—¡Bájame y corre! ¡Ahora! ¡Idiota! —ella le gritó con los ojos llenos de lágrimas. Ya era suficientemente malo que él hubiera vuelto por ella. No quería que la retuvieran y muriera por su causa.
—Lo siento, Laiza mi amor... pero no puedo soportar dejarte sola. Salgamos de esta juntos —él la tranquilizó, mirándola tiernamente mientras luchaba por caminar con ella en sus brazos—. Aguanta, ¿de acuerdo? Aún no ha terminado. Todavía podemos lograrlo.
Laiza movió la cabeza, todavía no podía creer que él estuviera aquí. Su visión se nubló a medida que sus ojos se llenaban de lágrimas. —Eres un idiota… un gran idiota… ya deberías estar en un lugar seguro…
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