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Capítulo 27

Alice

¿Alguna vez has sentido cómo el mundo se paraliza a tu alrededor? ¿Cómo los pulmones se te quedan sin oxígeno? ¿O cómo el corazón te empieza a latir apresuradamente, como si de un momento a otro, te fuera a salir disparado por la garganta? En ese preciso instante, el mundo se paralizó para mí o quizá en realidad tan solo yo me sentí tan paralizada, incapaz de respirar, hablar o parpadear, ya que como muchas veces nos dicen de pequeños, el mundo no gira alrededor de nosotros, ni se paraliza para dejarte un respiro. En realidad, tanto el mundo como la vida siguen sin ti. ¿O acaso alguien se despierta de un coma sin que el tiempo haya transcurrido?

La figura paterna había sido algo que siempre me había faltado. Había querido a mi madre adoptiva más que a nadie en el mundo, ya que jamás nadie se había preocupado tanto por mí, pero mi padre siempre había resultado ser una incógnita, un misterio que necesitaba resolver pese a las consecuencias, para lograr entender quién era yo en realidad y por qué motivo no era como las personas de mi alrededor. Aquella confesión, era la prueba de que uno de mis padres todavía vivía y podría averiguar si realmente los fríos eran tan malos y los cálidos tan buenos como me querían hacer creer. No solo eso, también era la prueba de que yo, Alice la fría, era en realidad mitad fría, mitad cálida y que si el hecho de ser una alienígena no era suficiente, ahora era también un híbrido.

No supe qué hacer en ese momento y el hecho de que Skay se apartara de repente de mi lado, asustado e inseguro por lo que las palabras que seguían en el aire habían supuesto, no ayudó en absoluto a que reaccionara.

- Nuestro rey Ageon está deseoso de conocer a su última hija. – murmuró la fría, sin dejar de mirarme.

Poco a poco, se fueron acercando a medida que Skay se alejaba dubitativo, dejándome en el centro del claro, completamente inmóvil.

- Ahora sí que le importa el cuerpo a tu amigo, más que el alma. – dijo el frío con una risita irónica al final de la frase.

- Es imposible. – musitó Skay, más fuerte de lo que pretendía en realidad.

- Eso creíamos todos. – respondió la mujer seriamente, dirigiendo su mirada hacia el muchacho.

- Dicen que el tacto de un frío puede paralizar el organismo de un cálido. Es cierto, pero solo si lo deseas fuertemente... supongo que un cálido también podría chamuscar a un frío si lo deseara con la misma intensidad. ¿Pero el odio no es una de vuestras características, verdad? – comentó el hombre, cuyos ojos del color de la muerte de repente se habían oscurecido, hasta ser de un color prácticamente negro, en el que no se distinguía el iris.

Ambos fríos se apartaron de mi lado y fueron en dirección a Skay, que se recompuso y se preparó para lo que pudiera venir a continuación.

- Basta. – espeté solemnemente y los dos fríos se giraron al unísono, igual que Skay, perplejos.

- Esto es una guerra, querida. No un juego para niños.

Seguidamente, dije lo que nunca creí que podría decir:

- Llevadme con mi padre. Dejad al chico, por favor... - supliqué bajando el tono de mi voz a medida que avanzaba la frase.

Ambos fríos se echaron una mirada de soslayo y con ello se comunicaron y se dieron a entender que si querían que me marchase con ellos, tendrían que dejar a Skay intacto. De lo contrario, jamás conseguirían ganarse mi confianza.

A continuación, asintieron con un leve movimiento de cabeza y se dirigieron de nuevo hacia mí, pero sin quitarle el ojo de encima al muchacho, el cual me miraba con semblante suplicante.

- ¡Alice! No sabes dónde te estás metiendo... tú no eres como ellos. ¡No te dejes engañar o te matarán! ¡No sienten nada! ¡Recuerda la historia que te he contado sobre cómo fueron creados! – gritó Skay a medida que me alejaba de él cada vez más, con un frío a cada lado.

Salimos del claro y todavía escuchaba a Skay pidiéndome que no lo hiciera, que no me fuera con ellos y me pregunté por qué el muchacho no había iniciado un ataque contra sus enemigos naturales, si tanto quería acabar con ellos y que regresara con él.

***

Skay

Sentí un gran vacío dentro de mí cuando Alice se marchó con aquellos dos fríos, sin pensarlo dos veces y sin escuchar ninguna de las advertencias que le mandé. Me sentí un completo inútil por no haber hecho nada. ¿Y yo me consideraba un cálido de segundo rango? ¿Por qué no había matado a esos dos fríos, que seguramente eran de bajo nivel?

La respuesta era clara: Alice.

Los ojos de la chica habían soltado chispas al decir "basta" y me había quedado paralizado por un momento, como si mi obligación fuera obedecerla, como si quien me hubiera hablado no hubiera sido una niña de quince años, sino mi soberana, la sangre de la cual era real y divina.

A pesar de haber cumplido con su deseo de marcharse, me sentía mal. La había perdido, no sabía si regresaría conmigo y me encontré de repente con la tremenda necesidad de recuperarla, como si me hubieran robado de las manos algo que adoraba y de lo que me había acostumbrado a disponer sin hacer mero esfuerzo.

Además, temía por la vida de Alice, la cual parecía haber olvidado todo lo que le había contado de los fríos. Había hecho oídos sordos en cuanto al hecho de que no eran empáticos y lo único que podían sentir era odio o gozo al asesinar a una persona. Por si esto fuera poco, Alice tampoco creía en los Dioses o la historia de cómo se había creado el mundo, los cálidos y los fríos... pronto se daría cuenta de lo equivocada que estaba y de lo mucho que tenía por aprender.

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