—Entonces planeas aferrarte a este asunto para siempre.
—Al menos hasta el nacimiento de nuestro primer hijo.
Huo Mian se quedó sin palabras.
—Está bien, tú ganas.
Las palabras de delincuente pero tiernas de Qin Chu la habían dejado muda.
Luego de la cena, fue Qin Chu quien lavó los trastes. Huo Mian sentía que en verdad ya no era buena para las tareas del hogar, al menos no frente a Qin Chu.
Él fregaba el piso más rápido que ella, y lavaba los trastes mejor que ella. Incluso la comida que él hacía era más sabrosa, comida occidental al menos.
Por lo tanto, el señor Qin era un esposo todo terreno y de alta calidad. Podía ganar dinero y cocinar para ella cosas deliciosas.
Luego de que Qin Chu terminara de lavar, se sentó junto a Huo Mian a ver caricaturas aburridas. Ambos conversaban mientras comían un bocadillo.
—¿Crees que tu madre me odiará por siempre?
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