Diana
Sentía todo el cuerpo entumecido y estaba bañada en sangre cuando recuperé la conciencia.
Imágenes de Fausto haciéndome cortes por todo mi cuerpo acudieron a mi mente. Me había cortado incluso la cabellera y rasgado mi top. Y aquello no era lo peor que había hecho conmigo.
Me dio un vuelco al corazón y me estremecí al recordar su cuchillo de hielo recorriendo mi espalda, todo para crear una gran F que dejaría seguro una cicatriz en mi piel.
El miedo me paralizó por unos minutos, pero finalmente fui capaz de reaccionar.
Tan rápido como me fue posible, volví a la realidad de la situación. Para mi sorpresa, me encontraba tumbada sobre las piernas de Akihiko, por lo que fui a comprobar su estado. Ahogué un grito al ver que parecía prácticamente muerto, ya que su tez había perdido todo color posible y se encontraba tan blanco como nunca antes había visto a ningún cálido. Sin embargo, comprobé que todavía tenía un débil pulso. Estaba vivo.
En algún momento, me habían retirado los grilletes, seguramente dándome por muerta o por inútil, ya que mi poder vital había llegado a niveles casi nulos. No tenía ni idea de lo que había pasado ni porqué había recuperado un poco de energía, pero fuera lo que fuera, había hecho que en ese preciso instante no estuviera ya muerta.
A continuación, rompí mi falda para atarme un trozo alrededor del pecho lo mejor que pude. Además, inspeccioné mis heridas con detalle y de la mayoría de ellas había dejado ya de brotar sangre. ¿Cómo había sido capaz mi cuerpo en aquel estado tan débil de activar la hemostasia y que esta actuara en tiempo récord? ¿Cuánto tiempo llevábamos en ese calabozo?
Me percaté entonces de que Skay no estaba con nosotros. Lo busqué con desesperación por cada rincón oscuro, pero no lo hallé en ningún sitio. Mi corazón empezó a oprimirme ante la idea de que le hubiera podido pasar algo.
Teníamos que salir de allí. Juntos y como fuera.
- Akihiko. – le susurré a mi amigo, con ánimo de que reaccionara a mi voz. Seguidamente, me apresuré a moverlo con ímpetu por los hombros. – Por favor, despierta. Tenemos que salir de aquí, no podemos morir así.
Lentamente, el chico abrió sus ojos almendrados.
- Diana... – salió en forma de murmullo por sus labios resecos – No puedo moverme... si intento gastar mi energía... estos grilletes mágicos me matarán... – consiguió articular a duras penas.
Mi mirada se dirigió a los grilletes que consumían al muchacho. Los había olvidado por completo. ¿Cómo conseguiría sacárselos?
- Conseguiré sacártelos. Saldremos de aquí. – sentencié, a la vez que me levantaba lentamente y con dolor.
- Espera... yo quiero confesarte que... – empezó a susurrar Akihiko, con los ojos cada vez más cerrados. Sin embargo, no pudo mantenerlos abiertos por mucho más tiempo ni terminar la frase.
El pánico se apoderó de mí.
- No, no, no... No voy a permitir que mueras. – dije con desesperación, acercando mi cara a la suya para comprobar su estado. Una lágrima corrió por mi mejilla hacia abajo. - ¡¿Qué hago?!
***
Alice
Hades jamás lograría vencerme, ya que podía saber cuál sería su siguiente movimiento en todo momento, internándome en su oscura y retorcida mente.
El dios intentó lanzar maldiciones sobre mí, demonios en forma de sombras, flechas afiladas desde el techo, enfermedades letales, nieblas desintegradoras de materia orgánica... Sin embargo, todos sus intentos fueron en vano.
Skay, se encontraba detrás de mí en todo momento, protegido por un campo de fuerza que había creado a su alrededor. No iba a dejar que nada ni nadie volviera a hacerle ningún daño.
Por otro lado, el contrincante con quien se había estado batiendo a muerte minutos antes, se encontraba en una esquina del coliseo, totalmente olvidado en la escena.
- ¡Maldigo el día en que te creamos! ¡Solo has resultado ser un completo fracaso! – espetó rabioso el dios del metamundo, fuera de sí y con el orgullo por los suelos.
- ¿Otro más? – pregunté, recordándole la deshonra que caía sobre él y sus hermanos tras el desastre de la Tierra.
- Maldita seas Sophie. Maldita seas. – sentenció.
- No me llames Sophie, quiero que me llames Alice. Sophie murió hace mucho tiempo de forma desamparada. Me extraña que no lo recuerdes, teniendo en cuenta tu gran implicación en su muerte. – espeté con un evidente tono de odio en la voz.
Hades se quedó mudo y por su mente aparecieron pensamientos que reflejaban profunda inseguridad e impotencia. Acto seguido, me observó dubitativo y entendió el motivo por el cual ninguno de sus ataques había funcionado.
El terror en su rostro se intensificó.
- ¡Sal de mi cabeza! – rugió a la vez que intentaba dañarme con más ataques. Todos en vano.
En aquel momento, el Dios era el reflejo de la más pura desesperación. Se pegaba puñetazos a la cabeza mientras lanzaba maldiciones a diestro y siniestro, a la vez que caminaba en círculos y gritaba como si lo hubieran poseído.
Era una lástima que tan solo yo pudiera observar a la gran deidad del metamundo en aquel estado de frustración y desamparo. Para todos en aquel coliseo, parecía que estuviera hablando sola.
A pesar de haberme convertido en una deidad gracias a los poderes y sabiduría de la Diosa Mnemosina, mi alma estaba demasiado en contacto con el mundo terrenal ya que había sido creada para vivir en este. Por la cual cosa, todos los mortales serían capaces de verme, escucharme y hablarme, si así lo deseaban.
Eché un vistazo a Skay, protegido dentro de un campo de fuerza. Estaba herido y completamente confuso. Acababa de ver cómo había vuelto a la vida de repente y no solo eso, sino que un Dios que para él era invisible, había intentado matarlo de nuevo.
Ahogué las ganas de acercarme, quedarme abrazada a él dentro de aquella burbuja que había creado a su alrededor y no salir nunca.
De repente, el suelo tembló bajo nuestros pies y el techo amenazó con caerse encima de nosotros. Pequeños trozos de estalactitas diminutas se quedaron en mi cabello y en mi ropa.
Hades al ver qué estaba ocurriendo, pareció relajarse mínimamente. Y, de nuevo, una sonrisita que no me gustó nada se formó en su rostro.
Seguidamente, otra voz grave entró en juego:
- Mi señor, no se deje intimidar. Al fin y al cabo, todo ha ocurrido según lo planeado: unos Dioses la protegerán creyendo que es especial por vencer al castigo de Zeus, mientras que otros creerán que ella es la responsable del caos en Origin y que debe ser eliminada. Tendremos la guerra que tanto esperábamos. – escuché una voz nueva a mi espalda y supe al instante quien acababa de entrar en escena: la verdadera mente que había manipulado a Hades, ni más ni menos que el Dios de la guerra, Ares.
- Eso no es cierto, nunca planeaste que supiera la verdad. – respondí, con semblante serio, sin bajar la guardia en ningún momento.
- Pero sí planeé tu regreso, querida. Estás viva porque supe que eso cabrearía más que nada a Zeus y porque sabía que acabarías haciendo algo que causara la guerra entre Dioses. HAS SIDO USADA. – espetó Ares, pronunciando estas últimas palabras lentamente y como si hubiera estado entrenando en secreto cómo decirlas.
Ares caminaba dando vueltas a mi alrededor. Tenía un aspecto fornido y alto, y lucía una túnica y capa rojas como el color de la sangre que se había derramado en sus guerras.
- ¿Pretendes hacerme sentir vulnerable al decir estas palabras? – pregunté. ¿Acaso no había sido usada desde el momento en que me crearon?
Ares hizo caso omiso de mí y siguió con su discurso:
- Solo tenía que hacer que se dieran las circunstancias más extrañas para que volvieras... la diosa de la fertilidad me ayudó en esto. Sin ella jamás habría sido capaz de juntar ADN del rey Ageon, descendiente de ti, Sophie, con ADN de la reina Opal, también descendiente lejano de tu antiguo cuerpo.
La diosa Mnemosina me había cedido la memoria del Universo y la de todos los seres presentes en él. Sin embargo, aquellas palabras pronunciadas en voz alta eran una verdad demasiado cruenta para mí. Una verdad que Alice habría matado por conseguir y que ahora parecía más real.
- Jamás pudiste planear esto. Querías que volviera para poder crear un motivo para declararle la guerra a Zeus y Poseidon, pero nunca pudiste imaginar que regresaría de nuevo de la muerte. Mucho menos convertida en una diosa. – sentencié decidida.
De repente, Ares se colocó detrás de mí. Había sido muy rápido y apenas había sido capaz de leer su mente. Ahí estaba su verdadero poder: no pensaba como los demás dioses, sino que era capaz de esconder sus pensamientos para así ocultar sus verdaderas intenciones y crear la guerra más devastadora posible.
- No puedo negar que estoy sorprendido. Tal vez te crearan demasiado especial... y eso complicará verdaderamente las cosas. – dijo Ares.
- Si los dioses que ahora desean mi muerte, descubren que interferisteis en el ciclo natural de este mundo provocando la muerte de un cálido y la mía, seréis vosotros los que tengáis problemas. Por no hablar de la creación de los fríos. Has tenido durante milenios una guerra constante entre fríos y cálidos. ¿Qué más quieres? – espeté, seria y enfadada por los acontecimientos que estaba recordando.
Había sido siempre un simple peón de los dioses. Me habían usado a su antojo e incluso habían provocado el mismísimo caos en un mundo que solo había conocido la paz.
Hacía dos mil años, cuando Sophie suplicó de nuevo para que le devolvieran la vida a su amado Julen, el dios Hades respondió. Esta vez, no le pidió tres almas inocentes, sino que estuvo dispuesto a conceder su deseo. El cuerpo de Julen volvió a levantarse, pero no era el mismo, era como un cuerpo vacío y frío, sin alma. No era la persona de la que me había enamorado.
Pasé semanas enteras llorando, incapaz de soportar ver el cuerpo de mi amado de aquella manera. Quise morir y suplicar por olvidarlo todo, ya que el dolor era demasiado grande.
Al final mis deseos se cumplieron y morí de la pena. Mi alma vagó por el infierno y en el mundo terrenal dejé un cuerpo frío con capacidad de gestar. La diosa Afrodita, guiada por Ares, se ocupó del resto, haciendo que nacieran los fríos: unos seres sin alma que solo sentían satisfacción por la guerra y la muerte, un ejército perfecto para el dios de la guerra en el momento en que todo saliera como planeaba y los dioses pelearan entre ellos.
No solo eso, sino que mi amigo el dios Eros, había sido injustamente culpado de propiciar la unión entre los dos cuerpos fríos. ¿Quién iría a decir que la diosa de la fertilidad iría a molestarse tanto en asuntos ajenos?
- Debo agradecerle a Afrodita no estar vagando en el infierno ahora mismo entonces. Sin ella, el rey Ageon jamás podría haber mezclado su ADN con el de la reina Opal. La verdad es que estoy sorprendida de hasta dónde pueden llegar tus manipulaciones. – dije pensativa, dirigiéndome a Ares.
Sin embargo, fue a Hades a quien pareció llegar más la frase, pues algo se activó en su mente. ¿Orgullo resquebrajado?
- Se llama trabajo en equipo, basado en intereses propios. Nunca lo entenderías, Sophie. Siempre has querido ir por tu cuenta, no saber nada de quienes podrían haber sido tus hermanos. De lo contrario, no te habrías pasado años yendo al mundo terrenal cuando tenías el paraíso. – sentenció Ares, esquivando el tema de la manipulación.
Sin embargo, en Hades se había abierto un pedacito de duda en su mente. No podía dejar perder esa oportunidad, no podía seguirle el juego a Ares, sino que tenía que llevar a Hades hacia mi terreno.
- Sé donde está Persefone. - sentencié de repente.
Los ojos del dios del inframundo se dirigieron hacia mí al instante, mientras que la respiración de Ares se tornaba incómoda.
- No mientas. Nadie conoce el paradero de Persefone. - agregó entre enfadado y nostálgico.
- En eso te equivocas. - añadí decidida a cambiar el destino de aquella lucha.
Seguidamente, hice aparecer en la cabeza de Hades una imagen de Persefone en ese preciso instante. Se encontraba en un planeta lejano, en una dimensión distinta y un universo muy diferente. Una niña caminaba de su mano por un prado lleno de flores rojas, amarillas y azules.
Una lágrima corrió por la mejilla del dios oscuro, que sintió un sinfín de sentimientos que parecía haber olvidado por completo: felicidad, tristeza, amor...
A continuación, hice desaparecer a la Persefone del presente para instaurar un recuerdo en la cabeza de Hades. Un recuerdo de hacía miles y miles de años, tan simple como doloroso, del día en que Persefone decidió huir.
En él, aparecía el dios de la guerra y la ayudaba a pasar desapercibida, así como le proporcionaba un anillo muy parecido al que me había traído hasta Origin desde la Tierra, pero aún más especial. Este podía saltar entre dimensiones sin dejar ningún rastro. Desconocía cómo había conseguido Ares aquel instrumento de tanto poder, pero no me extrañaba en absoluto teniendo en cuenta sus grandes manipulaciones.
Los sentimientos de Hades cambiaron. La rabia se apoderó de él. Esa era la prueba de que no sólo yo había sido un títere de los dioses, sino que él mismo había sido engañado por quien había jurado ser su súbdito.
Ares había hecho que Persefone lo abandonara porque sabía que eso lo haría más vulnerable que ninguna otra cosa. Además, había creado el rumor de que había huido con un amante, hundiendo a Hades en la vergüenza.
Apenas había usado unos breves segundos para mostrarle aquellas imágenes.
El dios de la guerra entendió lo que acababa de pasar demasiado tarde, cuando Hades se dirigía con todas sus fuerzas a atacarle sin un ápice de dudas.
Parecía que Ares por fin tendría la guerra entre dioses que tanto deseaba, aunque tal vez un poco distinta de lo que él había imaginado.
En la Tierra solían decir: "Ten cuidado con lo que deseas, porque se puede cumplir".