—¡Cómo te atreves! ¡No puedes condenarme a muerte! —Francessa intentó erguirse a su máxima altura, solo para golpear su cabeza contra el techo de la jaula.
Se negó a creer que esta multitud de alimañas tuviera el descaro de pedir su cabeza. Sus gritos fueron ahogados por la multitud, que parecía aún más enfurecida al ver que ella seguía de pie y protestando, en lugar de esconderse en la esquina.
Comenzaron a correr hacia el carruaje, como si quisieran derribar la jaula y golpearla hasta la muerte con sus propias manos desnudas. Pero, afortunadamente, fueron retenidos por los guardias de servicio, que tuvieron que contenerlos.
El material de guerra de la multitud se volvió aún más vil. Frutas podridas, rocas e incluso estiércol comenzaron a volar por el aire. Francessa gritó y se agachó, pero su vestido ahora estaba adornado con sustancias de mal olor, y se formaron moretones en sus brazos donde las rocas habían encontrado su marca.
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