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Tendencias del alma 1.70

Los marineros en el barco estaban armados con espadas y escudos. Al mismo tiempo, que Sakura cargaba su arco con una flecha y Ana desenfundaba sus dagas. Inmortales, seres del averno al servicio del emperador persa. Según cuentan los viejos espartanos, estas criaturas eran grandes guerreros que perdieron todo su prestigió ante el gran rey Leonidas.

Sin embargo, el propio rey y los soldados que lo acompañaban eran guerreros consumados. Lejos de ser lo que era una tripulación de marineros con un poco de experiencia en el mar. Sakura y Ana fruncían el ceño al evaluar sus posibilidades, pero de nada valía dejarse llevar por la imaginación. Como les decía Viggo "Solo miren lo que hay delante de ustedes, nunca se hagan ilusiones y manténganse enfocadas. En un solo segundo puede morir un guerrero, así que no se distraigan".

Sakura tomo una profunda respiración, mirando en todo momento como el grupo de diez inmortales se acercaba corriendo al barco. Al mismo tiempo, noto que la tripulación se asustó al ver esas máscaras plateadas con forma de demonio. Así que ella saco otras dos flechas y las puso en su arco junto a la que ya tenía puesta. Estiro la cuerda apuntando las tres flechas y dijo -ahora, Ana, yo te cubriré-

-Bien- respondió Ana y se lanzó a correr hacia adelante, pasando por entremedio de los marineros y saltando desde la borda del barco. Al mismo tiempo, sintió como las tres flechas pasaron por encima de su cabeza y volaron acertando en la cabeza de tres inmortales. Ana iba a caer sobre un inmortal y este la recibió dirigiendo la punta de sus espadas hacia adelante. Ana cayó cruzando sus dagas para protegerse mientras el roce de las espadas producía un molesto ruido metálico. Sin embargo, Ana nunca se distrajo, miró en todo momento al inmortal y pudo ver a través de los orificios de la máscara como tenía una mirada perdida. Ana cayó al suelo sosteniendo su defensa y cuando el inmortal la quiso empujar utilizando su altura y peso, ella se hizo hacia la derecha y paso cortando el estómago con su daga. El inmortal cayó arrodillado, pero estaba lejos de ser su fin. No obstante, Ana lo dejo sin rematar y siguió avanzando, intercambiando golpes con los inmortales a lo largo del muelle. Al mismo tiempo, Sakura fue rematando con flechas a los heridos desde el barco.

Por otro lado, la tripulación miró como las muchachas luchaban contra los monstruos venidos de Persia y se encendieron lanzando gritos de lucha. Corrieron por la cubierta y se lanzaron sobre el resto de los inmortales. Algunos muriendo apuñalados al instante y otros resultaron heridos. Sin embargo, entre más de veinte personas pudieron hacer retroceder a los diez monstruos de Persia y al final, vencer.

Por su parte, Viggo portando su hacha, avanzó contra un inmortal, desprotegiendo por un breve instante a Semiramis. Una vez que Viggo alcanzó al inmortal, esté lo recibió con un corte en diagonal. Viggo lo esquivo hacia un lado y después avanzó con su pie, golpeando la rodilla. El hueso sonó como una rama al quebrarse y el inmortal cayó de rodilla. Viggo avanzó con el hacha en su mano derecha y lo golpeo en la garganta. La sangre negra broto del cuello como un manantial mientras el inmortal se llevaba las manos a la garganta. Entonces Viggo aprovecho de moverse hacia los lados, anticipándose a los inmortales y lanzando hachazos a la cabeza o al estómago. Uno a uno, todos fueron quedando fuera de combate, y el único que quiso asegurar la muerte de Semiramis, recibió el hacha de Viggo en su frente.

Al mismo tiempo, Semiramis veía como Viggo se movía de un oponente a otro, lanzando hachazos certeros que destruían de un solo ataque a sus oponentes. Una vez que lanzó el hacha para matar al inmortal que la quería atacar, avanzo lanzando puñetazos, pero lo más extraño es que parecía deslizarse sobre la tierra en vez de correr. Daba grandes zancadas de manera orgánica y cuando sus golpes alcanzaban al oponente parecía que golpeaba con todo su cuerpo. El impacto se sentía pesado y los huesos crujían al instante. Se dice que los inmortales fueron entrenados como el cuerpo de Elite del emperador persa, pero ninguno aguanto más de un puñetazo de Viggo.

Diez minutos después, todos los inmortales estaban muertos y los que aún estaban vivos, Viggo se ocupó de cortarles la cabeza.

Una vez que paso el peligro, Viggo miró hacia el barco y vio Sakura y Ana con otras diez personas acarreando a los heridos y muertos. Le sintió mal por la gente, pero así era ser marinero en esta época. Podías morir en medio del embravecido mar o por la espada de un pirata. Todos estaban igual de desesperados por sobrevivir.

Después, Viggo miró a Semiramis, quien estaba abrazada a sí misma mientras miraba los cadáveres de los inmortales esparcidos a su alrededor. Estaba pálida y con una expresión de terror. Viggo se acercó, estiro sus manos para sujetarla por los codos, pero Semiramis dio un paso atrás. Viggo la quedó mirando durante un largo rato, entonces ella reacciono y se sintió mal por apartarlo.

-Lo siento, lo siento- dijo Semiramis en voz baja. Viggo soltó un suspiro y avanzó para abrazarla. Ella lo abrazó y se puso a llorar de la pura angustia.

Un par minutos después, Semiramis se tranquilizó y Viggo la cargo en sus brazos. La llevó hasta el barco y la dejo en su camarote, al cuidado de Sakura. Después fue a la cubierta y paso mirando a los heridos. De los veinte marineros iniciales, cinco murieron y otros cinco estaban en un estado grave. Solo diez resultaron con heridas menores. El único alivio para la gran mayoría es que los heridos de gravedad o muertos eran todos ancianos. Viejos lobos de mar que esperaban morir bebiendo o en medio del tempestuoso océano.

Viggo se acercó a Ana, quien ayudaba a Scheherezade a curar a los heridos y le pregunto –¿Cómo están?-

-Nosotras bien, yo recibí un corte en mi brazo, pero nada serio- respondió Ana

Viggo bordeo a Ana y le miró el brazo derecho, entonces noto que tenía un largo corte en diagonal, pero de poca profundidad. Viggo le dio un beso en la frente y el susurro -cuando lleguemos a mi lugar, le pediré a mi padre o al amigo de mi padre para que haga algo y podamos borrar esa cicatriz-

Ana sonrió y asintió.

Después, Viggo miró a Scheherezade, pero como la noto demasiado concentrada cociendo la herida de un marinero con las manos ensangrentadas, decidió dar un paso atrás y hablar con ella en otro momento.

Viggo se enfocó en Ana y le dijo -voy a ir a ver al mercader de lino. Puede que a lo mejor este muerto, pero puede tener algo que nos sirva de indicio para saber qué paso-

Ana asintió y Viggo sonrió. Entonces él camino hasta la borda y saltó de la cubierta al muelle. Después camino hasta tierra firme y subió la colina. Gracias a los cadáveres de los inmortales esparcidos por el camino, se estaban empezando a congregar las aves de rapiña en el cielo. Viggo llego a la cima de la colina y vio los grandes sembradíos de lino y de nuevo, no pudo identificar ningún rastro de vida. Así que descendió la colina y avanzó con dirección al pueblo, en el centro de los sembradíos.

Una vez que avanzó por los caminos que atravesaban los sembradíos, noto que los animales como perros, gatos y gallinas daban vueltas por los alrededores, pero ninguno se le acercaba. Por otro lado, los únicos sonidos eran el del viento y el del roce de las plantas de lino.

Viggo llego a las casas de las personas que trabajaban para el granjero del lino; todas hechas de adobes y de techos planos construidos con tablas. Las investigo una a una y descubrió que los inmortales ya habían pasado por aquí. Por fuera, los terrenos y casas se veían limpios, sin ningún rastro de violencia, pero por dentro, estaban pintados de sangre. Seguramente atacaron de noche, mataron a la mayoría mientras dormían y al resto a medida que se iban despertando.

Una vez que llego a la casa más grande de todas, con una envergadura de 60 metros cuadrados, casi tan grande como la casa de Kiara. Investigo su interior y se encontró con el mismo espectáculo. Adultos, ancianos y niños asesinados por igual. Algunos que tuvieron la mala suerte de despertarse en ese momento y ser apuñalados hasta la muerte. Sin embargo, había uno que tenía un estado inusual. Por el tamaño, ropa y lugar en el que estaba, debe haber sido el granjero de lino.

La habitación era grande, con estanterías llenas de pergaminos. Las ventanas estaban abiertas, dejando entrar la luz y el viento, el cual ondeaba las cortinas hechas de lino blanco y casi transparente. En el centro de la habitación había una gran alfombra de hermosos colores, algo que solo el hombre más adinerado de Atenas se podría permitir.

Al costado derecho de la habitación había un escritorio pegado a la pared madera con hermosas vetas cubierto de libros y pergaminos. Al mismo tiempo, un tipo gordo, rubio, pero con la piel morena por la sobre exposición al sol, estaba con la cabeza apoyada sobre el escritorio. El tipo vestía ropas purpuras que ahora estaban manchadas con su propia sangre. Al mismo tiempo, había una posa de sangre en el suelo a la altura de su cuello.

Gracias a toda esa sangre poco a poco se estaban congregando las moscas.

Viggo empujo a un lado el cuerpo y esté cayó al suelo. Después miró el escritorio y noto una carta manchada de sangre.

"Cien piezas de oro por la información y mil piezas de oro una vez que tenga su cabeza" decía la nota. El resto de la carta estaba ilegible gracias a la gran cantidad de sangre que le había caído encima. Entonces Viggo comenzó a buscar en los muebles que había en la habitación y en lugar de información, encontró varios cofres pequeños con monedas de oro. Al parecer, el tipo había recibido la recompensa por completo. Prueba de ello eran dos cofres, uno pequeño que lo podías cargar en las manos y otro grande que lo tendrían que llevar entre dos personas. Sin embargo, parece que al granjero de lino le gustaba almacenar dinero porque tenía muchos otros varios cofres.

-Lo que sea- dijo Viggo negando, seguramente el comerciante de lino se puso avaricioso y los inmortales lo mataron. Murió pensando en que podría guardar dinero de por vida, pero ahora iba a ser de Viggo. Este último dejo su hacha en suelo, ordeno el gran cofre y genero espacio. Después vertió las dracmas y otras piezas de oro en el gran cofre y una vez que se aseguró de que no le faltara nada, tomo el cofre por las aldabas que tenía a los costados. Sin embargo, vio que el cadáver del granjero de lino tenía un papel en su mano. Así que dejo el cofre en el suelo, se acercó al cadáver y le abrió los dedos que estaban tiesos después de exhalar su último aliento. Le quito el papel y lo leyó:

"tus servicios ya no son necesarios, con lo que nos dijiste pudimos triangular algunas rutas y ya tenemos lo que queríamos. Espera nuestra visita, que también será la última"

-Puede que todo sea por Semiramis- murmuro Viggo, soltó un suspiro y se hizo el ánimo de seguir adelante. Ya se había unido a Semiramis y había decidido acompañarla a donde fuera. Ahora, el problema estaba en cómo protegerla. Todavía tenía que ir a Pefka y otras islas para restaurar el poder del hacha. Por otro lado, estaba el gran desconcierto que le provoco su instinto. En otras ocasiones lo hubiera alertado de las malas intenciones. Sin embargo, cuando aparecieron los inmortales nunca sintió nada. Era como si ellos fueran existencias sin emociones o lo más parecido a eso. En ningún momento pudo sentir su intención de matar, mucho menos algún sentimiento a pena o tristeza al encontrar la muerte.

-Lo que sea, habrá que volver con Kiara y ver cómo podemos proceder. Ya no es seguro que vayamos por nuestra propia cuenta-

Viggo tomo el cofre por los costados y avanzó de lado para poder pasar por las puertas. Una vez que lo sacó, volvió a la habitación, recogió su hacha y salió otra vez. Esta vez tomo el cofre, se lo echo al hombro izquierdo y tomo el hacha con su mano derecha. Ahora tendría que andar atento a cualquier cambio en el aire para mantenerse activo en vez de reactivo. El ataque siempre ha sido la mejor defensa.

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