—Olvídalo, no importa si se agrupan o no… —Lin Yun sacudió la cabeza y se dirigió hacia el tercer piso de la Torre de Piedra. El suelo estaba hecho de piedra de luna blanca y se veía limpio y cuidado. Había algunas pinturas colgadas de las paredes y, aunque Lin Yun no conocía el nombre del experto artesano que las había pintado, por sus colores y sus líneas podía deducir que estas no eran baratas...
—Toc, toc, toc...
William golpeó la puerta del estudio con suavidad y adentro se escuchó la voz de un anciano:
—Adelante.
El estudio era bastante grande y estaba rodeado por ocho estanterías pulcras y ordenadas. Las llamas de la chimenea crepitaban y, aunque ya estaba avanzado el otoño, no se sentía nada de frío en la habitación. Junto a las llamas danzantes había un hombre petiso y anciano sentado en una silla. En su rostro de aproximadamente setenta años todavía podía distinguirse una sombra de juventud. Cuando ambos entraron, el anciano sonrió y dijo:
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