Cuando Waverly cayó en su sueño, esta vez, se encontraba en un lugar distinto. A su alrededor había varios árboles y, cuando miró a sus pies, se dio cuenta de que estaba parada en un cuerpo de agua que le llegaba a las rodillas. Miró a su derecha y vio una gran roca rodeada de otras más pequeñas en la esquina del río. El agua chocaba contra sus piernas y el viento aullaba de una forma que se asemejaba al sonido de un lobo.
Dio un paso atrás y su pierna rozó la hierba alta de los bordes exteriores de la orilla, y reconoció un parche de flores de cerezo rosadas que aparecían de color púrpura en el cielo gris. Volvió a dirigir su atención hacia las rocas, donde ahora había una silueta. Era alta, con el pelo largo y ondulado, y de su torso salía una aleta alargada. Encima de ella, en una pequeña colina, había otra figura que asomaba entre las sombras; ambas la miraban directamente, inmóviles.
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