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Miles

Según el mapa, el instituto estaba a tan solo unas seis cuadras de donde estábamos, relativamente cerca, pero el joven se movía con mucha precaución, miraba hacia todos los lados adónde le era posible mirar, esperando a que algo sucediera, por lo que nuestro avanzar era algo lento... y mi paciencia en algún punto comenzó a llegar a su límite.

—¿De verdad tienes que mirar que hay tras cada esquina para avanzar?

—Lo siento, es solo una mala costumbre mía. No puedo evitarlo.

—No sé qué más te habrá pasado, pero, en serio, deja de creer en las supersticiones, te harás un favor a ti mismo.

—Lo intentaré.

Este chico me intrigaba, de verdad quería ayudarlo. Pero... parecía que no era el día adecuado para hacerlo, pues al instante en el que terminamos de hablar una pelota de béisbol cayó justo en el centro de su cara.

¿De dónde rayos había salido? Ni siquiera había un campo de béisbol o un parque a la vista.

El golpe lo derribó al suelo.

—Oye ¿estás bien? —le pregunté y, como siempre, esa pregunta sonó ridícula sabiendo lo que acaba de pasar, pero ¿qué más podía preguntar? Me acerqué para auxiliarlo y fue ahí donde me volvió a desconcertar su respuesta.

—Tranquila, estoy bien; ya estoy acostumbrado.

"¿De nuevo? ¿Quién se acostumbra a eso?" En eso el joven se levantó como si nada, nuevamente. Tenía un buen físico que se notaba a simple vista.

—Había pasado un buen tiempo desde que no recibía un pelotazo.

—Ten toma, coloca este pañuelo en la herida.

—¿Estás segura?

—Sí, está bien, es solo un pañuelo, no es la gran cosa. Tampoco creo que lo vayas a infestar de mala suerte o algo así.

—Gracias... Aunque nunca había considerado que eso podría pasar. ¡Lávate tu ropa en cuánto llegues a tu casa!

Lo ignoré por completo.

—Oye, ¿seguro que no quieres ir al hospital? —le pregunté—. Podemos ir y en cuanto te revisen nos vamos al instituto en taxi, seguro que estaremos ahí a tiempo.

—Agradezco tu preocupación, pero tengo prohibido subir a cualquier medio de transporte.

—¿Por qué?

Aunque podía imaginar su respuesta, probablemente estaba tan obsesionado con lo de la mala suerte que temía causar un accidente.

—Me da pena admitirlo, pero me mareo con facilidad Ja, ja, ja.

—¿Qué respuesta es esa? —no pude evitar responder, sorprendida por una respuesta tan... normal.

—Pareces decepcionada.

Un poco lo estaba, aunque lo disimulé.

—Olvídalo —maldición este chico sí que me sacaba de quicio—. Vamos, ya casi llegamos.

—De acuerdo. Aunque... Tengo que advertirte que desde este punto en adelante siempre me ocurría lo peor.

—No pasará nada malo —insistí, pensando que quizás lo único que necesitaba era alguien que les dijera esas palabras—. Te lo dije, la mala suerte no existe.

—Puede que tengas razón.

—La tengo —afirmé con rotundidad.

De repente, y sin previo aviso, el joven se detuvo, y me hizo una pregunta:

—¿Escuchaste eso?

—¿Qué cosa?

—Viene detrás de esos botes de basura —comentó mientras señalaba unos botes que teníamos a pocos metros.

—A lo mejor es un perro, sigamos.

—No sonó como un perro, se parece más bien a un…

Antes de que pudiera concluir la palabra, ambos vimos al enorme animal ponerse de pie. Su pelo era tan negro como el carbón y sus garras parecían unas enormes cuchillas. Nos quedamos tan atónitos que a duras penas pudimos terminar la frase.

—¡Un o-o-oso!

—¡Un o-o-oso!

No lo podía creer, de verdad había un oso enfrente de nosotros.

Tenía que pensar rápido… "¿Qué tengo que hacer si me encuentro con un oso? Vamos, ¡piensa! No he pasado gran parte de mi vida en YouTube para nada… ¡Maldición! Lo olvidé. Estoy segura de que alguna vez vi un video sobre eso..."

—Mantén la calma, no corras, ni grites —me indicó mi compañero.

—¿También estás acostumbrado a esto?

—No, esta es la primera vez que veo un oso.

Ninguno de los dos se movía, pero el oso seguía acercándose a nosotros.

—No está funcionando —exclamé.

—Ya lo veo.

En eso, el oso levantó sus dos patas delanteras y tomó una posición de... ¿boxeador? Fue ahí donde recordé el mensaje que me había llegado hace poco.

—¿Qué está haciendo? —preguntó el muchacho, más curioso que asustado, mientras revisaba mi celular en busca de aquel mensaje.

—¡Ya lo recuerdo! Es el oso boxeador que se escapó del circo, por eso se pone en esa posición. Cree que somos sus contrincantes —ni yo creía lo que estaba diciendo.

—Ya veo. Si ese es el caso, no nos dejará ir tan fácilmente.

—¿Qué vamos hacer?

—Lucharé contra él.

—¿Estás loco? —grité.

El joven se quitó la camiseta y fue ahí cuando confirmé que su físico sería la envidia de cualquier fisicoculturista. Había trabajado su cuerpo muy bien, pero lo que realmente me llamó la atención fueron sus cicatrices: quemaduras, cortes, golpes... por todo su cuerpo, tantas que a primera vista no podía contarlas.

¿Quién o qué es este chico?

Fue entonces cuando me fijé en que la posición que estaba tomando no era de boxeo, era diferente, una que conocía muy bien gracias a los gustos de mi padre. El muchacho separó sus piernas y colocó su mano izquierda sobre su rodilla izquierda mientras que con el puño cerrado tocaba el suelo con la mano derecha, inclinando su espalda un poco. Sí, conocía bien esta postura…

—¡Cuarta marcha! —exclamó.

En ese momento decidí darle un buen golpe en la cabeza. Me salió sin querer, mi cuerpo se movió más rápido que mi mente.

—¡Eso dolió! —se quejó.

El oso nos observaba confundido.

—¡Eres un idiota! —le grité.

—Tienes razón, aun no domino la segunda ni la tercera marcha... Cómo para intentar realizar la cuarta.

—¿Cómo te puedes saltar tantas marchas de un solo… —empecé, y entonces me di cuenta de lo absurdo que era todo— Pero ¿¡qué diablos estoy diciendo!?

—Ja, ja, ja, no te preocupes, lograré vencer sin ayuda de esa postura, he entrenado toda mi vida para esto.

—¿Para luchar contra un oso?

—Para defenderme de mi mala suerte.

Y entonces comenzó la lucha que menos esperaba tener que presenciar alguna vez en mi vida. El oso parecía estar bien entrenado, los dos se veían como boxeadores profesionales luchando entre sí, era una cosa de locos.

Mientras este chico intentaba golpearlo con ataques rápidos, el oso se cubría esperando la oportunidad perfecta para contraatacar y finalmente lo hizo. Con un fuerte golpe logró estremecer al muchacho y, mientras este retrocedía, el oso avanzó con golpes rápidos y directos al rostro, hasta que en una de esas logró tirarlo al suelo.

El joven se había desmayado.

Una vez en el suelo el oso lo olfateó y, luego de confirmar su victoria y festejarla un rato, se marchó como si nada dejándonos a los dos ahí.

Tardé unos minutos en reaccionar y creo que nadie pasó por ahí en ese tiempo. No podía creer lo que había visto, ¿quién lo haría? Llamé a la policía y a la ambulancia.

Nuestro viaje terminó a unas pocas cuadras de llegar a la meta.

—¿Dónde…? —el muchacho comenzó a recuperar la conciencia luego de unos buenos minutos, mientras yo estaba al teléfono.

—Si mamá —decía mientras él despertaba—, estoy bien, solo me retrasé un poco, no te preocupes, tengo que colgar, nos vemos.

—¿Dónde estoy? —el muchacho miró a su alrededor, se tocó la cabeza y luego la almohada que estaba debajo de ella.

—Tranquilo, estamos en el hospital.

—¿Y el oso?

—Tu pelea con el oso ya terminó hace rato.

—Ya veo. Por favor dime que él quedó peor que yo

—Ja, ja, ja, tuve la osadía de tomarte una foto, creí que te gustaría verla, mira.

Tomé la foto en el momento justo en que el oso festejaba su victoria mientras él yacía en el suelo noqueado.

¿Qué puedo decir?, hoy en día tenemos la mala manía de tomar fotos o vídeos en los momentos menos oportunos.

—Ja, ja, ja, fue una buena pelea.

—Lo fue.

—Gracias por cuidar de mí.

Me sonrojé un poco al escuchar eso, e intenté quitarle importancia:

—De hecho, quería dejarte ahí tirado pero los de la ambulancia me obligaron a venir, tenía que haber alguien contigo —dije sarcásticamente.

—Ja, ja, ja, aun así, gracias.

—Por cierto, he visto cómo te levantaste después de que te atropellaran, vi cómo recibiste un pelotazo en tu cara y como boxeaste con un oso, pero aún no se tu nombre.

—Es Miles, Miles González.

—Es un placer Miles, mi nombre es Celeste Ishikawa.

—¿Ishikawa?

— Así es, mi padre es japonés y mi madre es latina.

—Ya veo… Celeste ¿qué hora es?

—Son las dos y media.

—Tan tarde... ¡No puede ser, tenemos que ir al instituto!

Miles, sin pensarlo mucho, se levantó de la cama, pero enseguida traté de detenerlo parándome delante de él.

—Espera, te acabas de dar unos buenos golpes con un oso, tienes varios cortes en el pecho y en la cara, deberías quedarte. Si me das tu identificación puedo ir por ti. Puedo pedir una nota al hospital, con eso seguro lograré matricularte.

—No puedo permitirme eso, si no voy en persona no lograré matricularme.

—¿De qué hablas?

—Te lo dije, no es la primera vez que lo intento. Lo he intentado tantas veces que he perdido la cuenta, lo he estado intentando desde la primaria.

—No te entiendo…

—Celeste, yo nunca he asistido a un colegio. Siempre había una razón que me impedía hacerlo, siempre terminaba recibiendo las clases en línea o viendo las grabaciones del día. Aun así, me esforcé por pasar todos mis cursos. Este es el último año, si no logro ir por mi cuenta, no me matricularé y jamás habré sido capaz de pisar un instituto.

—Pero, ¿por qué tienes que ir tú propiamente?

—Ese fue el requisito que me pusieron. Te lo dije, tengo mala suerte, desde que nací siempre me han pasado cosas malas. Si no puedo poner un pie en el instituto por mi propia cuenta significa que no he vencido a mi mala suerte… Por favor, déjame ir.

—No comprendo del todo lo que me acabas de decir, pero te dije que la mala suerte no existe y te lo demostraré. Ten, toma tu ropa, aún quedan tres horas para que cierre el instituto.

—Gracias, Celeste.

Estirando mi mano lo ayudé a levantarse. No sabía quién o qué era este chico, insistía tanto con lo de su mala suerte que ya no sabía si creerle o no. Lo que sí sabía era que este había sido un día de locos y que pasar tiempo con Miles era divertido… Bueno, mientras no nos atacasen los osos.

Dieron las 4:50 PM, cuando por fin logramos llegar a las afueras del instituto.

—¿Qué diablos ha sido todo eso? —exclamé con mi último aliento, cayendo de rodillas, sin fuerzas.

Desde que salimos del hospital, ocurrieron una decena de cosas raras, como si alguien hubiese cambiado el nivel de dificultad de nuestra vida de fácil a experto. Nunca creí que ir a matricularse fuera tan complicado.

—Ja, ja, ja, hoy estuvo fácil, salvo lo del oso.

—Me estás tomando el pelo, ¿de verdad te pasa todo esto a diario?

—Con el tiempo te acostumbras.

—¡Toros! ¡Había unos toros siguiéndonos por toda la ciudad!

Después una cisterna con agua se vuelca y nos moja por completo y de remate una nube de polvo sale de quién sabe dónde ensuciándonos toda la ropa. ¡Jamás me acostumbraría a esto! Pero por lo menos llegamos a nuestro destino de una pieza.

—Sí, lo hicimos, de verdad pude llegar al instituto

—Te lo dije, la mala suerte no existe, toda está en la mente.

—¿Después de todo lo que ocurrió todavía no me crees?

—Hoy fue un día especial, una combinación de extraños sucesos que no nos pasarán de nuevo, ahora ayúdame a levantarme y terminemos con esto.

—Sí, venga.

Estábamos delante del único instituto del pueblo, un edificio recién reformado gracias a la generosidad de un rico empresario que había decidido pagar de su bolsillo la reparación del maltrecho edificio antiguo. Había quedado impresionante, como un campus universitario, pero, lamentablemente, no nos permitieron acceder al interior. Pretendían que la reforma fuera una sorpresa para el primer día de clases, así que nos llevaron a una caseta que habían colocado para atender a los alumnos que iban a matricularse.

Sobre la puerta, un letrero informaba de esa función:

"Sala de inscripción"

—¿Qué les pasó a ustedes dos? —nos preguntó la secretaria al vernos.

Notamos que, desde que entramos en el recinto, las personas que estaban alrededor nos miraban raro. Estábamos sucios, cansados y mojados y Miles llevaba vendada la mitad de su rostro. Parecía que veníamos de la guerra.

—Es una larga historia, ¿podríamos pasar a matricularnos para poner fin a este día, por favor? —respondí, con las pocas energías que me quedaban.

—Claro, solo necesito sus identificaciones.

—Sí claro, la identificación, aquí tiene la mía —respondí rápidamente, sintiendo esas palabras tan simples como una suerte de bendición.

Por fin terminaba ese día infernal.

—¿Y la suya, joven? —le preguntó la secretaria a Miles.

—Espere un momento, la tengo por aquí —Miles comenzó a revisar entre sus cosas. Se detuvo a pensar por unos segundos y siguió—. Tiene que estar en unos de estos bolsillos, no está aquí, en los de atrás…

—¿Qué pasa, Miles? —le pregunté, un tanto preocupada.

—No tengo mi identificación.

—¿Qué? —fue todo lo que se me ocurrió decir en ese momento

—¿Cómo que no la tienes?

—No la tengo, juro que la tenía conmigo, pero no la encuentro.

Y entonces ambos lo recordamos: el hospital. Claro, cuando la ambulancia llegó allí revisaron la ropa de Miles en busca de su identificación para comunicarse con sus familiares, ya que yo no tenía ningún tipo de relación con él y como salimos corriendo de ahí, nos olvidamos de pedirla de vuelta.

—¿Cómo pude olvidarlo? —me pregunté, llevándome una mano al rostro—. Es mi culpa, no se la pedí al enfermero.

—No es tu culpa —me corrigió rápidamente con una sonrisa—, fue mía. Debí haber revisado mis bolsillos y cerciorarme que la tenía conmigo.

Eso, en vez de tranquilizarme, me hizo sentir más culpable.

—Disculpe ¿no hay forma en que él pueda matricularse? Fue mi culpa, él de verdad la traía consigo, es solo una matrícula para un instituto, no tendrían que ser tan estrictos.

—Lo siento, pero no puedo hacer eso —respondió la secretaria con total indiferencia—, recibí instrucciones específicas de que si un estudiante no presentaba su identificación no podía matricularlo, me pueden despedir si lo hago.

—Lo sé, lo sé, sé que es egoísta de nuestra parte, y también sé que lo que diré ahora sonará muy loco, pero hemos tenido un mal día, uno muy malo, ¡sólo mírenos! Él hasta tuvo que luchar con un oso, literalmente… Quizás, solo quizás, en esta ocasión podría…

—Lo siento, quisiera ayudarlos de verdad, pero no puedo.

Me desesperé. ¿De verdad pasé por todo esto por nada? ¿A quién se le ocurrió esta broma de mal gusto? Estaba cansada y quizás por eso no me di cuenta que me había desplomado al piso tan pronto la mujer dejó de hablar. Miles se agachó a levantarme. Este chico seguía sorprendiéndome, aún después de todo se mantenía en pie, sin quejarse, sin llorar, ayudando a otros. ¿De dónde había sacado tanta fuerza de voluntad?

—Miles, lo siento —le dije.

—No pasa nada —contestó él, sin perder la compostura—. A pesar de todo, hoy fue un día muy divertido. Además, mira, de verdad logré poner un pie en el recinto, es la primera vez que llego tan lejos, y no lo habría podido hacer sin ti.

—¿Ella está bien? —preguntó la secretaria antes de que atináramos a salir de la oficina— ¿Llamo a una ambulancia?

¿Había dicho ambulancia? Eso me dio una idea.

—¡Ah! —Era el momento de aprovechar esas pocas clases que tuve de teatro hace unos años— ¡Siento que me desvanezco! —intenté soltarme de Miles, pero él intentó sostenerme, notablemente confundido—. No puedo resistir más, creo que me voy de este mundo.

—¡Ay, mi Dios! —la secretaria se levantó de un salto, casi pálida—. Resista un poco más, ya los llamo —agregó antes de ir a por un teléfono.

—Celeste, ¿qué haces? —me preguntó Miles.

—Tú cállate y sígueme la corriente —le respondí en voz baja mientras fingía un desmayo.

—Seguir el plan, seguir el plan..., bien ¡Ay Dios mío! se muere —me puso una mano en la frente, pero tan rápida y exageradamente que me dolió—. ¡Está más helada que el hielo!

—¡Ya llamé a la ambulancia! —la secretaria regresó rápidamente.

Estaba tan pálida que creo que la que iba a desmayarse realmente era ella.

—¡Rápido, ya no le siento el pulso!

—¡Ay, mi Dios, ay, mi Dios! Espera un momento, iré por ayuda, no dejes que se muera, ¿por qué me pasa esto en mi primer día de trabajo? —dijo, casi llorando, la pobre mujer, mientras salía corriendo de la oficina.

—Haré lo que pueda —le dijo Miles, con cara de preocupación—, dese prisa.

Tan pronto nos quedamos solos pasé a explicarle mi plan a Miles. Era algo sencillo y a la vez, tentaba mucho a la suerte, pero ¡hey! ¿Por qué no intentarlo?

—¿Cómo sabes que mi identificación sigue en la ambulancia? Lo más lógico es que la hayan dejado en el hospital. Y, además, suponiendo que todavía siga ahí, ¿cómo sabes que vendrá la misma ambulancia que me atendió a mí?

—No lo sé, pero ¿por qué no tentar a la suerte y ver con qué nos sale? Además, esta ciudad es pequeña, ¿con cuántas ambulancias crees que cuentan?

—Estoy seguro de que cuenta con más de una, y no hay garantías de que mi identificación siga ahí.

—Todo dependerá de la suerte.

—¿De mi mala suerte? —ironizó Miles.

—Miles, ¿qué te he dicho todo este tiempo, aunque solo hayan sido un par de horas?

—"La mala suerte no existe" —dijo, casi como un niño al que acababan de reprender.

—Tenemos una pequeña probabilidad de que funcione, tenemos que intentarlo.

—Está bien.

En eso entro un paramédico a la sala guiados por la secretaria y, ¡gracias a Dios!, logré reconocerlos y ellos a mí.

—¿Ustedes de nuevo? —nos reprochó apenas nos vio— ¿No les bastó tener que enfrentarse a un oso?

—No sabes lo feliz que me hace volverte a ver —le dije, olvidándome de mi cuadro fingido de enfermedad.

—¿En serio? ¿Tan buena impresión te dejé? —el paramédico encontró algún halago en medio de mi frase y su vanidad se fue por los cielos—. ¡Pero qué digo, claro que así fue!

—Miles, ven, sígueme —ignoré completamente al paramédico y me llevé a Miles afuera.

A duras penas logré escuchar las palabras que me dijo el paramédico tras vernos salir de la sala:

—Chicos, ¿adónde van? ¿Y la camilla?

Miles y yo nos dirigimos rápidamente hasta la entrada del instituto, donde estaba la ambulancia. Allí se encontraba el chófer quien también nos reconoció enseguida.

—¡El domador de osos! —nos recibió alegremente—. ¿Qué hacen ustedes por aquí?

—Disculpa, ¿es posible que la billetera de mi amigo siga en la ambulancia? —le pregunté, ignorando su alegría— Por favor, di que sí.

—¿La billetera?

—Sí, la mía —intervino Miles—. ¿Podemos mirar adentro?

—No puedo permitir eso, pero sí puedo buscarla yo en su lugar, aunque es improbable, siempre dejamos las pertenencias de las personas en el hospital.

—Busqué, por favor, es importante para nosotros —exclamé.

—C-claro —respondió el hombre sorprendido por nuestra urgencia.

Y la búsqueda por la billetera comenzó, aunque con poco éxito. El chófer seguía buscando, pero al parecer no daba con ella.

—Lo siento, chicos, no está aquí.

—¡No puede ser! —exclamé.

—Bueno... —a Miles le costaba esconder su pena—. Por lo menos lo intentamos.

—¿Qué pasa aquí? —preguntó el paramédico, una vez llegó a la ambulancia. Había salido tras nosotros en cuanto se dio cuenta de que no me estaba muriendo, y la secretaria lo había seguido a él.

—Estos chicos preguntan si aún tenemos la billetera del joven por aquí.

—¿Su billetera? Aquí la tengo conmigo.

—¿En serio? —los dos, Miles y yo, nos volteamos a verlo al mismo tiempo.

Teníamos una sonrisa enorme en la cara.

—Sí, aquí la tienes.

El médico le entregó su billetera a Miles y este lo abrazó como si se hubiese reencontrado con alguien que no había visto en muchos años.

—Muchas gracias —le dije, agradecida—. Pensé que la habían dejado en el hospital.

—Se me olvidó hacerlo, hoy ha sido un día de locos para nosotros.

—Ni que lo digas —respondí.

—Y ustedes dos no están ayudando —nos riñó—, es un delito pedir una ambulancia por algo como esto.

—Lo sentimos mucho —dijimos los dos.

—Está bien, solo no vuelvan hacerlo —y siguió, mirando fijamente a Miles—, y tú, deja de meterte a pelear con osos. ¡Cielos, no entiendo a los chicos de hoy en día!

—Así será —le respondió Miles.

—Eso espero. ¡Hey, tú! ¡Vámonos de aquí!

Al cabo de unos instantes, el paramédico y el chófer desaparecieron junto a la ambulancia.

—Bueno… —empezó a hablar la secretaria—. ¿Qué tal si terminamos de matricularlos a ambos?

—Eso sería genial —respondí, dispuesta a acompañarla.

—Celeste —Miles me detuvo—, muchas gracias.

—No hay de qué.

Y así, nuestra misión había llegado a su fin. Nos había tomado todo el día, un encuentro con un oso, con una manada de toros, un internamiento hospitalario y otras cosas que ni vale la pena mencionar, pero al fin pudimos matricularnos.

—¿Sabes? —comenté una vez estuvimos fuera del instituto—, a pesar de todo, hoy fue un día muy divertido.

—¿En serio? —Miles no parecía creerme.

—Sí, digo, no todos los días ves a una persona luchar con un oso ni escapar de un montón de toros.

—Ja, ja, ja, ¿entonces somos amigos ahora?

—¿Después de todo lo que pasamos aún lo preguntas? Claro que lo somos.

—¡Genial! Eso es genial —lo noté más alegre de lo que esperaba que estuviera.

—Suenas como si fuera tu primera amiga.

—Lo eres.

—¿Eh?

—Eres la primera amiga que tengo, la primera persona que no es familiar mío que me habla.

—¿Bromeas? ¿De dónde vienes? ¿De una cueva?

Miles solo sonrió, aunque claramente se notaba que no estaba bromeando. Entonces recordé que había dicho que nunca había asistido a la escuela… Deseé preguntarle más sobre el tema, pero pensé que ese no era el momento.

—Bueno, gracias de nuevo —repitió Miles, y añadió, señalando hacia una calle distinta a aquella por la que íbamos caminando—. Me tengo que ir, tengo que hacer un mandado.

—De acuerdo. Bueno, nos vemos.

—Sí —me respondió alegremente, para luego saludarme e irse caminando.

—¡Cuidado con la cera!

—¡Auch! Mi dedo, estoy bien, estoy bien…

—Ja, ja, ja.

Miles era alguien interesante... Pero, ¿qué hora debía ser? Miré mi celular solo para tener un preinfarto. ¡Las seis y cuarenta! Diablos, se me había olvidado llamar a mamá, había estado tan centrada en no morir que se me olvidó por completo. ¡Ah, genial, quince llamadas perdidas! Parecía que la que tenía la mala suerte ahora soy yo. Procedí a llamarla. Me atendió en menos de cinco segundos.

—Hola, mamá —la saludé, intentando sonar tranquila.

—Pero niña, ¿dónde estás? Te he estado llamando y no contestabas. Nos tienes preocupados a todos, tu papá y tu abuelo ya salieron a buscarte.

—Lo siento, me entretuve demasiado, lo siento mucho.

—¿Dónde estás?

—Camino a casa.

—Dame la dirección exacta, llamaré a tu padre para que vaya a recogerte.

—Está bien.

Gracias a Dios ni mi papá ni mi abuelo me riñeron mucho. Claro, estaban preocupados más que enojados y se tranquilizaron al verme. Y, como mi día había sido demasiado loco como para que ellos me creyeran, solo les dije que me había entretenido caminando por la ciudad. Aunque eso no bastó para evitar el regaño de mi madre y mi abuela. Pero, por lo menos ya estaba de regreso en mi nueva casa y, después de una ducha y una deliciosa cena, había llegado la hora de descansar...

Aún no me creía por todo lo que había pasado. Acordándome de la pelea del oso revisé la aplicación para ver si ya lo habían atrapado y así fue. Los oficiales lograron dar con él y el único herido había sido Miles.

Seguí buscando en la sección de noticias, hasta que di con el accidente de tráfico de Miles. Tenía curiosidad sobre lo que la gente diría de él. Después de todo, habían tomado fotos y videos, y todavía más cuando él se levantó como si nada le hubiera pasado.

"9:50 AM. Joven atropellado se levanta como si nada".

"Joven es atropellado por un vehículo y recibe un fuerte golpe que lo envía a 5 metros. Muchos de los presentes creyeron que el joven había muerto, sin embargo, para su sorpresa el joven se levantó ileso del lugar y siguió su camino. ¡No necesitó de la ayuda de nadie!"

Bueno, es una nota corta pero acertada. A ver qué dicen los comentarios…

"Vaya golpe que recibió, lo bueno es que no le paso nada".

"Por suerte".

"Estaba ahí cuando paso, me asuste mucho, tenemos que tener más cuidado"

"@Rodrigo mira ese es el chico del que te hablé".

"¿El que está maldito?"

"Sí, ten mucho cuidado, dicen que si te le acercas sufrirás una desgracia"

"Es verdad, yo también lo he escuchado. Dicen que sus vecinos suelen escucharlo gritar por las noches, lo pasan muy mal".

"¡Qué miedo!"

¿¡Pero qué diablos!? ¿¡Como pueden hablar así de alguien!? ¡Estoy segura de que ni siquiera lo conocen en persona! Internet puede ser un lugar demasiado cruel.

De pronto recordé lo que me dijo Miles poco antes de que nos separásemos, que era la primera amiga que tenía, la primera persona de fuera de su familia que le hablaba. Pobre Miles…

—Amor ¿puedes venir un momento por favor? —preguntó mi madre desde el primer piso.

—Ya voy —me levanté de mi cama y bajé a donde se encontraba—. Dime.

—Querida, toma este recipiente y sígueme.

—Claro, ¿a dónde vamos? —le pregunté mientras tomaba el recipiente y la seguía.

—A visitar a los vecinos, son buenos amigos de tu abuela y ella quiere llevarles un poco de la cena que hicimos.

—Está bien, ¿y mi abuela?

—Ya está con ellos.

Nuestros vecinos eran una pareja de ancianos, de la misma edad que mis abuelos. Según me contaba mi mamá mientras llevábamos la cena a su casa, se habían mudado hace tres años y desde entonces habían sido buenos amigos de mis abuelos.

—¿Viven solos? ¿No tienen a nadie que los cuide?

—Tienen un nieto que vive con ellos y una señora que los visita de vez en cuando.

—Qué bueno.

—Según me contaba tu abuela, el nieto tiene tu misma edad.

—¿En serio? Puede que lo vea en el instituto.

—Ya ves que sí puedes hacer amigos aquí.

—Aún no lo conozco.

Antes de que pudiéramos tocar el timbre de la casa sentí como ponían una mano sobre mis hombros. El susto fue tal que me hizo tirar el recipiente con la comida por los aires. Le cayó en la cabeza a la persona que estaba detrás de mí. Al menos la sartén estaba fría. El ruido que provocamos fue tal que los vecinos a los que íbamos a visitar salieron de la casa apresurados, acompañados de mi abuela.

—¿Te encuentras bien? —preguntó mi mamá, aunque no sabía si se dirigía a mí o a la persona que tenía detrás.

Por si acaso respondí:

—Sí, solo fue el susto.

—¿Qué pasó? —preguntó mi papá desde nuestra casa, luego de salir tras escucharme gritar. En cuanto iba a responder, la vecina mencionó un nombre que me resultó muy familiar.

—Miles, mi amor, ¿te encuentras bien?

¡Miles! El mismo Miles con quien pasé todo el día, ese Miles, ¿era mi vecino?

Mis dudas se disiparon al ver a Miles quitarse el recipiente de la cabeza, siempre con una sonrisa en la cara.

—Sí, ja, ja, ja, ya estoy acostumbrado.

¿A qué? ¿A qué te caiga la comida encima?

Tras haber echado la comida encima de Miles y haberme presentado a sus abuelos con la cara llena de vergüenza, terminé mi extenuante día. Por suerte mi cama ya estaba lista, esperando a que me tirase en ella.

Por ahora, lo único que quería era dormir…

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