Los ojos de Hazel parpadearon lentamente. Sintió un dolor agudo en la cabeza como si alguien le hubiera martillado. No tenía ninguna herida, pero el dolor estaba allí para recordarle cómo su propia hermana había llevado a Rafael hasta allí.
—¡Este bastardo! —frunció el ceño cuando se encontró atrapada en el sofá mientras él estaba sentado en el reposabrazos cubriéndola para que no se levantara. Sus ojos tenían una mirada astuta y realmente quería golpearle la cara para borrar esa sonrisa de suficiencia.
—¿Cómo usaste a mi hermana? —preguntó con una voz afilada y acusadora que lo hizo estremecerse.
—No la he usado. Ella es mi cuñada. Si lo hubiera sabido antes, la habría tratado mejor.
La conocí accidentalmente cuando estaba buscando a Luciano. Me hizo preguntarme si estabas buscando a esa bruja pero tratando de huir de mí. ¿Olvidaste a quién perteneces? ¿Eh? —su rostro volvió a mostrar su maldad, ¡pero también su comportamiento obsesivo!
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