Alina podía ver el shock y el dolor en los ojos de Damián, y por un breve momento, casi se arrepintió de lo que había dicho. Casi.
Pero luego recordó todo el dolor y sufrimiento que él le había causado, y la ira hirvió dentro de ella una vez más.
—No tienes derecho a hablar de mi madre —dijo Alina fríamente, su voz temblando con rabia—. No tienes derecho ni siquiera a respirar el mismo aire que ella. Eres un monstruo, Damián. Un monstruo cruel, sin corazón.
Damián simplemente la miró fijamente, sus ojos oscuros e ilegibles. Alina podía sentir su ira y odio emanando de él como una fuerza palpable, y sabía que estaba en verdadero peligro.
Entonces levantó la cabeza para mirarla, con esa misma mirada despectiva y maliciosa en sus ojos.
—Quizás realmente eres como tu padre —dijo Alina observando su reacción—, pues sigue adelante, entonces, Damián. Hazlo orgulloso. Muestra cuánto te pareces realmente a él. Tal vez tú mismo matarás a Beatriz como él mató a tu madre.
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