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Discurso

Cuando Magnus comenzó a hablar, su voz resonó por la sala, un timbre grave que parecía reverberar en los mismos huesos de los que escuchaban. Sus palabras cortaban el silencio, llevando consigo el peso de sus emociones y la urgencia del momento.

—Nuestra familia ha sufrido una grave pérdida —entonó Magnus, su voz teñida de una mezcla de tristeza y firme resolución—. Ariel Ravenstein, un pilar de nuestro legado, fue objetivo y arrancado de entre nosotros. Un murmullo colectivo de acuerdo se extendió por la asamblea, el dolor de su pérdida grabado en cada rostro.

Una sensación de ira contenida impregnaba el aire, una emoción compartida por todos los presentes. Las palabras de Magnus tocaban una fibra sensible, recordándoles la vulnerabilidad que se había expuesto, la pérdida del miedo y el respeto que una vez habían sido sinónimos del nombre Ravenstein.

—Pero que quede claro —declaró Magnus, su voz haciéndose más fuerte—, que no nos quedaremos de brazos cruzados. La Orden Obsidiana ha osado desafiarnos, socavar nuestro poder y amenazar a nuestra familia. Esta afrenta no quedará sin respuesta.

Sus palabras quedaron suspendidas en el aire, una promesa de acción y retribución. La misma habitación parecía vibrar con la intensidad de su determinación colectiva. La familia Ravenstein, conocida por su formidable fuerza y voluntad indomable, los locos del dominio humano, estaban preparados para ir a la guerra.

La mirada de Magnus barrió la asamblea, sus ojos encontrando cada par con una intensidad inquebrantable. —No somos para tomar a la ligera —proclamó, su voz llevando el peso de siglos de historia.

La habitación cayó en un silencio sepulcral, la gravedad de sus palabras calando hondo.

Con su voz imbuida de una resolución inquebrantable, Magnus concluyó, —Yo, Magnus Ravenstein, por la presente declaro la guerra contra la Orden Obsidiana. ¡Que el dominio humano sea testigo una vez más del poder de la familia Ravenstein!

La habitación permaneció inmóvil, el aire cargado de anticipación. El camino a seguir era claro, la venganza.

Después de la reunión familiar, una determinación palpable flotaba en el aire mientras los Ravenstein se dispersaban. Entre ellos, Avalón, caminaba junto a Nathen, Lyanna y Sirius.

Entre sus solemnes pasos, la voz de Lyanna cortaba la atmósfera cargada, transmitiendo información importante. Sus palabras tenían un filo de acero mientras informaba sobre un reciente avance:

—Cogimos e interrogamos a un hombre en los Guardianes Sentinel —empezó—. Él fue quien orquestó la misión de Ariel. Un espía de la Orden Obsidiana.

La mandíbula de Avalón se tensó, su ira hirviendo bajo la superficie. —¿Y qué reveló? —exigió, su voz un gruñido bajo.

La mirada de Lyanna no vaciló mientras continuaba, —Descubrió que el cerebro detrás del objetivo de Ariel es un hombre llamado Ronad. Él es el jefe de la rama de la Orden Obsidiana en el sector 4.

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—Parece —continuó ella— que el motivo de Ronald era personal. Ariel había matado a su hijo durante una de sus misiones, llevándolo a buscar venganza.

Los puños de Avalón se cerraron a sus lados, su ira intensificándose. —Ronald —siseó, el nombre goteando veneno—. Quiero que lo encuentren. Todos los recursos a nuestra disposición, Lyanna. No escatimen en nada. Avísame en el momento que tengas alguna pista.

Lyanna asintió, su expresión resuelta. —Considéralo hecho, Avalón.

Al partir Lyanna, Sirius dio un paso adelante. —Deberías tomártelo con calma, Avalón. Lo atraparemos y le haremos pagar por esto —dijo, colocando una mano tranquilizadora sobre los hombros de Avalón.

Avalón soltó un profundo suspiro, su voz llena de determinación. —Sí. La Orden Obsidiana se atrevió a hacernos objetivo, ¡nos aseguraremos de que lo lamenten!

—Me quedaré en la propiedad por el momento. Por cierto, ¿dónde está tu hijo? Creo que ya es hora de que lo vea —indagó Sirius, tocando suavemente los hombros de Avalón.

—Está en la mansión —respondió Avalón.

—Está bien, entonces, me voy. Lo atraparemos, Avalón. No te preocupes —aseguró Sirius, con una mirada firme.

La gratitud de Avalón era evidente mientras asentía. —Gracias.

Con esas palabras, Sirius se marchó, dejando a Avalón con sus pensamientos.

Mientras tanto, la forma ligeramente corpulenta de Nathan reflejaba el peso de la situación mientras caminaba junto al grupo, su expresión grabada con preocupación. Su declaración murmurada cortó la tensión. —Esto va a costar mucho dinero —gruñó, su mente ya en plena actividad con cálculos.

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