La curiosidad no abandonaba su cabeza. Después de hacer ese comentario Daimon no volvió a mencionar una palabra al respecto, a pesar de su insistencia.
¿Acaso se habían visto antes?
Eso era imposible. Él recordaría a alguien tan peculiar. Sin embargo no entendía a qué se debió su comentario.
Una vez más la noche había caído, y como era de costumbre en ese bosque, un frío que helaba hasta los huesos la acompañaba.
Anselin era un Príncipe entrenado para soportar vientos despiadados e infernales desiertos. A pesar de eso allí estaba, intentando prender una fogata porque se le congelaba el trasero.
No entendía como Daimon podía estar tan plácidamente recostado en su nido, cuando a él no se le dejaba de gotear la nariz y castañar los dientes.
Todas las maderas en el bosque estaban húmedas, y a pesar de saberlo no dejaba de intentar sacarles un poco de humo.
Daimon lo miraba atento desde el árbol, sin perderse ninguno de sus movimientos. —Está húmedo, no prenderán —le dijo, como si el Príncipe no lo supiera.
—Lo sé —respondió todavía frotando las maderas entre si—. Pero si me quedo quieto, me congelaré.
Escuchó el ruido de las ramas del árbol sacudirse y de repente vio la mano de Daimon en frente suyo. Sujetado de una rama, le extendía su mano gentilmente invitándolo a subir. —Si Su Alteza tiene frío, yo lo mantendré caliente.
No quiso hacerlo, de verdad que no, pero no pudo evitar malinterpretar sus inocentes intenciones.
—Ah... está bien. No tengo tanto frío, puedo quedarme y dormir aquí abajo —forzó una sonrisa.
—Dormir en el suelo es terriblemente frío hasta endurecer el cuerpo, y los lobos podrían atacarte mientras duermes —doblegó Daimon, estirándose un poco más hasta el Príncipe.
Anselin dudo por unos segundos, pero no tenía demasiadas opciones para elegir.
Por amabilidad aceptó la mano de Daimon y dejó que lo ayudara a subir hasta el nido.
El demonio se medió recostó sobre las hojas, esperando a que Anselin hiciera lo mismo. Inseguro de lo que estaba por hacer se sentó en el único espacio libre entre sus piernas, haciendo demasiado esfuerzo para no tocarlo y se quedó allí sin mover ni un musculo. Entonces sintió como con gentileza, casi como si le estuviera pidiendo permiso sin palabras, Daimon se apoyó sobre su espalda brindándole calor a pesar de tener la armadura puesta.
Su cuerpo era caliente, sorpresivamente cálido. En cuestión de segundos Anselin se vio envuelto con su calor, y se sintió tan bien que le dejo de importar la posición comprometedora en la que estaba.
—¿Su Alteza aún tiene frío?
Su cálido aliento choco contra su oreja, mandando un cosquilleo por todo su cuerpo. No quiso voltear, pero tenía la sensación de que sus labios podrían estar casi pegados a su oído. Tragó saliva y respiró antes de contestar. —...No mucho.
Se arrepintió de inmediato de no haber mentido; Daimon lo rodeo con sus brazos y piernas, envolviendo su cuerpo por completo. Anselin quedó en el medio hecho un bollito, apretado y calentito.
Su corazón latía muy fuerte y no sabía si era de nerviosismo, vergüenza o miedo. Ni siquiera podía decir una palabra. ¡Era la primera vez que era acorralado de esta manera!
La respiración de Daimon le hacía cosquillas en el cuello ¡Esto era demasiado!, ¡Pero estaba tan caliente!
Se removió un poco entre sus brazos, intentando acomodarse. Pero entonces el demonio lo apretó más contra su cuerpo.
—No te muevas —musitó.
Anselin frunció el ceño. —¿Por qué?
—Mi cama es pequeña, si te mueves demasiado, podrías caerte.
El Príncipe sonrió ofendido. —¿En verdad me crees tan tonto?, ¡Me entrenaron durante toda mi vida, no caeré de un insignificante árbol! Tal vez no lo creas porque no me has visto en mi mejor momento, pero yo soy un hombre muy atlético. ¡Soy el mejor guerrero que tiene esta tierra después de mi ancestro! Incluso puedo hacer todo tipo de pi-
—Piruetas, lo sé. —Daimon interrumpió su monologo.
—Así es. ¿Por qué dices que lo sabes?
—¿No dijiste que eras muy atlético?
Anselin no estaba conforme con su respuesta, todavía no olvidaba lo que había dicho anteriormente. —Dime, ¿Tú y yo nos conocimos antes?
Daimon guardó silencio antes de murmurar. —No estoy muy seguro, Su Alteza deberá decirme eso.
"¡Pero qué respuesta más ambigua!"
Anselin exhaló y levantó la cabeza para ver al cielo nocturno. Mientras contemplaba las estrellas, por el rabillo del ojo podía ver a Daimon junto a su mejilla mirando algún punto fijo.
Entonces un fugaz pensamiento cruzo por su cabeza: "Tal vez no la pase tan mal aquí."
Cuando despertó, su cuerpo estaba siendo fuertemente agarrado por Daimon, como si su intención fuera que nunca se escapase de sus brazos. Sin embargo, Anselin creyó que estaba siendo amable al sujetarlo para que no se cayera mientras dormía. Intentó zafarse, pero era tan difícil como intentar cortar unas cadenas con sus manos. Volteo a ver al demonio que aún dormía profundamente detrás suyo, con la espalda pegada al tronco del árbol.
Anselin lo observó dormir por un buen rato, su expresión era tranquila y parecía complacida. Sus pestañas eran espesas y abundantes, como las de una damisela pensó. Creía que realmente podría tener una buena apariencia si le limpiaba un poco el rostro. La luz del amanecer se reflejaba en él, haciendo que las escamas en su mejilla y cuello brillasen. Sintió curiosidad por ellas y por saber qué otras partes de su cuerpo cubrían. Lentamente levantó su mano para tocarlas, únicamente con fin investigable. Eran suaves, muy diferente a lo que había imaginado. Era como tocar una piedra perfectamente pulida.
El Príncipe contuvo un sonido de asombro y continuó tocando. Estaba tan inmerso que no se había percatado que los ojos de Daimon se habían abierto y lo miraba penetrante.
Anselin tenía las manos en su cuello cuando lo oyó hablar—: ¿El Príncipe disfruta tocarme?
Como si se estuviera quemando, apartó las manos y quiso alejarse pero Daimon no lo dejó. —Claro que no. No tengo segundas intenciones, solo me dio curiosidad —intentó explicarse restandole importancia.
Daimon sonrió levemente, con algo parecido a la diversión brillando en sus ojos. —Si Su Alteza siente curiosidad por mí, solo debe preguntar. Con gusto le haré saber.
Anselin lo miró con sospecha. —¿Así tan fácil? ¿Tus respuestas tienen algún precio?
Quiso bromear, pero el chiste fue para él cuando Daimon decidió aprovecharse de eso.
—Por supuesto que lo tienen —afirmó—. Pero no lo diré hasta después de responder.
—Eres un terrible negociante. ¿Cómo podría comprar tu respuesta sin antes saber el precio?
Daimon se encogió de hombros. —Esas son mis condiciones. Por supuesto que el Príncipe puede elegir no comprarlas.
Anselin lo miró sin querer demostrar su frustración. ¡Era más descarado de lo que pensó!, ¡Sabía que quería saber todo sobre él y se estaba aprovechando de ello! Temía qué tan caro sería el precio que debería pagar después. Sin embargo, el dinero no era problema para él.
—De acuerdo. Aceptaré tus condiciones, pero deberás responder todas y cada una de mis preguntas.
El demonio asintió estando de acuerdo, sin perder ese peculiar brillo en sus ojos.
Por supuesto que el Príncipe Anselin ignoraba que por naturaleza, los demonios eran descarados.
—¿Nos conocimos antes? —entonces preguntó.
Daimon afirmó con la cabeza, pero no soltó una palabra.
Anselin frunció el ceño, ahora estaba confundido. Él realmente no lo recordaba. —¿Cuándo y en dónde?
—Esa es una respuesta con un precio muy caro —le hizo saber el demonio—. ¿Está seguro Su Alteza?
El tono en su voz lo hizo dudar si valía la pena, aunque, quería resolver su duda.
Estaba a punto de decir que le daba igual cuál sea el precio, cuando Daimon se levantó de pronto y de un salto se bajó del árbol, dejándolo a Anselin confundido.
El demonio levantó el rostro para verlo, y con voz cantarina y una sonrisa en sus labios habló—: Ya deberíamos comer algo.
¿Acaso estaba queriendo huir de su pregunta? Oh, claro que no lo iba a permitir.
El Príncipe bajó de un salto, aterrizando majestuosamente sobre el suelo. Muy seguro de que el demonio estaba muy equivocado si creía que iba a escapar de él. Pero lo que ignoraba era que le estaba haciendo un favor.
Estaba a nada de alzar la voz cuando una flecha pasó tan veloz como un rayo frente a sus ojos, estampándose en un árbol detrás de Daimon.
El demonio ni siquiera esperó a que reaccionara, tomándolo entre sus brazos y llevándoselo lejos. El entorno de Anselin fue borroso por unos segundos, hasta que fueron a parar detrás de un árbol de tronco grueso, lo suficiente para ocultar a ambos.
Apenas desconcertado, miró a Daimon exigiendo respuestas. Sin embargo, ya sabía de qué se trataba.
—Cazadores —Alertó Daimon.
Anselin estaba sorprendido de que humanos hayan llegado hasta allí sin haber sido atacados por los lobos.
El demonio se separó sigilosamente del tronco para observar. Dos hombres vestidos con armaduras y colores similares a los del Príncipe corrían por el bosque inspeccionando todo el lugar.
El semblante de Daimon se oscureció y con recelo sujetó al Príncipe. —Están demasiado cerca —susurró—. Hay que irnos más lejos.
Sintiéndose como una muñeca, Anselin nuevamente fue arrastrado por él sin darle un segundo para mirar también.
Los soldados que deambulaban en el bosque volvieron en sus pasos. Uno de ellos sacó sin dificultad la flecha que había quedado incrustada en el árbol. Observó cómo unos mechones de cabello negro colgaban de ella.
El bosque era oscuro, pero estaba seguro de que había visto la figura del demonio entre la frondosidad.
—Capitán general Darren, hay huellas de más de uno aquí —avisó el otro guardia que lo acompañaba.
Darren se agachó en el fango e inspeccionó las huellas. Unas eran de unos pies descalzos, y la otra llevaba botas como las suyas.
Entrecerró los ojos, ¿Podría tratarse de su Príncipe?
Anselin había perdido la oportunidad de preguntar. El demonio parecía no estar de buen humor luego del fugaz encuentro con los cazadores.
Entendía su sentir, así que no quería molestarlo.
El silencio de Daimon era algo inquietante. Sentía como si estuviera tramando algo en silencio y por supuesto que tenía curiosidad por saber qué. Pero fue paciente y se quedó a un lado, jugando con un palito hasta que el demonio le volviese a prestar atención.
Dibujó garabatos en el fango, tratando de recordar cuando había sido la última vez que había tenido tiempo para tontear. Sobre todo cuando había sido la última vez que había hecho el tonto sin que nadie lo estuviese juzgando por ello.
De la nada, Daimon rompió su concentración. —¿Su Alteza todavía insiste en quedarse en este bosque?
Anselin frunció el ceño. Supuso que su preocupación se debía a los cazadores. —Por supuesto, los cazadores no son un peligro para mi. Todavía hay cosas que quiero pregun... encontrar —Respondió mirándolo desde abajo.
Vio como el demonio respiró con alivio. —Entonces debemos buscar otro lugar donde estar. Ya no es seguro aquella parte del bosque.
Daimon sabía que podía encargarse del problema en un abrir y cerrar de ojos y volver a su lado favorito del bosque. Pero también sabía que se trataba de la gente del Príncipe. No haría nada que lo hiciera enfadar.
Sin oponerse, Anselin asintió y se levantó del suelo. —Vayamos a un lugar más agradable —alzó las cejas, sabiendo que no lo habría.