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—Eh, Jefe —quiero decir, Señora —mientras se acercaban al vehículo, Oso la miró—. ¿Quiere conducir?
—Oso, no significa que sepas lo que sabes, que debas tratarme como a un pusilánime —Cielo hizo un puchero, mirándolo con desánimo.
—Solo pensé que extrañabas conducir —se encogió de hombros, dirigiéndose hacia el asiento del conductor sin abrirle la puerta trasera.
—Dios mío... míralo —Cielo se quedó frente a la puerta del asiento trasero, mirando por encima del capó del sedán—. ¿Oso, en serio? ¿Ni siquiera me abres la puerta ahora?
—Jefe, todavía estoy tratando de asimilar todo lo que dijiste —Oso la miró una vez más, sosteniendo la puerta del asiento del conductor—. Creo que será útil si hago algunas costumbres del pasado para probar que esto no es un sueño.
—Ahora veo inconvenientes en revelarme —Cielo rodó los ojos, abriendo la puerta—. No importa. Siempre te encontré demasiado formal como guardaespaldas, de todos modos. Me hace pensar que estaba enferma otra vez.
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