A medida que avanzaban hacia las profundidades meridionales del laberinto carmesí, la situación empeoraba cada vez más.
Las arañas de hierro, que al principio no representaban una gran amenaza para el grupo de poderosos y experimentados cazadores de la Ciudad Oscura, se volvían cada vez más mortales con cada paso que daban. Sus números crecían exponencialmente, convirtiéndose en un verdadero peligro bastante rápido. Cada vez más frecuentemente aparecían monstruos más grandes y fuertes al frente de las bestias atacantes, trayendo consigo todo tipo de problemas.
Lo que es peor, la tela de araña que utilizaban para atrapar a sus presas también estaba cambiando. Los alambres de metal con los que estaba tejida se volvían tan delgados que a veces era casi imposible notarlos, y lo suficientemente afilados como para cortar armaduras y huesos, manteniendo al mismo tiempo la resistencia de un excelente acero.
Todo el laberinto estaba cubierto de ella, pasando de carmesí a gris opaco.
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