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Marcas de perdición

La lluvia caía de forma torrencial, lo que había iniciado como un inocente chispeo se había transformado en una temible tormenta, el sonido de las gotas estampándose a altas velocidades en contra del suelo resonaba por todo lugar y los fuertes vientos se enfrentaban en contra de las pobres puertas y ventanas, pero esto poco le importaba al grupo de 3.

Haciendo caso a la recomendación del troll que hasta hacía poco los había salvado, cumpliendo con su trabajo por supuesto, Kevmel, Aisha y Pnicas se acercaron a las puertas de la tan vanagloriada posada, solo para quedar parados frente a las mismas.

Se habían prometido a ellos mismos que abandonarían sus paranoicos pensamientos sobre prácticamente todo lo que los rodeaba, pero como siempre, decirlo era más fácil que hacerlo, ¿Cuántas historias sobre demonios cambiaformas habían escuchado ya? Se establecían en lugares de bien, creaban una imagen decente y de puertas para dentro creaban su pedacito de infierno.

El agua de la lluvia comenzó a tocar sus tobillos, truenos se escuchaban en el horizonte, el característico fío de tormenta hizo acto de presencia en el lugar, entonces Pnicas se dirigió a tocar la puerta, si debían de actuar en el interior de la posada actuarían, lo que no podían hacer era quedarse afuera parados como un grupo de subnormales.

Fueron 4 golpes a la puerta, desde luego no fueron increíblemente impactantes pero si lo suficientemente audibles como para que cualquier persona en el interior y por los menos a unos cuantos metros los escuchara.

La espera no fue larga, casi inmediatamente las puertas se abrieron revelando así a la recepcionista, una mujer de despampanantes curvas, una altura de 1.75, unas medidas ideales, un pelo tan hermoso como largo y un bello traje rojo de una pieza, esa de ahí sin duda era la mujer de las fantasías de muchos, o tal vez no, un par de alas demoniacas y una cola acabada en punta también eran parte de su aspecto.

—¿Una súcubo?—Dijo extrañado.

—Muy perspicaz cariño—Contestó rápida y sarcásticamente—¿Venís a pasar la lluvia?

—Podría ser, pero no creo que este sea el tipo de antro adecuado—Continuó el caballero.

—Oh—Tapo ligeramente su boca de coquetamente—Me temo que no ofrecemos ese tipo de servicios, si quiere algo así debería de continuar por el final de la calle cruzar a este u oeste seguir recto e ir a norte o sur, dependiendo de la opción que eligiera primeramente, es básicamente un cuadrado.

Pnicas quedó anonadado ante la repentina respuesta de la súcubo y dio paso a que Kevmel iniciara su propia conversación.

—Solo buscamos cobijo hasta que la lluvia amaine, mi compañero aquí—Miró a Pnicas—Es un poco tradicional, así que le cuesta ver más allá de las cualidades raciales de la gente como usted.

—Veo que es usted muy respetuoso además....—Miró con total descaro al abdomen tapado de Kevmel—No esperaba a alguien tan especial por mi humilde establecimiento, este no es ese tipo de antro pero.... Podría darle un servicio especial solo a usted.

—¿Qué?—Respondió en total estado de confusión.

—Vaya, si que eres un galán—Apuntó con un tono propio de los pícaros la kitsune.

El nigromante tardó unos pocos segundos en recomponerse solo para reanudar la charla.

—Señorita, me temo que no tengo ese tipo de interés, lo que si me interesa es saber cual sería el precio estar aquí.

—Hm.... Teniendo en cuenta que no creo que pare temprano de llover....—Observó de forma fugaz el agua que lentamente se acumulaba en mayor cantidad—1 moneda de plata por cabeza.

Casi como si de un impulso natural se tratase al unísono los tres integrantes del bizarro grupo, extrajeron 1 moneda de plata de sus bolsillos y la entregaron su rechistar, ni si quiera mostraron el más mínimo símbolo de dudar del precio, sonaba adecuado así que no había nada que discutir.

El interior de la estancia era cuanto menos acogedor, nada más entrar había un recibidor con un gran espejo y adem��s de dos pasillos, uno hacia la izquierda y otro hacia la derecha, el izquierdo conducía a la parte extensa del complejo, es decir, allí era donde debían de estar todas las habitaciones, en cambio la parte derecha conducía hacia una especie de comedor ¿Cómo lo sabían? Les hubiera gustado presumir de que era algo obvio, pero sin un cartel y ningún indicador no lo era, la realidad era que la puerta hacia el comedor estaba abierta y alrededor de 4 figuras se encontraban comiendo y bebiendo en la misma mesa, además se podía distinguir una barra llena de bebidas.

Kevmel y Pnicas observaron con desagrado lo mojada que había resultado su ropa, por otro lado Aisha comenzó a escurrir su cola con ambas manos, no parecía molesta, pero desde luego no estaba contenta.

—Si necesitáis algo estaré en la barra—Indicó la súcubo—Y especialmente si tú necesitas algo no dude en pedírmelo—Miró a Kevmel mientras caminaba en dirección a la barra.

—¿Eres un demonio?—Preguntó Aisha.

—No, no soy un demonio.

—¿Entonces por qué parece tan ilusionada la señorita?

—No lo sé, es una súcubo, quizá tenga ganas de divertirse.

—¿Pero por qué se ha fijado en ti y no en Pnicas?

—No lo sé, no soy una súcubo, no se cuáles son sus preferencias—Sin más comenzó a caminar en búsqueda de una habitación, no les habían especificado nada, así que bastaría con encontrar una vacía.

—¿No te sienta mal que no te hayan elegido Pniqui?—Dijo de forma cariñosa.

—¿Pni qué? La verdad me da igual, no estoy especialmente interesado en ese tipo de cosas, menos con demonios, esas cosas ni sentimientos tienen—Dijo muy seguro.

—Uoh, eso es muy racista por tu parte.

—¿Cómo? Literalmente se dedican a hacer sufrir a las almas, las súcubos te extraen la vitalidad a base de relaciones sexuales, no es racismo, es literalmente lo que hacen—Argumentó muy convencido.

—Hm, haber empezado por ahí—Aisha comenzó a seguir los pasos de Kevmel.

—¿Me est��s diciendo que ni si quiera conoces la naturaleza de un demonio? ¿Quién es está mujer?—Susurró para si mismo, para después ir en búsqueda de su habitación.

La lluvia se extendió de la tarde a la noche y de la noche al a mañana siguiente, solo después de unas muy intensas horas de tormenta comenzó a amainar, estas horas perdidas fueron aprovechadas para descansar, si bien no tenían una gran carga física el estrés mental que habían acumulado era digno de tumbarse en una cama, mirar fijamente el techo y replantearse lo que habían hecho y lo que iban a hacer.

Para cuando los revitalizados rayos de sol comenzaron a entrar como despampanantes haces de luz por las ventanas los 3 guerreros espirituales dieron por finalizado su descanso, para dirigirse hacia el comedor, o por lo menos eso ocurrió en la mayoría de los casos, antes de salir de su cuarto Kevmel se retiró parte de su túnica, el hecho de que aquella súcubo que hubiera fijado especialmente en su abdomen lo hacía dudar ¿Habría sufrido alguna exposición a magia o daño el cual lo había marcado de alguna forma? Desde que había llegado no había tenido tiempo ni de fijarse en si mismo.

Fue entonces cuando lo vio, se paró frente al espejo más grande de toda la habitación, se retiró los ropajes y observó con temor las marcas negras se cernían sobre su abdomen, estas formaban unos tatuajes muy dispares, Kevmel no sabía mucho sobre marcas de ese tipo, pero tenía más conocimiento de lo normal, eso que tenía era una maldición, una de un calibre jamás antes visto por él en ningún libro o persona.

Solo de verla le entraban escalofríos, en el mundo existen todo tipo de maldiciones, unas hacen caer a los más cuerdos en el peor abismo de locura, otras dan una ´´mala suerte´´ terrible y otras hacen que los paladines más bondadosos se transformen en implacables caballeros de la muerte, esas las conocía especialmente bien.

Un cruel y sanguinario torrente de ira llenó todo su cuerpo, pero tras pocos segundos se calmó, por su cabeza había pasado la idea de que podía haber sido maldito mientras dormía y que sus presunciones así como las de sus compañeros no estaban del todo equivocadas, pero era imposible, primero porque la súcubo se había fijado en su maldición desde antes de entrar, segundo porque era imposible que una súcubo y algún otro demonio de tres al cuarto hubieran logrado ese resultado, no sabía demasiado, pero tampoco era estúpido, lo que llevaba en el cuerpo era potente.

Sin nada que poder hacer por el momento volvió a colocarse sus túnicas y abandonó el cálido interior de su habitación para dirigirse hacia el comedor, los antaño cortos pasillos se le hicieron bastante más largos y la fácil reconocible escena del comedor se veía lejana, con cada paso que daba se planteaba la misma pregunta ´´¿Por qué cojones un puto diablo se ha tenido que fijar en mi jodida presencia?´´

Cabalgando suspiros atravesó la puerta del comedor, miró rápidamente el lugar hasta encontrar a Pnicas y Aisha y se dirigió hacia ellos para sentarse en la misma mesa, una vez estuvo bien colocado se dio cuenta de que había un polizón en la mesa, un cuarto integrante, este era un joven de dudosas facciones, debido a que parecía tanto un hombre como una mujer, su pelo era blanco como la nieve y largo hasta los hombros además su altura rondaba el 1.80, sus ojos eran azules así como sus alas y cuernos, si, alas y cuernos, ese individuo poseía las alas de un ángel y los cuernos de un demonio, ambos azules oscuros, por el resto vestía con una armadura mediana así que era complicada fijarse en su vestimenta.

Kevmel miró de forma inquisidora al joven, no sabía quien era, ni si quiera lo había visto antes, pero él estaba maldito y ese tipo tenía un rasgo característico de los demonios, puestos a suponer quizá él tenía algo que ver con las oscuras tinieblas que se cernían sobre su destino.

Eventualmente la situación se volvió incómoda y Aisha que había estado sentada y sin decir nada, ��nicamente devorando un pan, habló.

—¿Te gusta más qué la señorita?

—¿Qué?—Habló finalmente, su voz sonaba cansada—No ¿Quién eres tú? ¿Qué haces aquí?—Dijo acusadoramente a la vez que miraba al joven.

Debido a la disposición de las sillas Pnicas y el desconocido estaban frente a frente, lo mismo aplicaba para Aisha y Kevmel, esto significaba que el nigromante y el joven de desconocida raza estaban sentados el uno al lado del otro, esto hacía que la situación fuese aún más incómoda.

—Bueno—Respondió—Yo soy Tyler, pertenezco al cuarto batallón dirigido por Goualle y había venido aquí para ayudar con algunos problemas de bandidos, como antes de que pudiera iniciar con mi misión comenzó a llover a gran escala tuve que venir a refugiarme aquí, gracias a eso pude conocer a tu grupo, el cual parece tener la misma misión que yo, no se si sabes a donde quiero llegar.

—¡Mientes!—Increpó—¿Dónde está tu arma siquiera? ¿Eres un demonio? ¿Qué es ese batallón?—Kevmel había perdido los estribos, algo muy impropio de él, pero no podía evitarlo, la angustia se había apoderado de su ser.

—Bueno, mi arma es esta—Entonces se agachó ligeramente y recogió del suelo una lanza de color verde con detalles dorados y oscuros—Mi raza se llama ángel cornudo, ciertamente tengo algo de demonio, pero no soy uno y en cuanto al batallón si eres un invocado como me han contado entonces es normal que no lo conozcas, pero te diré que nos dedicamos a hacer justicia, da igual que la misión sea acabar con un dragón maligno o con unos simples bandidos.

Kevmel enmudeció, no parecía que ese chico hubiese sido el responsable, tampoco lo creía capaz de ayudarlo.

—Aham—Se escuchó desde la barra—Por favor acérquese.

La que había hablado era la súcubo del otro día, a quien le había hablado era obvio por su mirada, el porque de su llamada era de esperarse pero el resultado de la conversación estaba por verse.