—¡No puedes! —exclamó Angélica—. Solo mi compañero tiene permiso de morderme. Es algo sagrado e íntimo y no permitiré que nadie más lo haga.
Él inclinó su cabeza hacia un lado y la observó con curiosidad. —Está bien entonces. No morderé, pero aún necesito probar tu sangre.
—¿Por qué?
—Sabes muy bien por qué.
—No, no lo sé.
Su rostro se endureció como si ya hubiera tenido suficiente. —No pruebes mi paciencia —dijo entre dientes apretados—. Estoy tratando de hacer que esto funcione. Sabía que nunca me creerías si solo hablábamos a través de tu reja y por eso te traje aquí para mostrarte que no pretendo hacerte daño. Si colaboras conmigo.
Ella simplemente lo miró fijamente. ¿Colaborar con él? No podía dejarle saber que su sangre no funcionaría. ¿Qué debería hacer? ¿Cómo lo explicaría ya que realmente creía que ella era la profetisa? La única salida que se le ocurrió fue pretender seguir siendo la profetisa, tener todos los poderes excepto lo de la sangre. ¿Lo creería él?
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