Al día siguiente, Rigel yacía recostado en su lecho en la enfermería, una pequeña isla de quietud en medio del oleaje tumultuoso. Desde allí, su mirada se posaba en los padres del equipo de Slytherin, quienes se congregaban en un delicado baile de consuelo y resentimiento. Aunque ocasionalmente sus ojos lanzaban destellos de animosidad en su dirección, en su mayoría se contenían, compartiendo el espacio junto a sus hijos, una barrera frágil entre el odio y la férrea determinación de proteger.
Sin embargo, un hombre de estampa imponente y elegante interrumpió este delicado equilibrio al llegar temprano. Su presencia imponía respeto, sus rasgos finos y su cabello rubio platinado que caía como una cascada de hielo por su espalda conferían una atmósfera aristocrática. Los ojos grises, gélidos como el invierno, reflejaban arrogancia y superioridad. Vestía una túnica que ondeaba con matices de verde y negro, y en su mano reposaba un bastón con la figura sinuosa de una serpiente, símbolo de su linaje y su casa.
-Debo admitir que me has dejado impresionado -pronunció con tono cargado de sorpresa. -Todo el equipo de quidditch de Slytherin en la enfermería durante tu primer año-
Su voz resonaba como un vino añejo, profunda y rica en matices. A medida que continuaba, las palabras adquirían un matiz de elegancia venenosa, como un veneno sutil que serpenteaba entre las letras.
Aquel hombre, quien se autodenominaba esposo de la tía de Rigel, reveló que había llevado a cabo maquinaciones en la sombra. Había entablado conversaciones con los demás padres, tejiendo hilos de persuasión para calmar las aguas agitadas. Había conseguido que el tumulto se desvaneciera y el ruido se redujera a susurros.
-Por cierto, ¿Qué hechizo empleaste? -inquirió con una suerte de morboso interés. -Las gradas han sido consumidas por las llamas en su totalidad. Las reparaciones serán arduas y costosas. Los partidos de quidditch, quedarán silenciados hasta el próximo año-
Un rastro de burla bailó en los labios de Rigel ante el comentario sobre el gasto involucrado. Era una burla desenfadada, un atisbo de indiferencia hacia la cuestión financiera que afligía a los adultos.
El hombre se permitió una tétrica sonrisa, cargada de una maliciosa ironía, como si encontrara un deleite siniestro en el caos desatado por Rigel. -No temas por tus riquezas -susurró con una nota de siniestra complicidad. -Considera esto un regalo de mi parte, una compensación por los cumpleaños en los que estuve ausente-
Su voz descendió a un tono más sombrío, su sonrisa retorcida resaltando el abismo de significados ocultos detrás de sus palabras.
-Ya veo, gracias -dijo Rigel sin mucho interés.
-Tu tía estaba muy ansiosa de venir a verte, es una lástima que no pudiera venir. Ninguno de nosotros sabía que Rodolphus hubiera tenido un hijo con Bellatrix, y uno muy talentoso -expuso.
-¿Qué quieres? -preguntó Rigel, en guardia.
-Nada en especial, solo tenía curiosidad por mi sobrino -dijo con una sonrisa que no llegaba a sus ojos.
-No te creo -respondió Rigel con desconfianza.
-No me decepcionas, muchacho. Te sugiero que leas mis cartas la próxima vez -respondió antes de girarse y marcharse de la enfermería, dejando a Rigel pensando en la posible razón de su visita.
Pasaron semanas en la enfermería, y Rigel se perdió la festividad de Navidad mientras continuaba su recuperación. Acompañado por Tilly, finalmente regresó a su casa, donde continuaría sanando. Tilly se aseguró de proporcionarle una caja llena de pociones para acelerar su proceso de curación.
Durante ese tiempo, Rigel solía dar paseos por el interior de Vorago, explorando el pequeño paisaje que lo rodeaba. Las praderas y el bosque creaban un entorno sereno, y en medio de los campos se alzaba una casa de dos plantas, completamente amueblada.
Finalmente, Rigel se recuperó por completo, a excepción de la cicatriz de relámpagos que cruzaba su brazo. Varias marcas de color negro con destellos azules habían quedado en su piel, recorriendo su brazo desde la muñeca hasta el codo.
Cuando regresó a Hogwarts, fue directamente convocado a la oficina del director. La profesora McGonagall lo acompañó hasta la entrada de la oficina, donde una gárgola estaba ubicada. Al mencionar el nombre de un postre, la estatua se movió, revelando la verdadera entrada a la oficina del director.
-Adiós, Lestrange -dijo la profesora con un tono severo. Rigel permaneció inmóvil mientras la observaba alejarse. Luego, giró su atención hacia la gárgola con curiosidad, intrigado por lo que le esperaba en la oficina del director.
Al entrar en la oficina, Rigel notó la presencia de Dumbledore y Snape.
-Hola, profesor Dumbledore, profesor Snape -saludó al ingresar a la oficina.
-Hola, joven Lestrange -respondió Dumbledore con una sonrisa. Snape permaneció en silencio, observándolo detenidamente.
-¿Me van a decir cuál será mi castigo? -preguntó Rigel directamente.
-Sí, la decisión ha sido tomada -respondió Dumbledore con una mirada tranquilizadora.
-Rigel Lestrange, debido al efecto descontrolado de un hechizo que no supiste manejar, lo cual resultó en daños físicos tanto para los miembros del equipo de Slytherin como para la propiedad de la escuela, se te restarán 50 puntos de la casa por cada estudiante y 100 puntos por el daño a la propiedad de la escuela. Además, como parte de tu sanción, se te prohibirá abandonar el castillo y participar en actividades extracurriculares, excepto durante las clases de Herbología y la clase de Cuidado de Criaturas Mágicas. También se te prohíbe llevar esa ave y tener al lethifold en tus hombros. Como parte de esta penalización, se te asignará el cargo de asistente del guardián de las llaves de Hogwarts. Estas restricciones estarán vigentes durante todo el año -sentenció Snape con un tono firme y satisfecho.
-Ya veo -respondió Rigel en tono apagado, sintiéndose abatido por la gravedad de la sanción.
~Adiós a jugar con el calamar gigante y a disfrutar de la vista ~ se dijo a sí mismo, sintiéndose desanimado por la pérdida de esas oportunidades. Sin embargo, se sintió alentado al recordar que aún tenía su espacio personal de 10 kilómetros para explorar y practicar sus hechizos.
-Ahora, Snape, con el castigo ya impuesto, me gustaría tener una conversación con el-dijo Dumbledore, cambiando el enfoque de la conversación.
Snape lanzó una última mirada y se retiró de la oficina.
-Ahora, joven Lestrange, ¿Cómo estás de tus heridas? -preguntó Dumbledore.
Rigel hizo que Vorago se ocultara en su sombra, desvaneciéndolo.
-Estoy recuperado, aunque me quedará una cicatriz en el brazo por ese hechizo -dijo mientras levantaba el brazo izquierdo, mostrando la marca que adornaba su piel.
-Entiendo. Y respecto al hechizo que utilizaste, ¿has intentado volver a usarlo? -preguntó Dumbledore, clavando su mirada en Rigel.
-No, profesor -respondió Rigel sinceramente.
~Aún no~ pensó en silencio, recordando que aún no estaba seguro de si debía o podría usar ese hechizo nuevamente.
-Lo entiendo. Puedes irte, Lestrange. Ve a cenar. Mañana al atardecer comenzarán tus nuevas responsabilidades -dijo Dumbledore con su característica calma.
Después de salir de la oficina, Rigel se dirigió rápidamente hacia el comedor. A lo largo de una de las paredes, se alzaban cuatro contenedores de arena, cada uno representando a una casa con su respectivo color. Al llegar al lugar, sus ojos captaron un contenedor de Slytherin vacío y un grupo de jóvenes reunidos, observando la escena inusual con curiosidad.
-¿Se ha roto? - preguntó un estudiante de segundo año de Slytherin, con preocupación.
-Deberíamos llamar al profesor Snape, él sabrá qué hacer - sugirió otra alumna.
-¿Creen que hayamos perdido todos esos puntos? - expresó otro con cierta incertidumbre.
-Es imposible, nunca antes se ha visto que quiten todos los puntos de una casa de golpe - protestó una estudiante visiblemente molesta.
Sin embargo, en ese momento, la voz del profesor Snape se dejó oír, interrumpiendo la discusión con su habitual frialdad.
-No es ningún error. Agradezcan a Lestrange. Los puntos fueron descontados como castigo - anunció Snape, con su presencia súbita y enigmática.
Rigel, se sentó con su uniforma sin la capa y comió rápidamente, ignorando la mirada que toda la casa le daba, iban a perder la copa. tenían una racha de 5 años seguidos.
Rigel devoro su comida y cansado de las miradas se marcho del comedor, se dirigió hacia las mazmorras a el salón de Slytherin y se metió directamente a su cama.
Al día siguiente, la cosa solo empeoro, toda la escuela se entero que rigel hizo que su casa perdiera todos los puntos, era evidente que se rompió la racha de 5 años. cosa que las demás casas no hacían mas que agradecerle con sarcasmo.
El primer día, después de las clases de la tarde, Rigel se dirigió hacia la cabaña de Hagrid.
Toc Toc
-Hagrid, soy yo, Lestrange- llamó a la puerta.
Después de unos segundos de espera, Hagrid salió de la cabaña junto a un enorme perro negro.
-H-Hola, Lestrange, bien, el director me dijo que ahora me ibas a ayudar durante lo que queda del año- dijo incómodo, como si no le agradara la idea más que a él.
-¿Qué haremos hoy? - preguntó curioso. A lo que Hagrid simplemente lo llevó hacia la parte trasera de la cabaña.
Rigel llegó al castillo exhausto y con el uniforme sucio por la tierra de la pequeña granja de hagrid, habia cuidado de las gallinas y removido plantas muertas del huerto, ya era muy tarde. Las antorchas y la luz de la luna que entraban por las ventanas en los pasillos iluminaban el castillo. Caminando absorto en sus pensamientos, llegó a un pasillo donde las antorchas estaban apagadas. Utilizando su bastón para crear una fuente de luz, iluminó su camino y avanzó. Las paredes del pasillo estaban adornadas con cuadros de diversas escenas: hombres posando, grupos de músicos, magos orgullosos con sus varitas, e incluso cuadros de animales, todos en un profundo sueño.
-Apaga esa luz, muchacho - renegó un cuadro de un anciano con un rostro arrugado por la experiencia y la edad, su cabello gris caía sobre sus hombros y vestía un camisón para dormir.
-Lo siento, parece que me he perdido en el camino a las mazmorras - se disculpó Rigel.
-Estos muchachos de hoy en día, no saben ubicarse. Cuando yo estaba vivo, podía encontrar el camino a casa incluso si me hubieran quitado la cabeza y la hubieran pateado en un bosque - comenzó a quejarse el anciano con un tono nostálgico. Rigel lo escuchó atentamente, encontrando en la conversación con el cuadro una distracción ante la idea de entrar a la sala común.
-¿Cómo lo hiciste? - preguntó Rigel, intrigado.
-Era un excelente rastreador, jovencito, el mejor de mi época - dijo el anciano con orgullo, inflando el pecho.
Rigel se sentó en el suelo, dispuesto a escuchar la historia del anciano. Viendo el interés del niño, el anciano comenzó a contar su relato.
Alaric Travers. Experto en rastrear objetos mágicos perdidos y criaturas fugitivas.
Uno de sus logros más destacados fue la recuperación de un antiguo libro de hechizos que se había extraviado en los confines más oscuros del Bosque Prohibido. Su tenacidad y paciencia para seguir las pistas mágicas dejadas por el libro lo llevaron a su exitoso hallazgo. Aunque este evento no generó una gran conmoción en el mundo mágico, fue suficiente para que su nombre fuera mencionado en círculos especializados.
En reconocimiento a su dedicación y habilidades en el ámbito del rastreo, se colocó un retrato de Alaric Travers en uno de los pasillos menos transitados de Hogwarts. El retrato muestra a Travers sosteniendo una brújula mágica en una mano y un mapa en la otra, mientras observa con serenidad.
-Entonces, cuando me rodearon los hombres lobos, hice aparecer un gigante hecho de los árboles alrededor que los distrajo lo suficiente para escapar con el libro ya en mi poder - se jactó el anciano.
-¡Wow, peleaste contra una manada completa! - exclamó Rigel, sorprendido.
-Otra vez estás contando esa historia de los hombres lobos, ¿anciano? - se quejó una señora que vestía una túnica ostentosa y llevaba un espeso maquillaje sobre un rostro redondo.
-Hola, señora, no quise molestarla - se disculpó Rigel mientras se ponía de pie, dispuesto a ir a dormir a su habitación.
-Ya que escuchaste su historia, ¿no te gustaría escuchar la mía? - preguntó otro retrato con una mirada expectante.
-No, mejor escucha la mía, muchacho, no te arrepentirás. Te contaré sobre la vez que monté un unicornio - de pronto, todos los cuadros se despertaron, ansiosos por contar sus historias. Esto lejos de molestar a Rigel, lo alegró al darse cuenta de que tenía un lugar tranquilo lejos del salón de Slytherin.
-Está bien, por favor cálmense. Prometo escucharlos, pero por favor esperen un momento - se dirigió a los retratos, logrando que se calmaran. Rigel se sentó esta vez frente a la señora de lujosas ropas.
Elara Ravenscroft.
La fama de su excepcional talento musical se extendía por todo el reino mágico, pero fue su enfrentamiento con la temida banshee de la región, Niamh la Lamentadora, lo que se convirtió en su leyenda más memorable.
Niamh, la banshee, era conocida por su lamento desgarrador que presagiaba la muerte. Nadie había osado enfrentarla y mucho menos desafiarla en un duelo de canto, hasta que Elara aceptó el reto. En una noche lúgubre, en el corazón del bosque, Niamh alzó su voz en un canto de dolor sobrenatural. Sin embargo, cuando su lamento cesó, Elara respondió con su voz impregnada de coraje y pasión. Las notas de su canción envolvieron el aire, desafiando la tristeza de Niamh.
El duelo musical se prolongó hasta que Niamh, sorprendida por la determinación de Elara y abrumada por la emoción de su canto, retrocedió y desapareció en la oscuridad. Elara emergió victoriosa, su valentía y habilidades musicales se convirtieron en una fuente de inspiración. Uno de sus retratos, en el que sostenía un laúd y miraba al horizonte con determinación, se exhibe en la Galería de Héroes de Anvernia, recordando a todos que incluso las criaturas más temibles pueden ser enfrentadas con valentía y arte.
Cuando termino de contar su historia, canto una hermosa canción sobre un árbol que se habia enamorado de la luna.
En los bosques antiguos, donde el misterio florece,
Se alza un árbol solitario, su amor al cielo ofrece.
Sus ramas se extienden, abrazando la oscuridad,
Un romance etéreo con la luna, en soledad.
Árbol de plata, enamorado de la luna,
Tus hojas brillan en la noche, canción oportuna.
Solo en luna llena, tu fruto aparece,
Un amor eterno que el tiempo no desvanece.
En la calma de la noche, susurra su historia,
Un amor prohibido, una pasión sin gloria.
El árbol se inclina, sus hojas se mueven en éxtasis,
Cautivado por la luna, en su luz encuentra paz.
Árbol de plata, enamorado de la luna,
Tus hojas brillan en la noche, canción oportuna.
Solo en luna llena, tu fruto aparece,
Un amor eterno que el tiempo no desvanece.
En la penumbra del bosque, su secreto reside,
El árbol y la luna, en su danza se funden y deslizan.
Sus raíces profundas abrazan la tierra fría,
Su amor perdura, una melodía que nunca moriría.
Árbol de plata, enamorado de la luna,
Tus hojas brillan en la noche, canción oportuna.
Solo en luna llena, tu fruto aparece,
Un amor eterno que el tiempo no desvanece.
Así, en la noche estrellada, su historia se revela,
Un árbol y su amada luna, un vínculo que destella.
Y cuando llega la luna llena, su fruto brilla alto y claro,
Un tributo al amor eterno que entre el árbol y la luna se entrelaza.
Árbol de plata, enamorado de la luna,
Tus hojas brillan en la noche, canción oportuna.
Solo en luna llena, tu fruto aparece,
Un amor eterno que el tiempo no desvanece.
-Qué hermosa canción - dijo Rigel entre aplausos. La cantante hizo una reverencia con gracia y se sentó satisfecha, con una cálida sonrisa en el rostro.
Rigel pasó toda la noche escuchando los relatos de los cuadros, sumergiéndose en las historias que compartían con entusiasmo. Notó que los rayos de sol comenzaban a entrar por la entrada del pasillo, anunciando la llegada de un nuevo día.
-Lo siento, pero tengo que ir a clases. ¿Les parece si vuelvo mañana para continuar con las historias? - les dijo a los retratos.
-Claro, muchacho, ven cuando tengas tiempo. No nos iremos a ningún lado - respondió Aric, el mago que había logrado montar un unicornio, emocionado.
A los retratos les agradó que un joven se interesara por sus historias, ya fuera por curiosidad o simplemente por el deseo de escuchar. Sentirse escuchados y apreciados era el motivo por el cual esas pinturas habían sido creadas en primer lugar. Con una sensación de satisfacción, Rigel se levantó y se dirigió hacia sus clases, llevando consigo el recuerdo de una noche llena de historias y voces del pasado.