Después de atravesar el gran portal que ponía fin al puente del templo de Tyr e iniciaba la tierra mandita de Niflheim, Rosewisse se lanzó a los cielos y sobrevoló el laberinto por delante. Viggo se quedó en lo que parecía ser lo alto de una colina. La niebla verdosa era espesa y apenas podía ver lo que había por debajo de sus pies. Por otro lado, más allá de este punto la tierra seguía descendiendo hasta introducirse en un laberinto con grandes murallas.
A cinco metros por delante de Viggo había un tótem con el rostro de una anciano calvo y barbón, lo más probable que lo hizo a imagen y semejanza el propio Ivaldi o sus hijos. Bajo la cara del enano había una sección plana donde estaba escrita una advertencia para todo aquel que quisiera adentrarse en estas tierras.
Viggo se quedó de pie, se cruzó de brazos y alzo la vista al cielo para mirar a la bella valkiria en su armadura dorada surcar los cielos con sus enormes alas.
Desde aquí Viggo no podía ver lo que había a nivel del piso del laberinto, pero si podía ver que, a la distancia, lo que parecía ser el centro, había tres enormes estatuas de veinte metros de altura cada una. Eran estatuas extrañas por decirlo de una manera simple, ya que el torso superior era como el de un anciano con la espalda encorvada sosteniendo una especie de linterna, pero desde la cintura hacia abajo no tenía pies, en su lugar había cuatro tentáculos que lo sostenían. Las tres estatuas tenían la misma construcción y desde la lampara de las tres, emergía la niebla mortal.
Rosewisse tenía mal humor, era alguien relativamente fácil de molestar, pero la actitud anterior se debía a la niebla. Brok, el enano de piel azul les había advertido. La niebla de Niflheim era mortal, ya que si podías tolerar los efectos de la niebla te volvías un animal irracional o si no, te morías. Además, les indico que el laberinto tenía toda clase de trampas y criaturas, estas más peligrosas que ninguna en otro reino, ya que el miasma las volvía volátiles y poderosas.
Rápidamente la valkiria Rosewisse volvió a donde estaba Viggo y descendió, pero de inmediato se llevó las manos a la cara y camino mareada hasta que Viggo la atrapo.
—Yo, me siento mal— dijo Rosewisse abrazando a Viggo. Este último la llevo a un lado del camino, le acaricio la espalda por entremedio de las alas y ella vomito. No era como si Rosewisse estaba embarazada o algo por el estilo. Simplemente era uno de los efectos que provocaba la niebla en las personas, el más suave gracias a un amuleto protector que les facilito Brok.
—Ya— dijo Rosewisse con voz cansada una vez que termino de vomitar. Viggo la alejo de la pendiente ganando altura, donde la niebla no era tan espesa y se podía ver lo que había en el suelo. Por todos lados crecía una maleza roja con hojas con forma de estrella. Estaba por todos lados, ya sea en las paredes, entre las piedras y el suelo.
Viggo ayudo a Rosewisse a llegar al espacio bajo el enorme portal que marcaba el comienzo de la tierra maldita y ella se sentó en el suelo mientras él se ganaba por detrás de ella, entre sus alas, y funcionaba como respaldo. Gracias sus alas, Rosewisse no se podía apoyar en cualquier superficie o se aplastaría las alas.
—¿Te queda estus? Me siento horrible— dijo Rosewisse con voz cansada
—Sí, me queda la última botella— respondió Viggo —solo un poco ¿ok? No podemos quedarnos sin estus—
—Sí, lo que digas, pero se bonito y facilítame la maldita botella, por favor—
—La tienes tú ¿Te acuerdas?—
—Maldición ¿Dónde está mi maldita cabeza?— preguntó Rosewisse llevándose la mano a la cara por un momento. Después llevo sus manos a la bolsa que tenía atada a la cintura y se la paso a Viggo —búscala tú, en estos momentos mi cabeza es un desastre—
—Claro— respondió Viggo y tomo la bolsa. A los pocos segundos saco la botella, la abrió y se la paso por el lado.
Rosewisse miró la botella esmeralda de estus como si fuera su salvación. Ella la tomo con ambas manos como si fuera lo más preciado y le dio un largo sorbo.
—Esto es grandioso— respondió Rosewisse soltando un suspiro de alivio —Viggo, necesitamos hacer más estus, necesitamos tener una bodega llena de cubas de madera con estus—
—Sí, lo sé, Rosewisse— respondió Viggo —¿Te sientes mejor?—
—Cien veces mejor, santo cielo ¿Qué mierda tiene este maldito aire?— preguntó Rosewisse molesta, pero ahora que estaba mejor se dio cuenta de su actitud y murmuro —nunca había maldecido tanto—
Viggo soltó una risita, Rosewisse le paso la botella de estus y él la guardo. Después ayudo a Rosewisse a ponerse de pie y ambos se quedaron mirando a los ojos. Viggo llevo su mano a la cara, le miró la piel, los ojos y las ojeras. Tenía la apariencia de alguien que se despierta después de una resaca. Viggo soltó una risita y Rosewisse le dio una palmada en el pecho.
—¿De qué te ríes maldito?— pregunto Rosewisse medio en broma
—Parece que tuvieras una fuerte resaca— respondió Viggo
—Bueno, yo me siento como si tuviera una—
—Dime— dijo Viggo poniéndose serio —¿Viste algo importante?—
—Bueno, aparte de esas extrañas criaturas y el taller en el centro del laberinto en lo que parece ser una colina, nada más. El laberinto se extiende por kilómetros, con forma de diamante y varios espacios cuadrados amplios, como si fuera un lugar de reunión o algo así—
—Veo, Ivaldi estaba jugando con fuerzas extrañas que asustaron a Odín. De dicha fuerza nacieron las armaduras, armas y el guantelete—
Rosewisse sonrió con astucia y le preguntó —realmente quieres el guantelete ¿No?—
—Sí, no te puedo mentir— respondió Viggo con seriedad —pero no lo pienso ocupar a menos que sea necesario. Si el guantelete es todo lo que describe Odín, no entiendo porque no dejo que Ivaldi lo terminara y después se lo quito, es extraño—
—Cierto, muy extraño— respondió Rosewisse perdiendo su sonrisa. Si algo podía asustar al Padre de Todo no era una broma —¿Volemos al taller, en el centro del laberinto?—
—Sí, adelante— respondió Viggo
Rosewisse camino hasta pararse por detrás de él y lo abrazo, pero al notar que la espalda de Viggo le cubría el rango de visión, frunció el ceño y dijo —santo cielo, estas muy grande y obstruyes mi visión—
—No seas llorona— dijo Viggo —eso ya lo dijiste, es al principio ¿No?—
—Sí, pero el principio es importante. Si doy un mal salto y choco con algo será peligroso—
—Bueno, eso sería malo— respondió Viggo —lo siento, pero tendrás que aguantarte hasta que desarrollemos otro modo de viaje—
—Lo que sea, ahí vamos— respondió Rosewisse en un tono de voz desenfadado. Ella dio un enorme saltó, se elevó y batió sus alas para poco a poco ganar altura. Rápidamente ella alcanzo los veinte metros por sobre el nivel de la niebla y voló hacia el centro del laberinto. Por otro lado, Viggo desde esta altura podía ver hacia abajo y hacerse un mapa mental del laberinto. Sin embargo, a medida que avanzaban noto ciertos brillos ígneos y rugidos bestiales; draugrs, pensó.
—Bueno— murmuro Viggo —en este lugar debió vivir gente antes de que Ivaldi llenara toda esta región de niebla—
Rápidamente Rosewisse alcanzó el centro del laberinto donde se elevaba una colina de doscientos metros de diámetro rodeada de enormes murallas, cerrada con una poderosa reja en el frente y con un espacio de cincuenta metros de diámetro en su cima. Al parecer, la niebla mortal no llegaba a la parte superior de la colina, lo que lo hacía un lugar más seguro, incluso que el mismo puente del templo de Tyr donde la niebla mortal cubría el suelo.
Rosewisse descendió varios metros hasta alcanzar los cinco metros de altura y soltar a Viggo como lo hacían siempre. Viggo cayó sobre un suelo blando cubierto de pasto y la maleza con hojas rojas con forma de estrella. Rosewisse descendió un par de metros más allá y se quedó mirando el lugar. Estaba vacío, solo era una tierra plana con una forma redonda y con tótems con la forma de enanos en los bordes. Sin embargo, en el centro del espacio había grietas dimensionales como puntos del tamaño de un puño que se movían como si fueran agua que quiere expandir, pero no puede.
—Viggo— dijo Rosewisse mirando las grietas dimensiones en el centro, levitando a la altura de un metro.
—No las toques— respondió Viggo en un tono de voz serio —una vez encontré una y salieron varios draugrs y brujas seidr. Si Ivaldi era tan buen herrero y dominaba la magia, debe haber grandes premios en el interior de las grietas, pero igual nivel de peligros—
—Entiendo—
—Busca en las paredes exteriores, son tan gruesas que puede haber algún pasadizo, ten cuidado—
Rosewisse miró a Viggo y asintió. Ella camino hacia la derecha, Viggo hacia la izquierda.
Al acercarse a la muralla, Rosewisse vio más de cerca un enorme tótem de enano. Este tótem tenía la forma de un anciano barbón con un bastón en su mano derecha y la mano izquierda sobre su pecho.
Rosewisse examino de cerca el tótem y lo rodeo, pero no pudo pasar por detrás ya que el espacio entre el tótem y la pared era reducido. Ella volvió al frente de la estatua y la quedó mirando. Su vista viajo desde la cara del anciano, bajo por lo que parecía ser la ropa hasta la base y vio una base metálica. Tenía una argolla metálica, así que Rosewisse se agacho y tiro de ella. Se abrió una especie de cajón con un montón de pepitas metálicas de lo que parecía ser un metal verdoso. Rosewisse estiro su mano para tocarlo, pero vio que dichas pepitas metálicas emitían una niebla verde, como la que había por todo Niflheim. Rosewisse apartó la mano, levantó su rostro y miró la estatua. Iba a llamar a Viggo, pero este último la llamo primero.
Rosewisse se levantó, miró hacia el fondo de terreno. Viggo estaba de pie frente a una muralla de roca, bajo una escultura con el rostro de un anciano. Rosewisse miró el tótem a su lado, la caja con pepitas metalizas verdes, las quiso tomar, pero desistió y camino hacia donde estaba Viggo. Ella paso muy cerca de una de las grietas dimensionales del tamaño de un puño. Parecían pequeñas esferas de agua oscura que buscaban expandirse. El hecho de que podría haber grandes tesoros en su interior le llamaba la atención, pero las palabras de advertencia de Viggo fueron un gran disuasor. Ella estaba bien, pero había estado vomitando, así que pensaba que estaba al cincuenta por ciento de su capacidad. En pocas palabras, muy mal para un combate desafiante.
Rosewisse llego delante de Viggo y miró lo que había en la muralla. Una puerta tallada en roca sólida.
—Prepara tu varita— dijo Viggo, Rosewisse dio un paso atrás y Viggo llevo sus manos a las hendiduras del costado derecho. Viggo hizo fuerza y la roca soltó un roce, se movió poco a poco hasta que Viggo empezó a colocar más fuerza en sus manos, soltó un grito y arranco la puerta de un solo tirón generando una polvareda.
Rosewisse apunto con su varita de plata, lista para calcinar todo lo que pudiera salir por la abertura, pero no paso nada. La polvareda se disipó y Viggo se acercó a la abertura. Rosewisse también se acercó y miró por el borde derecho. Se veía un pasillo de dos metros de altura por dos de ancho con varios dinteles a los lados que conducían a recamaras. Al final se veían unas escaleras, pero también todo se oscurecía.
Viggo iba a dar un paso dentro del pasillo, tuvo que agacharse un poco, pero se detuvo al escuchar un terrible rugido bestial —draugrs— murmuro. Miró a Rosewisse, ella asintió y Viggo respondió de la misma manera.