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De amores y razones 1.88

A los lados de la calle que conducía a la mansión de Hephaestus había una gran cantidad de tiendas de herrerías y galpones. En su mayoría, eran casas pareadas de dos pisos con sus propios talleres en el patio trasero. Todas construidas con ladrillos de color rojizo para que, si algún día había un incendio lo pudiera contener. Al mismo tiempo, se escuchaba el tañido de los metales y los gritos entre maestros y discípulos discutiendo por la confección de un arma o una armadura. Gracias a todo esto, se podía oler el aroma a carbón en el aire.

Cada tienda tenía su propia vitrina y muebles donde se exhibían armas y armaduras. Y las que no tenían vitrinas, solo eran talleres donde se producían armas. Tales talleres tomaban su producción y la entregaban a la diosa Hephaestus para que ella las vendiera en sus tiendas dentro de la torre de Babel.

Por otro lado, la mayor parte de los herreros dueños de estas tiendas, eran hombres que dedicaron toda su vida a la herrería, pero nunca lograron ganar el título de Maestro Herrero. Sin embargo, como habían sido fieles a la familia Hephaestus en su juventud, la misma diosa les había concedido las tiendas con todos los utensilios necesarios. De esa manera, ellos podrían seguir persiguiendo su sueño en la vejez. A cambió, la diosa solo les pedía a los viejos herreros que tomaran aprendices de su familia.

En estos momentos eran las ocho de la noche y solo quedaban los últimos rayos de luz en el horizonte. El cielo estaba despejado, pasando de un color naranja a un azul oscuro mientras se destacaban las primeras estrellas. No obstante, los aventureros seguían pegados a las vitrinas de las tiendas cotizando alguna reparación o comparando precios entre tiendas. Sin embargo, toda su concentración se vino abajo cuando un amigo les señalo a un grupo que avanzaba por la calle.

Este grupo consistía en seis personas: Al frente iba un muchacho pelirrojo y fornido que iba tomado de la mano de dos bellezas de cabello oscuro. Una vestida como una monja y la otra con una hermosa ropa oscura de bordes dorados. Después lo seguían una mujer de piel oscura con un velo blanco que le cubría la mitad del rostro y una vestimenta exótica. Sus ropas reveladoras solo acentuaban sus grandes senos, su apretada cintura y su enorme trasero. A sus lados también iban dos muchachas hermosas, de cabello purpura, similares en apariencia, pero con pequeñas diferencias en sus rostros como para no confundirlas. Una de ellas llevaba el cabello corto hasta los hombros y la otra tenía una larga trenza que le llegaba hasta las pantorrillas.

Por su parte, las chicas iban observando las vitrinas y maravillándose de las hermosas armas y armaduras. Cada cosa que ellas veían les parecía de primera clase comparado con lo que ocupaban los guerreros espartanos y atenienses. Las corazas se veían robustas, firmes y refulgentes. Mientras que las espadas se veían filosas y punzantes, de una confección elaborada y refinada.

De repente, una de las farolas al costado de la calle se encendió llamando la atención de las chicas.

-¿Viggo, esto es…?- pregunto Semiramis

-Ilumina las calles- respondió Viggo con una sonrisa -en lugar de tener antorchas o braceros como en Esparta o Atenas, estas farolas tienen una pequeña piedra mágica que emite luz. Mira allá- él apuntó hacia adelante y al mismo tiempo, una larga fila de farolas que llegaban hasta el otro extremo de la ciudad se encendió una detrás de otra.

-¿Cómo se hace?- pregunto Semiramis interesada

-Ya te dije, es con una piedra mágica…-

Sin embargo, antes de que Viggo pudiera decir más, alguien corrió por entremedio de la multitud de personas y lo tacleo al mismo tiempo que gritaba llena de emoción -¡Viggo!-. Este último cayó al suelo de adoquines siendo abrazado por una hermosa muchacha de cabello rubio, la cual pasaba su cara por el pecho desnudo de Viggo.

-Te extrañe mucho, hermano idiota, idiota, idiota- decía Flora abrazándolo con todas sus fuerzas mientras derramaba una gran cantidad de lágrimas.

Viggo se quedó mirando al cielo de la tarde mientras una sonrisa dulce se asomaba en sus labios. Él vio a las chicas acercarse y reacciono levanto su mano para evitar que hicieran algo -yo también te extrañe Flora- dijo mientras abrazaba a la muchacha sobre su pecho.

Flora levantó su rostro del pecho de Viggo y lo miró con sus grandes ojos de cachorro abandonado. Entonces ella derramo más lágrimas y se apoyó de nuevo en su pecho mientras sollozaba.

-Flora- dijo Viggo con voz suave -la gente nos está mirando-

-Es que, es que, me da pena- dijo Flora con voz triste. Así que ella volvió a colocar su rostro en el pecho de Viggo y este último solo pudo esperarla hasta que ella se calmara. Solo diez minutos después ella se detuvo y se puso de pie. Flora le tendió la mano a Viggo y le ayudo a ponerse en pie. Ahora eran un mundo aparte uno del otro. Flora media 1.35 mts mientras Viggo medía más de 1.60 mts. Él sonrió y extendió su mano para desordenarle el cabello, pero Flora no se dejó tratar como la hermana menor y le dio un manotazo en la mano. Después ella miró a las hermosas mujeres que acompañaban a su hermano y se cruzó de brazos.

-Hermanito ¿Quiénes son estas chicas?- preguntó Flora con una mirada inquisitiva

-Son mis esposas- dijo Viggo con una gran sonrisa

-¡¿Ah?!-

-Ya te lo dije, son mis esposas-

Flora agacho la cabeza y Viggo la quedó mirando, preocupado porque ella se sintiera mal otra vez. Sin embargo, diferente de lo que él esperaba, Flora le dio un terrible gancho al estómago que le quitó el aire.

-Maldito Viggo bastardo- rugió Flora -desde pequeño molestando y ocasionando problemas. Nosotros preocupados por lo que le pueda pasar a tu culo, pero tu estabas de lo más bien-

Gracias al poderoso golpe, Viggo se quedó sin aire y comenzó a retroceder mientras se agarraba el estómago.

-Ven para acá, Viggo- continuo Flora totalmente enfadada -tu hermana mayor te dará una buena golpiza por todas las preocupaciones que le ocasionaste. Maldito, no te escabullas. Uno se preocupa por ti y tú andas por ahí conquistando mujeres. Maldito malagradecido, eres igual que papá, no puedes controlar lo que tienes entre las piernas-

Sin embargo, Viggo ni tonto ni perezoso, comenzó a retroceder tratando de recuperar el aliento y esquivando la lluvia de puñetazos que le lanzaba Flora.

Diez minutos después de que todos los transeúntes se cansaran del espectáculo, Flora detuvo sus ataques y dijo entre jadeos -maldita seas, ya verás, me, recuperaré, y te, daré una, buena-

-Déjalo Flora- dijo Tatsumi abriéndose paso entre un grupo de personas que todavía miraba hasta llegar a donde estaba ella. Él estuvo viendo, pero de ningún modo se metió a defender a Viggo. Solo significaría otro número más entre las victimas -ya castigaste suficiente a Viggo-

-Tatsu, tú tienes que estar de mi lado- dijo Flora haciendo un puchero

-Oh, Tatsu, ha sido tiempo- dijo Viggo mirándolo con una sonrisa.

Tatsumi lo miró y dijo con una sonrisa afable -A sido tiempo, nii-sama-

-Como siempre tienes una gran paciencia con la hermana "mayor"- respondió Viggo en un tono burlón. Él se acercó a Tatsumi y le dio un afectuoso abrazo. Aunque ambos habían crecido, Viggo era media cabeza más alto que Tatsumi.

Flora bufó y se cruzó de brazos -él es cien veces mejor que cierto mocoso precoz-

Viggo se apartó de Tatsumi y se largó a reír mientras se rascaba la cabeza con una sonrisa incomoda. Después él miró a las chicas y las fue presentando una a una -como te decía, ellas son mis esposas, de izquierda a derecha son Sakura, Ana, Scheherezade, Semiramis y Kiara- después él miró a las chicas y les dijo -ellos son mis hermanos. La adorable niña de la trenza rubia es Flora. Y el muchacho de cabello oscuro y ojos rasgados, es Tatsumi-

-Mucho gusto- dijo Flora haciendo una reverencia como si fuera una noble

Por su parte, Tatsumi inclino su cabeza y dijo -hola, mucho gusto en conocerlas-

Las chicas también saludaron haciendo pequeñas reverencias.

-Con eso dicho, nosotros vamos a la casa de mamá- dijo Viggo -¿Y ustedes?-

-Íbamos devuelta. Fuimos a ver a Tsubaki, pero ella estaba muy ocupada- dijo Flora -¿Te molesta si los acompañamos?-

Viggo miró a las chicas y todas negaron -no, para nada, acompáñanos- dijo él

-Por mi parte, me retirare si no les molesta. Mañana tengo cosas que hacer- dijo Tatsumi

-Está bien, Tatsu. En ese caso, dile a mi viejo que Flora va con nosotros-

-Sí, claro- dijo Tatsumi y dio otra pequeña inclinación de cabeza y se retiró.

Todos lo quedaron mirando y Flora les dijo a las chicas -no lo tomen a mal, Tatsumi es un poco reservado con los desconocidos-. Las chicas asintieron como si entendieran a lo que ella se refería.

-Bien, dicho eso ¿Vamos? Se está haciendo tarde- dijo Viggo

-Está bien- respondió Flora y se acercó a Sakura y Ana. Viggo la vio decirle algo a las chicas y comenzar una pequeña conversación. Al mismo tiempo, todos comenzaron a caminar por las calles adoquinadas mientras las farolas iluminaban el camino. Al mismo tiempo, aún quedaban algunos aventureros comprando o cotizando en las tiendas, pero poco a poco se habían empezado a retirar.

Al poco rato se escuchaban las risas entre Flora, Sakura y Ana. Ellas miraban a Viggo y se largaban a reír de nuevo. Viggo miró de soslayo, soltó un suspiro y pensó que era más que seguro que Flora les estaba contando algo embarazoso de él.

-Tu hermana es muy simpática- dijo Semiramis del lado derecho mientras avanzaban tomados de la mano.

-Flora siempre ha sido así- respondió Viggo con una sonrisa amable y mirada soñadora, como si pudiera ver su pasado -un tanto bulliciosa, pero simpática. Yo peleo con ella a veces, pero Tatsu le aguanta todos sus caprichos-

-¿De verdad son hermanos?-

-Sí, de diferentes madres, pero todos nacimos el mismo año y nos criamos en la misma casa. Así que crecimos juntos, peleamos juntos y nos divertimos juntos. Como Flora siempre fue bulliciosa desde pequeña nos comandaba como la hermana mayor-

-Mmm. Ya veo, en muchos aspectos saliste a tu padre-

Viggo al escucharla casi se tropieza con el borde de un adoquín, pero recobro de inmediato el equilibrio. Él solo pudo asentir ante tales palabras, ya que igual que su padre, tenía varias esposas. ¿Acaso él se había vuelto irresponsable? O como dice Flora, no pudo controlar lo que tenía entre las piernas. Viggo soltó un suspiro y dijo -puede ser-

Después de eso, Viggo avanzó con las chicas mientras ellas se reían a sus expensas. Kiara y Scheherezade se acercaron a Flora y la escucharon contar cosas vergonzosas de Viggo. Con el tiempo, sus risas se volvieron estridentes y la gente salía de sus casas para ver quienes se reían de forma tan desinhibida.

Sin embargo, una vez que llegaron delante del gran portón metálico de la mansión de la diosa Hephaestus, se comportaron de forma recatada.

-Buenas noches, Alfredo- dijo Viggo a un hombre canoso en sus cincuenta años. Él vestía al igual que todos los otros cinco guardias en la entrada, con una coraza metálica que había sido hecha por la propia diosa.

-Buenas noches, joven maestro Viggo- dijo Alfredo, el capitán de los guardias -como está tan alto no lo habíamos reconocido-

-Sí, he crecido un poco ¿Cómo ha estado tu salud?-

-Muy bien, muy bien- respondió Alfredo -déjeme decirle que lo veo muy bien acompañado el día de hoy-

-Claro, por supuesto- respondió Viggo y soltó una risita, después le pregunto -¿Mi madre está en casa?-

-Claro, la señora Hephaestus no ha salido en días. Usted sabe, se viene el Denatus y ella se prepara igual que siempre-

-Ya lo creo-

-Muchachos- dijo Alfredo levantando el brazo -abran el portón para el joven maestro-

Todos gritaron un "sí", después una persona se acercó a quitar una gruesa cadena del portón metálico y una vez que la quito, otras dos personas empujaron de cada lado del gran portón, provocando así, un chirrido metálico.

-Adelante, joven maestro- dijo Alfredo a medida que se abría el portón

Viggo asintió y guio a chicas por un camino adoquinado que cruzaba un espeso bosque.

-Esta sí parece la casa de un dios- comentó Semiramis admirando el camino de adoquines que cruzaba el bosque, con fuentes de piedra caliza a los lados para que las aves del bosque bebieran.

-No lo creas, esta casa es humilde- dijo Viggo -la casa de Hera, otra de las esposas de mi padre, parece un castillo…-

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