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—Vamos Reece. Vayamos a nuestra habitación —me levanté y tambaleé un poco. Tal vez estaba dejando que el cansancio de Talia me afectara. O tal vez estaba solo mentalmente cansada. Esa era definitivamente una posibilidad. Había estado pensando mucho y había mucho más que necesitaba hacer.
—Vamos ya, Pequeño Conejito. Terminarás durmiéndote donde estás parada, igual que Talia —Reece envolvió su brazo alrededor de mis hombros y me llevó consigo.
—Talia estaba sentada, yo estoy de pie, esas son cosas distintas —argüí por argüir.
—Y ambas habrían terminado en un golpe a la cabeza si alguien no hubiera estado ahí para las dos. Juro que ustedes dos se parecen tanto que a veces da miedo —Reece me sostenía junto a él. Siempre estaba ahí para mí. Siempre lo había estado, incluso antes de que yo lo supiera.
—Bueno, venga entonces, vámonos —le urgí a salir de la habitación conmigo.
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