—Dama Aries —Conan se alejó de la cama y se enfrentó a Aries. Estudiando su impenetrable semblante, su labio inferior tembló.
—¿Sí, Señor Conan? —Aries alzó una ceja y ladeó la cabeza—. Qué sorpresa verte aquí.
Conan frunció el ceño, percibiendo la distancia en su voz. Permaneció callado un momento antes de bajar la mirada. Para sorpresa de Aries, y de Dexter, vieron a Conan tambalearse hasta caer de rodillas. Ambos fruncieron el ceño, arrugando la nariz mientras Conan frotaba sus manos.
—Por favor, no me odies... —Conan lloraba como si fuera un niño, temiendo ser castigado.
—¿Estás... llorando? —preguntó Dexter incrédulo, viendo lágrimas en los ojos de Conan.
—¡Cállate! —rugió Conan, lanzando miradas fulminantes antes de volver su atención a Aries. En cuanto lo hizo, sus ojos afilados se tornaron en los de un cachorro.
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