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Preludio del cambio 2.191

Por la noche, Viggo dormía con Sakura y Ana en su cama. Cada una ocupaba un brazo como cabecera y dormían apegadas a Viggo. Este último soñaba una vez más con la caída de Orario, con el encuentro con el héroe y con la entrega de la daga negra como señal de su caída.

Sin embargo, tuvo una nueva visión diferente a la que tuvo las otras veces. Esta vez él estaba en un palacio y sentado en un enorme trono de mármol blanco con un respaldo que se elevaba cinco metros por encima del suelo. Delante de él había varias mujeres, algunas no las pudo reconocer por la edad, pero hubo una que si pudo reconocer. Rosewisse, con sus alas que con el tiempo se habían vuelto negras como las de su abuela Gondul. Ella seguía teniendo un rostro joven, cabello de plata y ojos azules. Vestía una armadura de valkiria con algunas modificaciones, como una coraza que realmente la protegiera, pero era de color negro con un brillo verdoso que se desplazaba a través de la armadura como si fuera una niebla. Entonces Viggo fue apreciando al resto de sus esposas y las fue identificando por su actitud.

-¿Querido?- preguntó una mujer con voz envejecida a su lado. El dios rey miró hacia la izquierda y vio a una mujer entrada en edad, de cabello gris y arrugas en los ojos sentada en un trono más acorde a su tamaño. Por alguna razón, se veía mucho más pequeña que él. A lo mejor por los años, pensó Viggo. Después de todo, Viggo todavía tenía que crecer mientras que los humanos se achicaban con la edad. Sin embargo, Viggo podía ver la fuerza en la mirada de aquella mujer que vino de una tierra lejana. Ella llevaba una corona de oro y un cetro en su mano derecha incrustado con diez piedras preciosas. Las mismas que trajeron y vendieron a Hera. No sabía porque ella las volvía a tener.

-¿Sí?- preguntó el dios Rey con voz tan gruesa como la del maestro de Viggo

-Por favor, procede, todas tus esposas están presentes-

El dios rey miró hacia adelante y volvió a mirar a sus esposas. Todas ellas vestían hermosos vestidos. Scheherezade tenía algunas canas formando una línea que caía en un mechón. Seguía siendo una mujer hermosa, con el misterio y la seducción en esos ojos verdes que emitían una mirada lánguida. Después venían Sakura y Ana, ambas hijas de Esparta se conservaban fuertes y delgadas, parece que no habían dejado el entrenamiento a pesar de los años. Tsubaki vestía un kimono de colores y diferente de su yo juguetón, ahora tenía una expresión más seria. Por alguna razón estaba Hitomi, con su cabello rojo y orejas puntiagudas. Ella como elfa conservaba su apariencia, al igual que Rosewisse, quien estaba a su izquierda.

-Ven, Scheherezade- dijo el dios rey y ella se acercó a Viggo, se arrodillo delante de él y le tendió su mano. Viggo vio que la mano del dios rey era grande y tosca, como la de un guerrero más que la de un político. Por un momento todo se fue a negro y después volvió a haber luz -puedes volver a tu lugar, está todo bien-

-Gracias, marido- dijo una anciana Scheherezade

-Sakura- pronuncio el dios rey con voz gruesa y así, sucesivamente pasaron las esposas y él dijo que estaba bien. Viggo no sabía porque el dios rey hacia esto, pero parece que era una forma de asegurarse de que todo estuviera bien.

Una vez que solo quedaron el dios rey y Semiramis en el salón del trono. Ella se puso de pie, se arrodillo delante del dios rey y él también reviso como estaba ella. La oscuridad se extendió por más tiempo que con las otras esposas y al final, cuando el dios rey abrió los ojos, comenzó a sollozar.

-Querido- dijo una Semiramis digna y firme -estamos en el salón del trono, hay otros mirando-

Sin embargo, eso no pareció importarle al dios rey y solo se levantó de su trono, se arrodillo delante de ella y la abrazó. Parece que no había consuelo dentro de su visión.

Viggo despertó llorando en la cama mientras Sakura y Ana se despertaban y le preguntaban por cómo él se sentía.

-Estoy bien- respondió Viggo, notando que había dejado aquel sueño de un futuro posible, pero sin dejar de sollozar y que se detuvieran las lágrimas.

-Viggo- dijo Ana sintiendo su pena como propia, lo abrazó y lloro con él. No sabía porque él sufría, pero sabía que era algo triste que dolía en lo más profundo del corazón. Al menos, así lo sintió Ana.

Sakura abrazo a ambos como si los quisiera proteger y dijo -no pasa nada, Viggo, estamos aquí para ti, lucharemos contra lo que sea y venceremos-

-Sí- dijo Viggo, pero como explicarle que los mortales no pueden vencer al tiempo. Según su padre, incluso si se volvían inmortales, el cansancio de vivir los hacia insensibles. Lo más sano era morir y renovarse en el ciclo de la vida.

Viggo se dio una ducha de agua caliente junto con Ana y Sakura, para después volver a la cama y dormir. Entonces Viggo volvió a soñar y tuvo la visión de un balcón que parecía estar en la cima de un gran castillo. Frente a él se elevaba una enorme ciudad diez veces más grande que la propia Orario. A su izquierda veía un gran rio que cruzaba la ciudad y a su derecha las montañas.

Alguien puso una mano sobre la mano del dios rey y él miró, dejando ver a Viggo una mano anciana y huesuda. Era pequeña comparada con la del dios rey, pero eso pareció no importarle y él tomo esa mano con sumo cuidado y le beso el dorso de la mano. Entonces el dios rey miró hacia su derecha y vio a Semiramis anciana. Ella sonreía ante el gesto del dios rey mientras miraba a la distancia.

-Es una pena que haya muerto aquel muchacho- dijo Semiramis con voz suave y agradable para el oído -cuando era un niño me gustaba para nuestra Uriel. Incluso tuvimos una reunión para conversar con él-

-Sí- respondió el dios rey con voz gruesa -pero él no respondió de buena manera. Es una pena-

-¿Crees que hayan sido verdad los rumores que circulaban? Que aquel dios tonto lo crio-

-Yo, no quiero ni siquiera acordarme de aquel tipo- dijo el dios rey de mal humor

-Lo siento, querido, no quería echar a perder tu humor-

-No es tu error, amor mío. Eso solo que aquel dios inútil fue una molestia de principio a fin. Lo único útil fue su divinidad-

-Hay gente que no se arrepiente de sus errores, incluso en su lecho de muerte-

-Hera dijo que él era ese tipo de persona, sin remedio y autocomplaciente-

Semiramis soltó un bufido y dijo -al final, vencí a aquella mujer prepotente. Ojalá estuviera aquí para enrostrarle su error-

El dios rey soltó una carcajada, tomo la mano de Semiramis como si fuera la cosa más preciosa del mundo y le beso el dorso de la mano con ternura. Justo en ese momento paso un águila y soltó un poderoso chillido.

Viggo despertó en su cama con el sol sobre sus ojos. Por la fuerza de la luz y el ángulo, supuso que ya había pasado el mediodía. Escucho el roce de la ropa y como después alguien se apoyaba del lado derecho de la cama. Viggo volteó su rostro y vio un ángel de cabello plateado desnudo. Sus grandes senos caían como dos melones terminando en dos pezones rosa, piel clara y alas blancas. Aquel ángel llamado Rosewisse, soltó un gemido coqueto y apoyó sus manos sobre el pecho de Viggo.

-¿Me echaste de menos?- preguntó Rosewisse susurrándole en voz baja. Ella levantó su pierna derecha y se sentó sobre Viggo. Después acerco su rostro al de Viggo y le beso la mandíbula hasta llegar al cuello -no tengo suficiente de esto- menciono con voz coqueta -¿Está bien? Sí, creo que está bien ¿Verdad?- ella le mordió el cuello y Viggo de forma natural deslizo sus manos por la cintura de Rosewisse

-Eres un ángel pecaminoso- dijo Viggo -déjame castigarte-

-Una vez no será suficiente- dijo Rosewisse con una sonrisa coqueta mientras sus ojos emitían un brillo lujurioso. Viggo sonrió en respuesta y lo que debería ser un encuentro, se convirtió en una competencia por la lujuria. Ambos terminaron de hacer lo propio como a las tres de la tarde, con Rosewisse durmiendo boca abajo sobre la cama. Gracias a sus alas no podía dormir de espaldas. A lo mejor podía dormir de lado, pero ayudada de algunas almohadas de Viggo. Las posiciones amorosas también estaban limitadas gracias a sus hermosas alas, cosa que no evitaba que lo hicieran, pero se perdían oportunidades valiosas.

Por otro lado, Viggo se fue a su escritorio, al final de la habitación con sus pinturas sobre atriles de madera y se puso a escribir lo que soñó, tal cual como le recomendó Hera. A medida que su pluma se deslizaba sobre el papel pensaba en la tristeza del dios rey y que era lo que significaba. Viggo pensó que seguramente era la muerte de su amada y si estaba bien prolongar su vida. Viggo quería hacer cosas, pero tampoco era tan tonto como para ignorar las advertencias de tu padre. Entonces se imaginó vivir por tanto tiempo que todo, desde la comida hasta hacer el amor, te diera lo mismo ¿Acaso había algo más terrible que volverse indiferente a la vida? Entonces Viggo pensó en su maestro y lo que le dijo su padre, murmurándolo en voz baja -hay que encontrar el balance- era como la comida. Mucho de una cosa caía mal al estómago, pero el no tener comida también enfermaba el cuerpo. Un equilibrio era necesario para probar de todo sin caer en los excesos. Un balance entre el conocimiento y los instintos. El arte. Viggo pensó que debía encontrar su propio arte. Ver al futuro, pero sin ahogarse en la información. Encontrar lo que quería en el presente, pero no desesperarse por obtenerlo todo. Luchar contra sus enemigos, vencer, pero sin caer en la locura. Su maestro ya le había advertido.

-¿Qué debería estar haciendo en este momento?- se preguntó Viggo en voz baja. Escucho unas pisadas suaves, alguien caminando sobre la cerámica con los pies descalzos. Algunos atriles y pinturas se cayeron al suelo. Él miró hacia adelante del escritorio y vio al dulce ángel con el cabello de plata, desnuda y tratando de levantar las pinturas y atriles que habían caído al suelo. Viggo soltó una risita, cerró el cuaderno que estaba escribiendo con la información de sus sueños y camino hacia donde estaba el ángel.

-Lo siento- dijo Rosewisse con voz aletargada -no fue intencional-

-Lo sé, Rose- dijo Viggo

-No me llames así, ya te dije- dijo Rosewisse con voz mimada y somnolienta -el nombre que me dieron mis padres es Rosewisse-

-Está bien, Rosewisse- respondió Viggo, ambos levantaron las pinturas y los atriles, dejaron las cosas en su lugar y se quedaron frente a frente. Rosewisse mostro una tierna sonrisa, se abrazó a Viggo y sus alas se agitaron de forma involuntario, botando otra vez las pinturas y atriles. Ambos se largaron a reír. Ella levantó su rostro, lo miró con inocencia y Viggo disfruto de esa mirada, sabiendo que lo acompañaría más allá de una vida mortal.

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