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La habitación del Seitei

Cómic
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Resumen

Rhys Taylor llega el Sector Quinto como un soplo de aire fresco para el Gran Emperador, aunque eso es lo último que los dos quieren. Los sentimientos platónicos de Rhys se mezclan con el deseo irracional que Alex siente por él y cuando chocan, ya no hay marcha atrás.

Chapter 1Capítulo 1: Rhys Taylor

No me suelen durar mucho los guardaespaldas, la media suele andar por el mes y medio, pero Gyan siempre se empeña en que necesito uno que me acompañe en todo momento y ni me entusiasma tener a alguien pegado a mí todo el día, ni me apetece estar cambiando de sombra cada poco. Sin embargo, todo cambió el día que Rhys Taylor apareció por la puerta de mi despacho, no lo conocía de nada y, aun así, estaba seguro de que con él iba a ser diferente.

2 meses antes 

Estaba a punto de salir a una comida con los miembros de la junta de la Federación de Fútbol Juvenil cuando Hobbes me llamó, diciendo que iba a pasar por el despacho en cinco minutos con el nuevo guardaespaldas, eso fue hace siete y aún no han llegado. No es que me impaciente porque me muera de ganas de ir a la comida, ni porque tenga hambre, sino que no me gusta llegar tarde a los sitios y tampoco que me hagan esperar. Por unos segundos, me planteo marcharme sin esperar y justo entonces alguien llama a la puerta. No contesto, pero se abre de todas formas y mi ayudante aparece detrás.

—Perdona, el de seguridad se ha puesto un poco pesado —me dice, buscando mi complicidad. Yo lo dejo pasar, no tengo ganas de darle vueltas tampoco, y Hobbes se aparta de la puerta para que la persona que está detrás de él pueda pasar.

Es un chico joven, quizás un año o dos más pequeño que yo, con los ojos azules y el pelo castaño y ondulado, o medio rizado, peinado hacia atrás. Va vestido con un traje negro, camisa blanca y corbata negra. Nada del otro mundo, la verdad, pero hay algo en él que me resulta muy atrayente. Quizás sea la barba fina y bien arreglada, cómo la camisa le perfila el cuello y el rostro, la espalda amplia o el porte elegante y el atractivo que todo eso le da.

—Rhys Taylor, es un placer, señor —se presenta, haciendo una leve reverencia, y hay algo en cómo me mira y su tono de voz que hace que se me erice la piel. Miro a Hobbes, parece nervioso, y él me devuelve la mirada como si me estuviera suplicando que tuviera paciencia.

—Déjanos solos —le digo a mi ayudante, él asiente y le dedica una última mirada de preocupación al chico antes de salir. Joder, ni que fuera tan horrible.

—Así que Rhys... ¿Ya te has instalado? —pregunto, acercándome. No sé cómo explicarlo, pero hay algo en la energía que transmite que me atrae hacia él cómo un imán.

—Sí, señor. —Y eso, que me llame "señor" y me trate de usted, ¿por qué demonios me gusta tanto?—. Tengo entendido que su habitación está en el mismo pasillo que la mía.

—Bueno, eso lo facilita todo mucho —respondo. Lo miro y veo en sus ojos un muro de hierro, no distante pero sí inquebrantable. Suspiro y ni siquiera titubeo cuando veo una pelusa en su corbata, la quito y estiro la tela con la mano. Entonces suspira él, parece que lo he puesto nervioso—. Dime, Rhys, ¿cómo de mal te han hablado de mí?

—Lo que diga la gente no tiene valor para mí, señor, mi trabajo es protegerle y yo estoy aquí para hacer eso, nada más —dice, recuperando la compostura lo más rápido que puede. ¿Conocerá mi reputación entonces? Yo río por lo bajo, intentando ocultar mis propios nervios, y maldigo para mis adentros. Esto es ridículo.

—Dime una cosa, ¿cómo es que nunca había oído hablar de ti? —pregunto, cambiando de tema.

—Aparecer en el panorama del instituto cuando los del Raimon llevan dos años arrasando en popularidad ayuda a pasar desapercibido —responde, sin moverse. Espera, espera.

—¿Estudiaste en el Raimon? —digo, empezando a ponerme nervioso. ¿Cuántas posibilidades hay de que me conozca? Aunque no sepa que soy yo, el riesgo sigue estando ahí.

—No, señor, estudié en el Fauxshore —me aclara, obligándome a mantener el trato formal. No lo soporto, de verdad, casi parece que me estuviera provocando—. ¿Y usted? Tampoco se sabe mucho del temible Alex Zabel.

—Se sabe justo lo que necesito que se sepa, Rhys —respondo, acercándome aún más. Él mantiene el gesto serio, pero veo un destello de inseguridad en sus ojos y sonrío satisfecho—. Y no me trates de usted, ¿quieres? 

—Es por respeto, señor, me parece que mi trabajo lo lleva implícito —dice, tragando saliva.

—Por lo menos, que solo sea si estamos con otra gente, ¿de acuerdo? —propongo. Él parece titubear, pero supongo que no tiene más opción que aceptar y asiente con la cabeza.

Justo entonces, alguien llama a la puerta y se abre. Hobbes se asoma por detrás, mira al chico y luego a mí.

—El coche está esperando —añade, yo asiento y salgo del despacho, seguido por mi nuevo guardaespaldas y Hobbes. Esto va a ser una tortura.

En la comida, Rhys se sienta en otra mesa y se dedica a observarme y a mis alrededores todo el tiempo. Ni siquiera se levanta para ir al baño, o aparta la mirada para comer, y yo siento cómo cada vez me cuesta más mantener la compostura. Lo peor de todo es que no tiene nada que ver con nervios, sino con lo cachondo que me está poniendo y es que... ¡Dios! No soy ciego, ¿vale? El tío es muy guapo, tiene un cuerpo increíble y ese traje con esos ojazos azules... Es demasiado que gestionar incluso para mí, o quizás es que siempre quiero lo que no debo tener.

Cuando volvemos al Sector Quinto, voy directo a mi despacho y dedico una breve mirada a mi guardaespaldas antes de cerrarle la puerta en la cara. Como me siga mirando así, no sé si podré responder de mis actos. Suspiro, dejándome caer en el sofá, y me acomodo la media erección, pero no consigo que deje de incomodarme. Vuelvo a suspirar y no me lo pienso dos veces, me desabrocho el pantalón y saco mi pene.

La fantasía me llega sin esfuerzo, solo de pensar en las ganas que tengo de ponerlo en su sitio ya me pongo cachondo, y cuando empiezo a acariciar mi polla no puedo evitar imaginarme que es él, que es su mano y no la mía. Suspiro. Como me gustaría poder ponerlo de rodillas y que me la chupara, diciendo "sí, señor" con ese retintín que tiene. Le echaría todo el semen en la cara o incluso se lo haría tragar, viendo cómo desborda su boca porque no es capaz de cogerlo todo a la vez.

Mi fantasía se interrumpe cuando estoy a punto de correrme y gruño, sin dejar de subir y bajar mi mano hasta que el chorro de semen sale disparado.

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