Ahora que su enojo había disminuido, la preocupación por Hera se apoderó de ellos. Uno a uno, se reunieron cerca de la puerta del baño, intercambiando miradas incómodas.
Leo dio un paso adelante y tocó suavemente. —Cariño, ¿estás bien ahí dentro? Su voz, usualmente segura, temblaba con preocupación y un toque de incertidumbre.
Pero no hubo respuesta del otro lado de la puerta, solo silencio, que solo profundizaba su creciente preocupación.
Intercambiaron miradas ansiosas, sus labios apretados en líneas delgadas, la incertidumbre pesando en la habitación.
Finalmente, Dave, su voz temblorosa pero decidida, rompió la tensión, listo para aclarar el malentendido.
—Para que lo sepas, ni siquiera habíamos llegado tan lejos. No toqué nada debajo de su estómago antes de que todos irrumpieran —murmuró Dave, haciendo pucheros ligeramente.
Habría sido mejor si se hubiera quedado callado, ya que todos ya comenzaban a calmarse y a dejarlo ir.
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