La escena cambió una vez más. Ahora estaban de regreso en la aldea, y la diosa miraba fijamente al Lucas sonriente, quien parecía no haber sido dañado por la espada.
—Él es un demonio —dijo Rosalind, mirando a Belisario—. ¿Por qué estás hablando con un demonio? —preguntó—. Deben ser asesinados.
—Lo intentaste —dijo Belisario, su voz suave—. Tú lo viste también. Una espada no funcionaría con él.
—Creo que esta es la primera vez que alguien me apuñala en... más de cien años —intervino Lucas—. De hecho, algunos cachorros no saben nada.
—¡No soy un animal! —la diosa miró fijamente a Lucas. A pesar de que todos estaban sentados, la mano de la diosa seguía en la empuñadura de su espada, como si estuviera preparada para atacarlo en cualquier momento.
—¿No estás actuando como uno? —contraatacó Lucas.
—Te mataré.
—Qué cachorro más salvaje —Lucas miró a Belisario—. ¿Es ella tu hija?
—¿Qué? —Los ojos de Belisario se abrieron de par en par.
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