Aunque Roland diseñó el laboratorio por sí mismo, todavía estaba bastante impresionado con su versión real.
Miles de Piedras de Iluminación iluminaron el espacio subterráneo negro, derramando luz sobre las rocas circundantes que lucían placas de plomo y formaban un área cerrada del tamaño de una cancha de baloncesto.
Había, de alguna manera, una especie de belleza en esas placas de plomo lisas, relucientes e incoloras.
Era la belleza de la industrialización.
—Si perdemos la Batalla de la Divina Voluntad, este lugar se convertirá en una reliquia antigua después de cientos de años, ¿no? —Roland murmuró.
Y sería una reliquia completamente diferente a las de la civilización subterránea y los demonios.
Las marcas en las placas de plomo se convertirían entonces en pruebas que demostraron que la civilización humana había sido, en algún momento, próspera.
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