Solo pensar en Mu Yazhe le daba escalofríos; no obstante, Meng Qingyang se aseguró de dar todas sus indicaciones antes de retirarse con su mente tranquila.
Zhao Rui no entendía las complejidades de la política, pero, como doctor, tenía el deber de tratar a aquellos que le pagaban para hacer eso. Este era su principio, por lo que era obvio que no retardaría las órdenes.
Sentado en la habitación por bastante tiempo, el joven niño miró a su madre e hizo un puchero y dijo: —Mami, Youyou tiene hambre. Mi estómago está sonando.
Acarició su pequeño estómago y parpadeó lastimeramente con sus brillantes ojos de cordero.
Con amabilidad, ella le preguntó: —¿Qué quiere comer Youyou? Mami te comprará lo que quieras en el supermercado.
Se podía encontrar frente y alrededor del hospital un gran grupo de tiendas y pastelerías que atendían 24 horas. Era bastante fácil conseguir comida.
—Es muy tarde y Youyou está preocupado.
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