MIÉRCOLES 31 DE DICIEMBRE
10
Tina no regresó a su hogar después de la fiesta hasta poco antes de las dos de la madrugada del miércoles. Se dirigió en línea recta a la cama, agotada y algo achispada, y rápidamente se sumió en un sueño profundo.
Más tarde, tras sólo un par de horas sin soñar, tuvo otra pesadilla acerca de Danny. Se hallaba atrapado en el fondo de un agujero muy hondo. Oía su asustada vocecita que la llamaba, y ella miraba por encima del borde del pozo, y veía al niño allá abajo, tan lejos que su rostro era sólo una pequeña y pálida mancha. El niño deseaba desesperadamente salir, y ella quería sacarle mucho más de lo que había deseado algo jamás; pero él estaba encadenado, incapaz de trepar, y Tina no tenía la menor posibilidad de llegar hasta él. Luego, un hombre vestido de negro de la cabeza a los pies, con el rostro oculto por las sombras, apareció desde el extremo más alejado del pozo y comenzó a arrojar tierra sobre él. El grito de Danny se convirtió en un chillido de terror, lo estaban enterrando vivo. Tina le gritó al hombre de negro, pero éste la ignoró y siguió echando palabras de tierra sobre Danny. Tina comenzó a rodear el pozo, determinada a conseguir que dejase lo que estaba haciendo, pero el hombre se alejaba un paso por cada uno que ella daba hacia él, y siempre se encontraba exactamente al otro lado del agujero en relación a Tina. Esta no podía alcanzarle y tampoco llegar hasta Danny, y la tierra le había llegado al niño a las rodillas: luego, a la cintura; y hasta los hombros ya. Danny se quejaba y chillaba. La tierra le alcanzaba la barbilla, pero el hombre de negro no se detuvo. Tina deseó matar a aquel hijo de puta, golpearle hasta la muerte con su propia pala; y cuando pensó en hacerlo, el hombre la miró, y Tina vio su rostro, poco más que una calavera, con mandíbula alargada, relucientes ojos rojos y una sonrisa de dientes amarillentos. Un racimo de gusanos colgaba de la mejilla izquierda del hombre y le llegaba hasta el extremo de su ojo izquierdo, alimentándose a expensas de él. Su terror de que Danny fuese enterrado vivo se mezcló ahora con el miedo por su propia vida. Luego, los gritos de Danny se hicieron apagados, pero con mayor urgencia que antes, y la tierra comenzó a cubrirle el rostro y a introducirse en su boca, y Tina supo que tenía que bajar allí y quitarle la tierra de la cabeza antes de que se ahogara, por lo que, impulsada por un pánico ciego, se tiró al pozo, y empezó a caer, a caer...
En aquel momento salió del sueño. Jadeaba, estremecida. Tenía la íntima sensación de que el hombre del traje negro estaba en su dormitorio en aquel preciso instante, que aguardaba, silencioso, en la oscuridad, sonriendo. Con el corazón palpitándole, tanteó en busca de la luz de la mesilla de noche, temerosa de que una mano húmeda y fría se cerrase alrededor de la suya, mientras buscaba el interruptor. Parpadeó ante la súbita luz y, ¡gracias a Diosl observó que se encontraba sola.
-¡Jesús! -exclamó con voz débil.
Se pasó una mano por el rostro y percibió que lo tenía cubierta por una película de sudor. Se secó la mano en las sábanas.
Realizó algunos ejercicios de respiración, en un intento de calmarse.
No podía dejar de temblar. Se fue al cuarto de baño y se lavó el rostro. En el espejo vio que estaba demacrada y exangüe.
Tenía la boca seca y con un sabor agrio. Se bebió dos vasos de agua fría.
Ya de regreso en la cama, no quiso apagar la luz. Su miedo la encolerizó consigo misma y acabó por cerrar el conmutador. El regreso de la oscuridad resultó amenazador. No estaba segura de que pudiera dormir más; pero debía intentarlo. Aún no eran las cinco. Había dormido menos de tres horas, y necesitaba mucho más descanso del conseguido; y eso no sólo para aquella noche, sino también con respecto al último mes transcurrido. Vaciaría la habitación de Danny por la mañana. Entonces, las pesadillas cesarían. Estaba convencida por completo de ello.
Recordó las tres palabras de tiza que había borrado ya dos veces de la pizarra de Danny -NO ESTOY MUERTO-, y cayó en la cuenta de que había olvidado telefonear a Michael. Debía enfrentarle con sus sospechas. Tenía que saber si Michael había estado en la casa, en el cuarto de Danny, sin su conocimiento o permiso.
Debía haber sido Michael.
Podía encender la luz y llamarle en ese momento. Estaría durmiendo, pero Tina no sentiría ni un ápice de culpabilidad si lo despertaba, no después de todas las noches insomnes a que él la había sometido. Pero no se sentía preparada para la batalla. Sus ánimos se habían mustiado con el vino y el agotamiento. Y si Michael se había deslizado en la casa como un muchachito que llevaba a cabo una cruel travesura, si había escrito aquel mensaje en la pizarra, en ese caso, su odio hacia ella era mucho mayor de lo que había pensado. Y eso lo convertía en un hombre cruel. Si se había vuelto violento y abusivo verbalmente, si se portaba de una forma irracional, en ese caso, necesitaría mantener las ideas claras para tratar con él. Le llamaría al día siguiente, cuando ella hubiera recuperado parte de su fuerza.
Bostezó, se dio la vuelta en la cama y se deslizó hacia el sueño. No soñó más, y cuando se despertó a las diez, se encontraba recuperada y excitada de nuevo por los sucesos de la noche anterior.
Llamó a Michael, pero no estaba en casa. A menos que hubiera cambiado de turno durante los seis meses transcurridos desde su separación, no iría a trabajar hasta mediodía, y decidió que probaría otra vez al cabo de media hora.
Tras retirar el periódico de la mañana del buzón de la puerta, leyó la delirante reseña de Magyck! que el crítico de espectáculos del ReviewJournal había escrito. Al no haber podido encontrar nada malo en la revista, sus elogios eran tan efusivos que, incluso leyéndolos en su propia cocina, se sintió algo incómoda.
Tomó un ligero desayuno: jugo de uvas con un panecillo inglés, y luego se dirigió a la habitación de Danny para meter sus cosas en cajas. Al abrir la puerta, se detuvo, asombrada, ante lo que vio.
La habitación era un caos. Los aviones de aeromodelismo no se encontraban en su expositor; aparecían tirados por el suelo, y unos cuantos estaban rotos. La colección de libros en rústica de Danny se habían caído de su librería y se hallaban diseminados por todos los rincones. Los tubos de pegamento, las botellitas de esmalte y las herramientas para aeromodelismo, que tenía encima de su pupitre, se encontraban en el suelo, junto con todo lo demás. El cartel de uno de los ídolos de béisbol del niño estaba desgarrado; colgaba de la pared en varios trozos. Los muñequitos de la Guerra de las Galaxias se habían caído del cabezal de la cama. Las puertas del armario aparecían abiertas, y todas las ropas de su interior se veían esparcidas por el suelo. La mesa de juegos se hallaba volcada. El caballete estaba caído en la alfombra, con la pizarra hacia abajo.
Temblando de ira, Tina cruzó la estancia con lentitud, poniendo cuidado de no pisar aquellos restos. Se detuvo ante el caballete, lo colocó en su sitio, vaciló y luego lo giró para ver el lado de la pizarra.
NO ESTOY MUERTO
-¡Maldita sea! -gritó furiosa.
Vivían Neddler había acudido a limpiar por la noche, pero ésa no era la clase de cosas que Vivían sería capaz de hacer. Si aquel revoltijo hubiera estado cuando Vivían llegó, la anciana lo habría limpiado, y dejado una nota acerca de lo ocurrido. Resultaba claro que el intruso se había presentado después de que Mrs. Neddler se marchara.
Ardiendo de ira, Tina cruzó la casa, y comprobó, con meticulosidad, cada ventana y cada puerta. No había señales de que la entrada hubiera sido forzada.
De nuevo en la cocina, llamó a Michael. Siguió sin responder. Colgó el teléfono con violencia.
Sacó las páginas amarillas de un cajón y las hojeó hasta que encontró los anuncios de cerrajeros. Eligió la empresa que tenía el anuncio más grande y marcó el número.
-«Anderlingen Lock and Security» -dijo la mujer que respondió al teléfono.
-Su anuncio de las páginas amarillas afirma que pueden mandarme, en menos de una hora, un operario para que cambie la cerradura de la puerta de entrada.
-Ésos son nuestros servicios de urgencia. Cuestan más.
-No me importa en absoluto -replicó Tina.
-Si nos da su nombre para nuestra lista de tareas, lo más probable es que podamos enviarle un equipo a las cuatro, o mañana por la mañana lo más tarde. Y el servicio normal le resultaría un cuarenta por ciento más barato que el de urgencia.
-Unos gamberros han estado anoche en mi casa -explicó Tinas
-En qué mundo vivimos -fue el comentario de la mujer de «Anderlingen».
-Han roto un montón de cosas.
-Oh, cuánto siente escuchar eso.
-... por lo tanto, deseo cambiar las cerraduras de inmediato.
-Muy bien.
-Y quiero que instalen unas buenas cerraduras. Las mejores que tengan.
-Déme su nombre y dirección, y le enviaré un equipo ahora mismo.
Un par de minutos después, tras colgar el teléfono. Tina volvió al cuarto de Danny para repasar de nuevo los desperfectos. Mientras observaba aquel desastre, exclamó en voz alta:
-¿Qué diablos quieres de mí, Mike?
Dudó que él pudiera responder a aquella pregunta, incluso de haberla oído. ¿Qué excusa tendría preparada? ¿Qué retorcida lógica justificaría aquella clase de conducta perversa? Era algo cruel, odioso.
Se estremeció.