En Ciudad Espinosa, al pie de la Montaña Jaula, en el Reino de Amanecer.
Un vagón de tren pasó por la ciudad y se detuvo frente a la mansión del señor.
—Aquí estamos. ¡Bájense, todos ustedes! ¡Dense prisa! —Un hombre que parecía ser el mayordomo de la flota blandía una crianza de caballos y gritaba: —Compórtense si quieren seguir con vida. Respondan lo que el señor les pida. ¿Entendido?
La mayoría de los pasajeros que bajaban del carro estaban pálidos y harapientos. Fueron atados entre sí por la muñeca con una cuerda. Más allá de toda duda, todos eran esclavos, esclavos del rango más bajo.
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