Cada vez lo entiendo mejor. Es alguien de buen corazón y no le desea el mal a nadie, solo quiere alguien que lo acompañe y escuche.

—Puede que yo necesité lo mismo.

Una vez fuera, puse en marcha la motocicleta.

—Vamos.

—Mejor no.

—¿Por qué no?

—No sé, lo siento raro.

—Jajaja. Cuando te rescaté no reclamaste.

—Sí, pero ahora es diferente.

—No me digas que luego de todo lo que me contaste sobre chicas te sientes afligido de ir en moto con un chico.

—¡Que te den! Solo es… Raro.

Me reí a carcajadas de su situación.

—Bien, pero si me ve alguien conocido te mato.

—Jaja. Lo que digas.

—Entonces… —mientras se subía a la motocicleta se alejó lo máximo que pudo de mi—. Vamos.

Aceleré con brusquedad para asustarlo. Al hacerlo, se afirmó de mí.

—¡En qué momento tomaste tanta confianza! —grité por el ruido de la moto.

—¡Solo apúrate!

Pasamos de La Floresta a el Viñedo bajo y terminamos llegando a Viñedo alto. Las casas eran increíblemente grandes, tanto de metros cuadrados como de altura, la mayor parte alcanzaban a ser de tres pisos.

—¿Dónde queda?

—Gira a la derecha en la esquina.

Hice lo que me indicó y entramos a una avenida con casas igual de amplias, solo que esta vez no tenían tercer piso. Aun así, no les quitaba lo elegante, ni lo estético. La amplia avenida, partida a la mitad por unas palmeras, daba la sensación de libertad y pureza mayor a la que acostumbro ver en una zona residencial.

—Detente aquí —alzó la voz Niel.

Me detuve frente a una gran casa blanca que apenas se veía. Un cercado de madera separado por pilares de concreto blanco la tapaba. Era amplia, pero la falta de ventanales la hacían ver menos moderna que las demás. Eso sí, la vista al mar y a toda la ciudad al estar tan alejada debe ser envidiable.

Luego de despedirse, me dirigí a la casa de mi abuelo.

Una vez en la parcela, bajé al estacionamiento subterráneo y dejé la moto.

Al irse la compañía el remordimiento no me dejó tranquilo. El dolor del golpe que recibí aún me molestaba. El enojo que producía pensar en que me golpearon me hacía hervir la sangre. Quería una revancha, estaba seguro de que me las podía ingeniar si el maldito hubiera estado solo. Haciendo el mismo ejercicio que hice en el entrenamiento de la mañana, imaginé mil maneras de enfrentarme con alguien, subí al ring e imaginé una sombra con la que podía practicar, está aún era demasiado abstracta y lenta. Lo único que poseía era el fuerte puño del chico que me golpeó.

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