—¿De qué se trata? —oyó a la hermana Isabelle preguntarle.
Vivian no contestó durante los primeros segundos y notó que la Hermana Isabelle no la apresuraba para preguntarle qué era. En vez de eso, la mujer le dio tiempo suficiente para reunir las palabras por las que había ido hasta allí.
—No lo sé —susurró Vivian desde la casilla. Sus ojos se fijaron en las tablas de madera que la cubrían del mundo en ese momento.
—No pasa nada. Hay muchas cosas que no entendemos por qué nos sentimos pesados y culpables ¿Te sientes culpable, Vivian? —la hermana Isabelle le dijo desde el otro lado— Háblame, hija mía. Lo que sea, tienes mi oído y no te juzgaré por lo que me cuentes —dijo la mujer.
—Siento que todo lo que ha pasado está mal —dijo Vivian, sus dedos jugando juntos en un movimiento muy lento sobre su regazo—. Desearía poder ayudar más, pero se siente como si cuanto más ayudo y me involucro, más se acumula la culpa.
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