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Cuando entraron en su dormitorio, Lydia de repente se sintió cohibida. Ella apretó su mano y se volvió hacia él.
—Permíteme tomar una ducha —dijo Lydia, sorprendiéndolo.
Lydia acababa de darse cuenta de que habían pasado tres años desde la última vez que durmió con alguien y necesitaba prepararse.
Weston levantó una ceja pero soltó su mano.
—Es tu casa, haz lo que quieras, pequeña bola de fuego.
—No me llames así —dijo Lydia, ocultando una sonrisa mientras se acercaba a su vestidor, su corazón amenazando con saltar de su pecho. Estaba nerviosa, pero aun así sacó su camisón más bonito.
—Es el apodo perfecto —respondió Weston—. Especialmente para tu naturaleza briosa.
Weston echó un vistazo alrededor de su amplio dormitorio y a las ventanas que daban a la ciudad. Estaba justo un piso debajo del ático y tenía vistas espectaculares de toda la ciudad desde aquí. Sus labios se curvaron.
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