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33 (+18)

Me cuesta creer todo lo que dicen, pero pensar en la realidad de cómo pasaron las cosas, no me ayuda a aclarar mis dudas. El comportamiento de Akira siempre fue extraño, pero que llegara a ser capaz de esto, es inaudito. Me siento igual de culpable, ¿cómo pude sentirme feliz en los brazos de alguien que destruyó la vida de mi hermana y que destruyó la mía?

—Odio las reuniones familiares. ¿Terminaste, maldito viejo?— preguntó Kanji.

—¡No lo trates así!— le grité.

—¿Cómo te atreves a levantarme la voz, malagradecida? —me dio una bofetada haciéndome caer al suelo.

Agarró a mi padre por el cuello con una mano y con la otra colocó el arma en su cabeza.

—¡Bajá esa arma, por favor!— le rogué nerviosa.

Por un instante pasaron todos los recuerdos malos y buenos que tuve con mi padre. Fueron más los malos y desagradables, pero a pesar de todo eso, él es mi papá.

—¿Por qué? ¿No te creías muy guapetona hace un momento? Eres una malagradecida, te traje a tu padre y, aún así, te atreves a hablarme de esa manera.

—Lo estas lastimando— grité viendo que mi padre tenía su rostro rojo.

—Tu padre es una escoria, por si no lo sabías. Akira no la secuestró, tu padre mismo se la dio en bandeja de plata para que hiciera todas las cosas que quisiera con ella. ¿Aún sigues viendo a tu padre de la misma manera?

—Papá, ¿es eso cierto?— le pregunté.

¿Cómo podría responder, si Kanji ejercía más fuerza en su cuello?

—Tu padre no es un santo, todo lo contrario, es un maldito viejo repugnante que regaló a sus hijas por librar su pellejo. ¿Aún lo sigues viendo de la misma manera, perrita?

—Es mi papá. ¡Suéltalo! Quiero hablar con él. Quiero que me expliqué todo Kanji, por favor.

—Me cansé de este estúpido teatro entre padre e hija. Nunca pude despedirme del mío, ¿por qué tengo que permitirte a ti despedirte de el tuyo? Ojo por ojo, diente por diente— haló el gatillo, disparándole en la cabeza a mi padre y dejándolo caer al suelo.

Todos sucedió tan rápido, y el dolor consumía cada parte de mi.

—¡Papá!—me arrastré en dirección a mi padre, y sujeté su cabeza.

Intenté que reaccionara, pero claro, ¿Cómo eso va a suceder? Mis lágrimas no se detenían y escuchar la risa de Kanji, me hacía sentir más dolor y, más aún, odio.

—¿Estás feliz? Me has quitado todo. ¡Ya estamos a mano!— lo miré fijamente, con una mirada llena de odio.

—Sí, disfruto de esto más de lo que pueda decirte. Tu cara es muy entretenida. ¿Qué se siente que maten a tu padre y, que no hayas podido despedirte, ni muchos menos evitarlo?

—Te odio con todas mis fuerzas—me levanté del suelo y lo desafié con la mirada.

—¿Te vas a rebelar contra mi? Sabes que tienes todas las de perder en un momento como este, linda —sonrió.

—¡Te voy a matar!— le grité.

—¿Y cómo harás eso?

El odio y el desprecio que tenía, me cegó haciendo que corriera en dirección a Kanji y lo intentara golpear. Kanji se defendió y pudo esquivar cualquier golpe que pudiera darle.

—¿Esto es todo lo que tienes?— rio.

La diferencia de tamaño, de energía, de fuerza era obvia. No podía ganarle, pero no podía quedarme con este remordimiento por dentro. Él no respondía mis ataques, lo que me hacía molestarme aún más, que fuera capaz de subestimarme de esa manera.

—¿Así quieres vengar la muerte de tu padre? Te estoy dando la única oportunidad para que te detengas de una vez. No podrás contra mí. Resignate o luego atente a las consecuencias.

                   Akira:

Llamada telefónica:

—Hemos llegado al lugar, pero no hay rastros de que haya estado alguien aquí, señor.

—Manténgase ahí. Nosotros en unos 19 minutos estaremos llegando al otro sitio— colgué la llamada.

—¿Alguna novedad, Señor?—preguntó Keita.

—No, no había nadie en ese lugar. Esperemos que al lugar que estamos llegando sea el correcto y la tengan en ese lugar o no sé que voy a hacer si no la tengo conmigo ya.

                     Lisa:

Seguí tirando golpes lo más que pude, con lo que me quedaba de fuerzas. No podía detener la ira que sentía, ya no me importaba nada más que matarlo. Cada vez que escuchaba su risa burlona, sentía más rabia dentro de mí.

Logré arañar su brazo, lo que hizo que se molestara.

—Ya me cansé de esta mierda, chiquita. Ahora atente a las consecuencias por provocarme —me empujó al suelo fuertemente.

—¿Crees que una perra como tú puede provocarme de esta manera y salir ilesa? —me dio patadas en el suelo.

Me coloqué en modo fetal e intenté cubrir lo más que pude mi barriga, pues sus patadas eran muy fuertes. Podía sentirlas en mi espalda y cabeza.

Sentí que se detuvo y escuché la puerta abrirse. ¿Dejó la puerta abierta? Luché en pararme como pude, aún sintiendo mucho dolor en mi espalda y cabeza. Me asomé a la puerta y vi que no estaba por ninguna parte. ¡Esta es mi oportunidad!

Corrí con dificultad hacia el pasillo, que creí que era la salida, pero en ese instante, sentí que me halaron bruscamente por el pelo.

—¿A dónde piensas ir, perrita? No he terminado contigo —me llevó arrastrada del pelo a la habitación, y me tiró boca abajo contra la mesa.

Agarró mis dos brazos a mi espalda e intenté darle una patada, pero ya estaba preparado para eso. Esquivó mi patada y me sujetó las manos con una cinta.

—Esa escena de querer ser bueno contigo no la soporto. Fueron los peores momentos de mi vida, ¿Por qué esconder la verdadera persona que soy? Cuando nos conocimos por mi mente se cruzó la estúpida idea de ser otra persona, pero alguien como yo, no tiene porque cambiar por una cualquiera como tú—bajó mi pantalón al suelo y me penetró, podía sentir mucho dolor al hacerlo tan fuerte.

—¡Detente, Kanji!—grité con todas mis fuerzas y, él no se detenía, lo hacía más fuerte.

Podía sentir mucho dolor y una sensación de desgarre en mi vagina.

—A las mujeres como tú hay que tratarlas de esta forma, cogerlas de esta forma, porque así es que les gusta. No sabes cómo me puse al enterarme que la perrita de la que me estaba ilusionando me estaba vendiendo. Odio las traiciones, chiquita.

Cada vez lo entraba con mucha rapidez y profundamente, sentía que iba a acabar conmigo.

—¡Detente, por favor! ¡Me vas a matar! —estaba retorciéndome del dolor sobre la mesa.

—Por tu culpa me quitaron lo más preciado que tenía, lo más que amaba y admiraba, que era mi padre. Los sentimientos que estaba sintiendo por ti los mataste, junto con toda tu maldita mentira. Tú me quitaste a todo, ahora me toca a mí quitártelo también—diciendo esto se detuvo.

Me agarró en sus brazos y me tiró al suelo fuertemente. No tenía fuerzas ni para luchar. No podía levantarme del piso. Vi como puso su pierna en mi barriga y la apretó suavemente, dedicándome una mirada llena de odio y esbozó una sonrisa escalofriante.

—¡No, por favor! Mi bebé, no, por favor— le supliqué, forcejeando con mis piernas e intentando golpearlo, pero él solo comenzó a darme patadas en la barriga.

No podía defenderme, no podía moverme, sentía sangre saliendo de mi boca en cada golpe que con su pierna me daba. Mi dolor en la barriga y en mi cuerpo era cada vez más horrible. Podía sentir la sensación de que mis órganos los sacaría en cada golpe.

—Me voy a asegurar de que ese maldito engendro no salga de ahí—se detuvo por un instante, y caminó donde el arma.

Creí que sería mi fin, pero no escuché ningún disparo. Sentí que Kanji abrió mis piernas, lo que me hizo abrir los ojos. Puso el arma dentro de mi vagina y comenzó a penetrarme fuertemente. En cada empujón sentía un horrible dolor en mi vagina. Mi barriga dolía, mi cuerpo dolía, mi corazón estaba destruído.

Mi bebé. Eran mi único pensamiento. Mis lágrimas bajaban por mis mejillas. No podía hacer nada más que aguantar cada dolor que él me provocara. Lo perdí todo. Ya no me queda nada.

Sacó el arma y continuó cogiéndome en el suelo fuertemente, mientras reía. Sentía la sensación de ir al baño, acompañado de un líquido que salía de mi vagina.

—Estás sangrando mucho, chiquita, pero no puedo parar ahora— reía, mientras me sujetaba fuertemente el cuello y continuaba entrando en mi con mucha brusquedad.

Cerré mis ojos esperando que la pesadilla acabara. Estaba destruída, no solo físicamente, si no también emocionalmente. Me dolía el corazón. Sentía culpa, desesperación, agonía. Ya no me importaba si moría, en realidad no me importaba ya vivir. No pude salvar a mi bebé, ¿Para qué quiero seguir viviendo en esta pesadilla?

Podía escuchar su respiración agitada y ya no me importaba nada más. Quería que terminara está pesadilla cuanto antes.

Dedicándole una mirada vacía y un gesto de resignación, le supliqué por última vez:

—Mátame — solté con las últimas fuerzas que me quedaban.

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