Me había quedado completamente dormida después de platicar de los nombres de los bebés con Edward. Me ponía tan feliz que Edward ya me apoyara completamente con <Mis angelitos> , porque sabía muy bien que muy dentro de él se quería deshacer de ellos.
Pero ahora sabía que eran felices y que adoraban a sus padres con su alma, cosa que había dejado un poco culpable a Edward.
En ese momento me desperté y no vi a Edward por ninguna parte y me moría de sed. Le había pedido a Rose el favor de rellenar mi vaso de sangre. Cuando ya estaba al tercer trago Edward apareció rápidamente por la puerta de la sala.
—Elina, corazón, creí que aun estabas dormida. —dijo. —Lo siento, no me hubiera ido de haberlo sabido. —
—No importa. Me levante porque tenía mucha sed. Es buena noticia que Carlisle traerá más sangre pronto, <Mis angelitos> la necesitaran cuando estén con nosotros. —
—Cierto, bien pensado. —
—Me pregunto si necesitaran algo más. —
—Eso lo veremos muy pronto. —dijo Edward.
En ese momento entro Jacob.
—Hola, Elina, ¿Qué tal todo? —pregunto.
—Bien, he dormido un buen rato así que me siento mejor, ¿Y tú? —pregunte.
—He dado un paseo en un carro estupendo y luego pasee por un parque. —
—Suena divertido. —dije.
—Divertidísimo. —
En ese momento sentí nuevamente las ganas de ir al baño, me removí en mi lugar con incomodidad y miré a Rose.
—¿Rose…? —le sonreí avergonzada.
—¿Otra vez? —dijo ella.
—Creo que bebi como dos litros en la última hora. —le explique.
Ella camino hacia mí, mientras me acomodaba para pararme.
—¿Crees que pueda caminar? —pregunte. —Tengo las piernas entumidas. —
—¿Segura? —pregunto Edward.
—Rose estará ahí si me tropiezo, lo cual es lo más probable porque ni siquiera me veo los pies con esta pansa. —
Rosalie me sostuvo con cuidado y no me soltó en ningún momento, ni cuando me estiré por completo e hice una mueca de alivio.
—Ay…que bien se siente estirarse un poco. —suspire. —No puedo creer lo enorme que estoy. —dije mientras sobaba mi pansa. —Solo un día más <Mis angelitos> , solo uno más. —mire a Rose. —Vamos pues…Ay no…—
El vaso que había dejado en el sofá se había caído hacia un lado, derramando la sangre en el sofá blanco.
No sé cómo estuvo todo en ese momento pero como reflejo me encorvé para intentar tomar el vaso, pero cuando lo hice se escuchó un débil "Crack" que provino de mi columna.
—¡Ay! —gemí de dolor.
Entonces perdí el equilibrio, haciendo que mi cuerpo estuviera cada vez más cerca de impactar contra el suelo. Edward fue el que reacciono más rápido y alcanzo a atraparme en mi caída.
Solté el grito más horripílate y más cargado de dolor que haya soltado en toda mi vida. Entonces sentí como algo subía por mi tráquea e impedía que pudiera gritar. Intente girar mi rostro hacia un lado pero el dolor me lo impidió, entonces expulse lo que me había impedido gritar…era sangre, estaba vomitando sangre.
Desde ese momento todo paso como un torbellino. No fui consciente de todo lo que pasaba a mi alrededor, el dolor me lo impedía. En un momento estoy tirada en la sala y en otro ya estoy en un cuarto con un montón de máquinas a mi alrededor, con Jacob, Rose y Edward mirándome preocupados.
Las convulsiones de dolor no me dejaban ni por un instante, haciendo que a ratos la inconciencia me llevara.
De un momento a otro fui consciente de las voces a mi alrededor.
—¿Qué pasa, Edward? —escuche que le preguntaban.
—¡El feto se está asfixiando! —grito. —¡La placenta se ha desprendido! —
Supe lo que significaba.
—<¡Sácalos!> —grite lo más fuerte que podía. —<¡No pueden respirar! ¡Sácalos ya!> —
—¿Qué dijo? —pregunto Jacob.
—La morfina…—gruño Edward ignorando la pregunta de Jacob.
—¡No hay tiempo! ¡Hazlo ahora! —repetí para que me entendieran mejor.
Otra carga de sangre impidió que siguiera gritando para que salvaran a <Mis angelitos>, pude sentir como las manos de Edward se acercaban a mi boca para limpiarla para que pudiera respirar. Tenía que ser fuerte, tenía que lograr tan siquiera ver nacer a mis bebés.
Un dolor horrible me rasgo el vientre. Después de eso no supe cuánto tiempo paso, ¿Segundos? ¿Minutos? ¿Horas? La verdad no sabía, perdí el sentido y todo se volvió negro. Pude escuchar voces muy a lo lejos y como el aire entraba a mi boca para llegar a mis pulmones a la fuerza haciendo que me raspara la garganta.
—¡Quédate conmigo, Elina! —era Jacob. —¿Me escuchas? ¡Aguanta! ¡Quédate, no me dejes! Haz que tu corazón siga latiendo. —
Había vuelto a respirar, no con normalidad pero si lo suficiente como para que mi corazón siguiera trabajando. Una paz llego a mi cuerpo.
Mis bebes ya habían nacido.
—Young Soo…—escuche que susurro Edward, para después decir. —Young Mi. —
Como pude levante las manos.
—<Dámelos…>—susurre. —Quiero verlos…dámelos. —
Pude ver como Edward se acercaba, esta con las manos cubiertas de sangre y sostenía a dos pequeñas personitas. Intente sostenerlos con mis débiles brazos, su piel era tan caliente como la de Jacob. Enfoque bien mi mirada y ahí fue cuando todo quedo muy claro.
Ninguno lloraba, pero respiraban rápido y con jadeos de sorpresa. Tenían los ojos igual de rasgados que los míos, pero eso no impido que viera como los abrían completamente. Lo siguiente que vi fueron sus risos, del mismo color que su padre. Este estaba pegado a su cabeza por la sangre. No pude dejar de mirar sus ojitos, los de mi niño eran del mismo color que los míos y los de mi niña eran de un hermoso color esmeralda. Bajo toda esa sangre pude darme cuenta de que su piel era pálida, y suave, junto con sus mejillas sonrojadas. Ante mis ojos eran perfectos.
—<Y-you…ng…Soo.> —apenas pude pronunciar. —<You..n-ng..M-mí, que…hermosos…son.> —
Los pequeños rostros de mis bebes se iluminaron y sonrieron para mí. Tenían dientes de leche. Se acurrucaron contra mi pecho, pude sentir mejor el cambio de temperatura.
De pronto el dolor llego, rompiendo el hermoso momento que estaba teniendo con mis hijos recién nacidos. Un jadeo salió de mis agrietados y secos labios. Ya no sentía a mis bebes en mi pecho, de hecho ya no sentía nada en lo absoluto, más que un interminable dolor.
El dolor era confuso.
Era totalmente confuso. No podía entender nada de lo que ocurría.
Mi cuerpo intentaba asimilar todo pero no podía. El dolor me absorbía una y otra vez, pero la oscuridad intermitente impedía que sintiera el dolor por completo. Pero esa intermitencia hacía que estuviera fuera de la realidad y no supiera que es lo que pasaba a mi alrededor.
Intente que la realidad no estuviera ligada al dolor.
La irrealidad era completamente negra y en ella no había dolor.
La realidad era de un tono rojo oscuro y el dolor era insoportable, era como si me partieran a la mitad, me atropellara un camión de carga, me pisoteara una multitud y me sumergieran en acido, todo al mismo tiempo.
En la realidad sentía como mi cuerpo se retorcía, aunque mi cuerpo no se moviera a causa del mismo dolor.
La oscuridad se extendió sobre todo mi ser. era como una venda gruesa que no solo tapaba mis ojos, si no todo mi cuerpo. Intente empujarla con todas mis fuerzas, intente no ser aplastada por ella.
Tenía que soportar hasta que me ayudaran. Sabía que Edward haría todo lo posible y no se rendiría, así que yo tampoco lo haría.
El miedo comenzó a apoderarse de mí. Conforme el tiempo avanzaba, la oscuridad ganaba por decimas y centésimas a todos los esfuerzos que hacía yo para ganarle. Tenía que aferrarme a algo.
Pero no podía ver el rostro de Edward, ni el de Jacob, Alice, Rosalie, mi Appa, mi Omma, Eric, Katie, Carlisle o Esme… a nadie. Esto me estaba llenando de miedo y me preguntaba si no sería ya demasiado tarde.
Sentía que ya no tenía a nada a lo que aferrarme.
—{¡No!} —pensé.
No podía dejarme vencer y abandonar a la gente que amaba. Tenía que seguir peleando contra la oscuridad.
De repente aunque no podía ver nada, pude sentir algo. Era algo cálido y hasta cierto punto se sentía bien, pero aquella pequeña calidez junto a mi corazón se hizo cada vez más real y se intensificaba con el paso del tiempo. Cada vez más caliente, que ya dudaba que fuera mi imaginación.
Sentí más calor.
Ahora me sentía extraña e incómoda por tanto calor. Era demasiado.
Era como si pusiera la mano en una plancha, lo primero que quise hacer fue soltar y alejar cualquier cosa que estuviera haciendo que me quemara. Pero no había nada, el ardor estaba en mi interior.
La quemazón aumento, alcanzo el tope y volvió a incrementar otra vez hasta que aumento tanto que sentía que en cualquier momento me derretiría.
En ese momento me arrepentía tanto no haber abrazado la oscuridad cuando tuve la oportunidad. Deseaba poder ir y adentrarme a esa parte de la oscuridad que me anestesiaba de cualquier dolor. Quería ser capaz de poder abrir mi pecho y sacar mi corazón para poder librarme de aquella tortura.
El dolor que sentí cuando James rompió mis huesos, no tenía comparación con lo que sentía en estos momentos. Los bebes rompiéndome las costillas tampoco se comparaba con esto.
El fuego se fue haciendo cada vez más intenso, quería gritar, llorar, suplicar que alguien acabara con mi sufrimiento, pero no podía mover los labios por culpa del peso que sentía encima de mí.
Me di cuenta de que la oscuridad no tenía nada que ver con lo que me aplastaba, era mi cuerpo el que se había vuelto pesado. Tan pesado que me enterraba en las llamas que se abrían a través de mi pecho.
No sabía porque no podía moverme, porque no podía gritar. No se suponía que nada fuera así. Mi mente no estaba del todo lucida, pero pude saber el porqué de mi falta de movimiento.
La morfina.
Parecía hace tanto tiempo cuando lo habíamos discutido, Carlisle, Edward y yo. Edward y Carlisle habían tenido la esperanza de que la morfina atenuara el dolor de la ponzoña. Carlisle lo había intentado solo una vez con Emmett, pero el veneno la había quemado que no hubo tiempo para que se extendiera.
Me mantuve inexpresiva y asentí y agradecí tanto que Edward no pudiera leer mi mente.
Porque ya sabía lo que sentía la ponzoña y la morfina por separado. Lo que nunca me espere es que la morfina inmovilizara mi cuerpo. Me mantenía paralizada mientras me quemaba.
Se sentía tan horrible no poder gritar, no poder implorar que me mataran. Deseaba con todas mis fuerzas morir en ese momento para que el dolor se fuera.
—{Por favor mátenme, déjenme morir.} —pensé con desesperación.
Lo único que fui capaz de hacer en todo este tiempo de ardiente tortura fue suplicar para que llegara pronto mi muerte y soltar gritos que mi cuerpo no sería capaz de soltar.
No podía sentir como pasaba el tiempo, solo sentía que se había detenido y que nunca acabaría este calvario.
El único cambio que fui capaz de sentir fue como el dolor se multiplicaba de forma repentina. La mitad inferior de mi cuerpo, la más insensibilizada por la morfina, se prendió también en llamas.
Aquella quemazón infinita me envolvió con fuerza.