—¡Su capitán alérgico a las mujeres en realidad besó a una en público! Solo fue un piquito, ¡pero aun así! —exclamó uno incrédulo.
—¡Ay Dios mío! —se lamentó otro.
—¿Se encontrarán con otro apocalipsis? —se preguntó otro en voz baja.
—Claro, se comieron a besos —¡e incluso lloraron!— cuando se reunieron, pero eso lo atribuyeron a que la pareja se olvidó del lugar debido a la extrema felicidad de encontrarse de nuevo. —explicó uno tratando de justificar la situación.
—¡Esto era diferente! ¡Solo estaban paseando por un lugar con tantos transeúntes! —argumentó otro todavía sorprendido.
Los soldados observaron atónitos como su capitán, habitualmente frío como el hielo, realizaba una demostración pública de afecto sin ningún sentido de la vergüenza. Incluso los lugareños no pudieron evitar echar miradas furtivas. Si sus identidades no hubieran sido tan reverenciadas, se estimaba que la gente empezaría a aclamarlos.
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