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Llantos Dulces-II

Elisa sintió que había sido engañada, pero no sabía qué ni cómo la había engañado. ¿Qué querría decir el Maestro Ian con querer hacerla llorar de dolor? Cuando le había preguntado, Ian no respondió y ella dijo:

—El dolor duele.

Ian la miró y sonrió con sorna:

—Por supuesto que lo sé. Entonces no te lastimes Elisa. ¿Olvidaste mis palabras cuando te lastimaste las rodillas la última vez?

Él sacó un vendaje blanco y le envolvió las piernas con él.

—Debería haber sabido que esto pasaría si te dijera que te quitaría la ropa.

La miró, y su sonrisa le recordó el día en que había tratado sus rodillas.

Elisa sintió su cabeza marearse cuando él dijo que le quitaría la ropa que ahora llevaba, que era solo un vestido delgado. Si no fuera por la habitación oscura, no sabría cómo sería capaz de ver el rostro de Ian.

—No me lastimé a propósito —Elisa no quería ser malinterpretada.

—Si lo haces, tendré que añadirte un castigo —Ian cerró la caja y fue a guardar la medicina.

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