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—¿Cómo va, Anciana Mitsuri? —La voz, gentil pero tan fría como el hielo, resonaba a través de la pequeña habitación de hielo donde se podían ver un total de tres personas.
La primera era una dama, que tenía su cabeza, cuello y pecho envueltos en vendajes y dormía en la cama. La otra era una mujer mayor arrodillada, vestida de blanco con arrugas que revelaban las cicatrices del tiempo en su rostro. Sus manos estaban cubiertas de un aura verde, que presionaba ligeramente sobre el pecho de la joven adormecida.
La última persona no era otra que la Gran Anciana Celestina, quien movía la vista de la dama en la cama a la mujer mayor.
—Estará bien, Celestina. Tan solo tomará alrededor de dos semanas para que se recupere de su lesión física. Pero sabes lo que más me temo, ¿no es así? —dijo la mujer mayor mientras el aura verde alrededor de sus manos se desvanecía lentamente. Se levantó sobre sus piernas y miró seriamente a la Gran Anciana Celestina.
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