Escuchando esto, el hombre inclinó la cabeza.
—No lo haré—dijo con los ojos fijos en la niña, haciéndola retorcerse bajo su porte
intimidante. Al mismo tiempo, una mujer rubia apareció con una armadura ligera,
entrando en la habitación con un pequeño arco.
—Señor, hemos tomado como rehenes a los que estaban en el perímetro,
incluyendo a algunas brujas, aunque dos de ellas huyeron antes de que pudiéramos
capturarlas. Elliot ya fue a intentar alcanzarlas —la mujer reportó y el hombre le dio
una seca señal con la cabeza.
—¿Qué hay acerca de los supervivientes? —preguntó a la subordinada.
Ella sacudió la cabeza decepcionada y respondió: —Ninguno, señor. A todos les
sacaron la sangre.
—Esto es lo que sucede con los rebeldes de otros imperios. Rompen la ley a su
antojo, asesinan hombres y mujeres inocentes sin piedad —dijo el hombre con un
tono frío—. Si sólo ese idiota Señor se hubiera decidido antes, habría evitado este
innecesario derramamiento de sangre y trabajo.
—¿No estaban los semi-vampiros bajo custodia del concejo? —preguntó la mujer.
—O el concejo no hizo un buen trabajo, o la transformación de alguien salió mal y
convirtió a los humanos en un montón de semi-vampiros trastornados. Parece que
el concejo nos enviará otro comunicado. Sylvia, limpia este lugar y entierra los
cadáveres. Y pídele a Elliot que me busque cuando termine su misión actual.
—Sí, señor —respondió Sylvia asintiendo—. Encontré esto en el suelo —agregó,
entregándole unos pergaminos enrollados.
Lo vio desenrollarlos y revisar su contenido.
—Estos son nombres —murmuró, mientras leía con una ceja elevada—. ¿Había
alguien cerca cuando encontraste esto? —preguntó.
Pensó que no era un pergamino ordinario: sus contenidos eran información
clasificada.
—Muchos. Los cuerpos de los aldeanos están esparcidos por toda el área —dijo
antes de centrar su atención en la niña—. ¿Qué hará con ella, Alejandro?
—preguntó al hombre.
"Pobre niña", pensó. "Su familia había sido exterminada y no había humanos en el
área".
—No sé—respondió con un suspiro.
Cuando cruzaron la habitación, Cati vio a su madre en el suelo, muerta. Corrió a su
lado para intentar despertarla, pero fue inútil. Su madre no regresaría. Sintió una
mano fría en el hombro y volteó hacia el hombre que la rescató.
—Está bien —dijo observando a la niña. Ella emitió un lamento y se enterró en los
brazos del hombre, llorando suavemente. Sin saber qué hacer en esta situación, él
la abrazó y la dejó llorar en sus brazos.
La expresión de Sylvia era de total sorpresa ante el gesto del Señor hacia la niña.
Había crecido conociéndolo y el Señor de Valeria nunca había mostrado
sentimientos o gestos hacia nadie. El Señor Alejandro Delcrov era el tipo de hombre
que no se molestaría en darle agua a un moribundo, y mucho menos le prestaría a
alguien un hombro para llorar, pero aquí estaba con la niña. Además, era una
humana. No se mezclaba con los humanos a menos que tuvieran buenas
conexiones en la sociedad y le resultaran útiles.
Cati no sabía qué hacer. Se sentía sola y perdida. Cuando sintió que sus lágrimas
se detenían, retrocedió algunos pasos, observando al hombre con sus grandes ojos
marrones.
Alejandro parecía pensar en algo antes de hablar: —Se quedará conmigo de ahora
en adelante —anunció, haciendo a Sylvia girar bruscamente hacia él. No había duda
de que el Señor vampiro se había interesado en la humana, pero era una joven.
Alejandro continuó: —Cuando tenga edad adecuada, podremos enviarla a un hogar
humano.
—Supongo —respondió Sylvia—. Hay humanos trabajando en el castillo, así que no
debería haber problema.
Si la dejaban con los otros humanos, no sabía si la tratarían bien. Después de todo,
aún reinaba la esclavitud.
—¿Cuál es tu nombre? —preguntó Alejandro con un tono autoritario y su mirada
penetrante que intimidaba a la niña.
—Alejandro, asusta a la niña con ese tono. Sonría —dijo Sylvia. Eso le ganó una
mirada furiosa de Alejandro, que intentó sonreír, causando una burla de su
subordinada.
—¿A eso llama sonrisa? —le preguntó Sylvia.
—¡Bien! ¡Encárgate tú! —gritó Alejandro antes de salir de la casa.
La mujer se acercó a la niña y se arrodilló en el suelo.
—Hola, soy Sylvia, y ese era Alejandro —se presentó con una sonrisa—. No
queremos hacerte daño, sólo ofrecerte ayuda. ¿Cuál es tu nombre, cariño?
—Catalina —respondió la niña, y recibió una sonrisa de la mujer frente a ella.