El olor a licor y sangre llenó su boca. An Xiaxia se sentía como un botecito al que las olas de la marea mecían de un lado a otro y estaba totalmente indefensa. Cuando por fin logró reunir un poco de fuerza, quitó las manos sobre sus ojos y reconoció el rostro bajo la luz de la luna.
Era Sheng Yize. De verdad era él.
—¡Bastardo! ¡Suéltame! —refunfuñó, echando humo.
La luz en los ojos de él se debilitó. Luego le dio unos besitos en las mejillas y aflojó su agarre, como para congraciarse.
—Xiaxia...
—¡No digas mi nombre! —estaba furiosa—. ¡Suéltame o llamaré a la policía!
Él dudó, pero no se animó a hacerlo.
¡Plaf! Lo golpeó con la palma abierta. Al final, seguía siendo compasiva con él. En vez de apuntar a su cara, su mano aterrizó en su mentón. Él se quedó tan quieto como una roca y dejó que le pegara para descargar su rabia.
—¿Puedes dejar de estar enojada conmigo cuando termines de pegarme? —preguntó en voz baja.
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