600 Hablando de Roma

A las mujeres les gusta que las llamen jóvenes, y Su Qianci no era la excepción. Riendo y bebiendo avena, contestó:

—Gracias, Liu Sao.

El capitán Li estaba leyendo el periódico con sus lentes de lectura y estaba muy satisfecho con la aparición de Su Qianci. Entonces, le habló con una sonrisa:

—Hoy debes vigilar a los niños en el parque de atracciones. Pareces muy joven. No te dejes engañar.

—De ninguna manera —respondió Su Qianci mientras comía su desayuno—. Si me engaño tan fácilmente, ¿cómo podría administrar la empresa?

Esta era la verdad, pero ahora la verdad no funcionaba para el abuelo.

—Es difícil de decir. Te llevarás a tres niños sin un hombre. Por fortuna, el abuelo te encontró un rescate —cuando la voz del abuelo cayó, sonó el timbre de la puerta; el viejo dejó, alegre, el periódico y agregó—: Hablando de Roma.

Su Qianci tuvo una premonición siniestra, tragando el último bocado de avena y mirando a la puerta.