Sylvanas gritó con fuerza mientras tiraba al suelo tres escaleras del muro exterior no sin antes ver como el kanobo usado como ariete hacia estragos la cerradura de las puertas, el momento había llegado. Sin dejar de disparar, corrió hacia las puertas entre el frenesí de lanzas y flechas que asediaban sus barracas, viendo al llegar como tres escaleras más eran colocadas por el lado este del muro y otras cuatro por el oeste. Molesta, lanzó un par de flechas a ambos lados destrozando tanto partes del muro como a las propias escaleras, llevándose a su vez a doce soldados invasores, así como a los hombres que aún quedaban sobre el muro. Aun así, el general no parecía preocupado, tal vez su rostro no pudiera verse, pero claramente disfrutaba del asedio, a sus ojos no era más que un juego de niños, después de todo; los juegos deben terminar.
—¡Fuego!
De repente una colosal lluvia de flechas, hachas, cuchillos y jabalinas en llamas salieron disparadas desde las puertas incinerando todo a su paso, los guardias no tuvieron opciones fueron condenados a sufrir una muerte agónica mientras veían como sus compañeros caían presa del filo de las tropas invasoras. Entonces alzaron la vista, buscando a aquella que se hacia llamar su señora. Querían maldecirla, matarla, enseñarle lo que ellos sentían, pero fue inútil. La elfa solo observaba, hacía mucho había dejado de apoyarlos, ahora solo los veía con desprecio y desinterés, expresión que no cambio ni un segundo en tanto sus cuerpos se volvían cenizas y la carcajada del general invasor se acercaba al último de los defensores restantes.
—¡Así que esto es la fuerza principal de la capital de mago, es patético! —gritó arrogante el general, tomando de vuelta su kanobo, volteándose luego y alzando la vista en dirección a la regente.
—¿Quién ha dicho que esta sea la fuerza principal?
Los cielos se abrieron, un inmenso relámpago impactó justo tras las puertas fulminando a todos los soldados fuera de los muros, mientras una cruenta sonrisa se dibujaba en el rostro de Sylvanas al ver a un solitario Kaldar avanzar sin más por las puertas, acercándose cada vez más a donde los setecientos soldados restantes y su general.
—¿Por qué brillan tus tatuajes muchachos? —preguntó curioso el general.
—¿Por qué no lo averiguas tú mismo?, niño —respondió desafiante, mientras extendía sus manos mostrando un grial de oro, rebosante de algún tipo de vino a ojos del general.
El impacto resonó como un relámpago. Con un mandoble de su kanobo, el general atacó a Kaldar en una colérica a la vez que estúpida rabieta, golpe que Kaldar detuvo con extrema facilidad con el grial, sin siquiera derramar una gota del contenido.
—¿Entonces así es como reacciona el orgulloso general Cao ante una provocación así?, repugnante.
De repente, un violento contragolpe de Kaldar hizo retroceder al general, así mismo, derramando todo el contenido del grial en el proceso.
—Tu y tus hombres dais pena... Desaparezcan de mi vista.
Sin más Kaldar comenzó a caminar hacia las puertas, momento en el que la ira del general salió a flote en una colérica arremetida contra Kaldar, quien no hizo más que reír al sentir el cuerpo del general caer al suelo a manos de Sylvanas mientras a sus espaldas los restos del ejercito de Azarath luchaban contra los cadáveres re animados de sus camaradas caídos.
—Vaya desastre que estas hecha querida —afirmó Kaldar entre risas, mientras entraba a sus aposentos en una de las recamaras de la pirámide del sol, siendo seguido por Sylvanas.
—¿Y cómo debería estar después de volver a mi ciudad una jodida necrópolis?
—¿Gracias a eso estas viva no?, deja de quejarte y disfruta de la hospitalidad.
—Claro que lo hare, pero en cuanto tenga un plan me iré con Rubik a tomar otra ciudad o a reconquistar Silva.
—Rubik se fue Sylvanas, hace dos días; dijo que tenia otros asuntos que resolver —, dijo sin más mientras miraba la aldea a través de las ventanas.
—¿Estas jugando conmigo Kaldar?, creo que ya deberías saber que no me gustan los juegos.
—No hay objetivo en engañarte Sylvanas, si ahora estas aquí es más que nada un pago por haber terminado mi invocación, ahora mismo no eres nada, Silva es poco más que un hervidero de cadáveres y Rubik se ha ido, creo que la respuesta es obvia, no estas hecha para gobernar.
—¿Quién lo dice?
—Tus actos Sylvanas.
—¿Y tú si estas hecho para gobernar?
Kaldar suspiro tras voltearse, atendiendo con desgana la pregunta, aunque con una pregunta en mente.
—¿Por qué quieres gobernar Sylvanas?
—¿Por qué lo eres tú?
—Porque disfruto de hacerlo, disfruto del deseo estúpido que las amazonas sienten por mí, disfruto los tributos y regalos que ellas me dan y tengo suficiente poder como para invadir cualquier parte del territorio; ¿te parece suficiente?
—Pues yo quiero eso y más.
Una fuerte carcajada escapó la boca de Kaldar al escuchar la respuesta de Sylvanas, no podía parar, tardando varios minutos en recomponerse ante semejante deseo.
—Entonces ten a mi heredero —dijo al fin, en un tono tan inocente que parecía un juego.
—¿Me estas tomando el pelo Kaldar?, porque creo que te estas al ganar un buen par de flechas en los huevos.
—Te estoy ofreciendo la vía fácil Sylvanas, si te vuelves la progenitora de un monarca podrás tener gran parte de lo que me pides, obviamente seguiré teniendo el control, pero estarías cumpliendo gran parte de tus deseos.
—¿Y por que yo, de entre todas las que tienes para escoger, en especial a la perra de Mirina?
—Ninguna de ellas puede tener descendencia conmigo Sylvanas, las crías que ves son solo sombras de sus almas a la espera de ser cosechadas.
—¿Entonces por qué yo soy diferente?
—Digamos que ciertas cadenas en tu interior te hacen especial.
—Entonces hagámoslo ahora, estoy dispuesta a todo por ser una emperatriz.
Sylvanas no dio tiempo a responder. Sin más se lanzo a los labios de Kaldar con desenfreno mientras sus manos le recorrían el cuerpo de forma tosca, no era su primera vez, pero pensaba en disfrutarlo tampoco. Kaldar la tiró al suelo y monto sobre ella, haciendo a un lado la falda y rajando a tirones la malla de piel que cubría su intimidad. Sylvanas no se negó, pero no tampoco estaría debajo, con un rápido giro terminó por voltear a un sorprendido Kaldar quien decidió mantenerse inerte, solo recorriendo las caderas y nalgas de la elfa despacio, degustando su figura cual comensal un delicioso platillo. Por su parte Sylvanas contoneaba sus caderas en círculos, jugueteando con la dura cereza que luchaba por escaparse de las prendas del chico a sus pies. Con elegancia guio con sus manos aquella cereza a su vientre, bañándola en sus jugos mientras suavemente se dejaba caer, dejando escapar el aire en suaves gemidos los cuales apago en los oídos de Kaldar. Ella no tardo en ir deprisa, moviendo sus caderas frenéticamente buscando en exceso el clímax ignorando el hecho de que estaba comenzando a disfrutar, momento en el que Kaldar tiro de sus caderas eyaculando dentro, al mismo tiempo que Sylvanas se dejaba caer sobre él, exhausta y jadeando, aunque con una sonrisa, pues Kaldar no se había dado cuenta.
Reuniendo las fuerzas que le quedaban, Sylvanas tomo la punta de lanza que había guardado entre bajo su falda y apuñaló la garganta de Kaldar una y otra vez hasta que en un último esfuerzo atravesó los ojos del chico antes de caer rendida ante el cansancio sobre él. Había funcionado, el fluido blanco que se escurría por sus piernas había hecho su trabajo, ahora era cuestión de tiempo, pero antes, había unas ultimas medidas que tomar.
—Entonces vi aparecer un caballo blanco y el que estaba sobre él tenia un arco, y se le dio una corona y salió victorioso para traer nuevas victorias —susurro antes de caer en sueños.