—Déjalo —susurró Beatriz, con su mano reposando suavemente en el hombro de Remo—. Está bien, hermano mayor. —Le lanzó una mirada derrotada, retraindo su mano de su hombro mientras avanzaba. A regañadientes, Remo dio un paso atrás, permitiéndole acercarse a Bolívar.
—¿Qué quieres ahora? —siseó Beatriz, rehusando encontrarse con su mirada.
—Perdóname, mi princesa —comenzó él, su tono cargado de sinceridad.
—¡No me llames así! —la réplica de Beatriz estaba acalorada, colmada de un sentido de orgullo herido.
—Tienes razón —concedió él solemnemente, tomándola desprevenida—. Sus miradas se entrelazaron, y ella buscó en su mirada, perpleja—. He perdido el privilegio de dirigirme a ti de manera tan personal. Mi elección ha destrozado ese vínculo. Pensé que mi decisión por sí sola podría traerte felicidad.
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