webnovel

A Vuestros Cuerpos Dispersos CAPITULO XXVI

Y la luz del sol recién alzado le daba de lleno en los ojos. Tuvo tiempo para dar una rápida ojeada a su alrededor, vio su cilindro, su montón de toallas limpiamente dobladas... y a Hermann Goering.

Entonces Burton y el alemán fueron aferrados por pequeños hombres oscuros con grandes cabezas y piernas arqueadas. Llevaban lanzas y hachas de sílex. Usaban toallas, pero únicamente como capas sujetas alrededor de sus gruesos y cortos cuellos. A lo largo de sus desproporcionadamente grandes frentes, y alrededor de sus cráneos, para sujetar su largo y áspero cabello negro, llevaban tiras de cuero, evidentemente de piel humana. Parecían mongoloides, y hablaban un idioma que le era desconocido.

Sobre su cabeza fue colocado un cilindro vacío; le ataron las manos a sus espaldas con una tira de cuero. Ciego e inerme, mientras notaba los pinchazos de las puntas de piedra de las lanzas en la espalda, fue empujado a lo largo de la llanura. En algún sitio, cerca, atronaban unos tambores, y unas voces femeninas gemían un cántico.

Habían caminado trescientos pasos cuando le hicieron detenerse. Los tambores dejaron de sonar, y las mujeres detuvieron su cantinela. No podía oír nada excepto

la sangre latiendo en sus oídos. ¿Qué infiernos estaba pasando? ¿Se hallaba en una

ceremonia religiosa que requería que la víctima estuviera cegada? ¿Por qué no? Habían existido numerosas culturas en la Tierra que no deseaban que los

asesinados ritualmente viesen quién vertía su sangre. Quizá el fantasma del muerto desease vengarse de sus asesinos.

Pero aquella gente debería saber ya que no había esa cosa llamada fantasmas. ¿O

consideraban a los lázaros como fantasmas que debían ser devueltos a su lugar de origen, por el simple procedimiento de matarlos?

¡Goering! También él había sido trasladado allí, a la misma piedra de cilindros. La primera vez pudo ser coincidencia, aunque las probabilidades en contra eran muy

altas. Pero, ¡tres veces consecutivas! No era...

El primer golpe aplastó el costado del cilindro contra su cabeza, dejándolo semiinconscíente, haciendo que un enorme tintineo le recorriese y que frente a sus ojos apareciesen chispas. Nunca sintió el segundo golpe, y así, una vez más, se despertó en otro lugar...

Siguiente capítulo